«La canción es un pájaro sin plan de vuelo, que odia las matemáticas y ama los remolinos»
Violeta Parra nació en el sur, entre los Andes y el Pacífico. Tal vez la chilena más internacional, fue ceramista, bordadora, pintora y cantautora, guardiana del folclore y la tradición, una humanista del campo y sus costumbres. Militante del Partido Comunista, cuando conoció a Pablo Neruda este la invitó a abandonar su repertorio de boleros y valses para que se centrara en la auténtica música chilena, la entonada en las chacras al calor de la hoguera, la del campesino, el gaucho, el verdadero hijo del país.
A lo largo de su vida recopiló más de tres mil canciones populares, reunidas en su libro Cantos folclóricos chilenos, y conoció Europa, recorrió la Unión Soviética, y cantó, sobretodo cantó, en casi todos los rincones de su América Latina. Expuso en el Louvre, se enamoró en Ginebra, y compuso en cada uno de los lugares en que vivió. Para 1965 ya era considerada la precursora de la nueva canción chilena, esa que se salía de los estereotipos para reivindicar los valores de la identidad nacional a través de la cultura popular, y regresó a su Chile para montar una comuna artística, una gran carpa que se convirtiera en centro de la tradición del país, en referente de la cultura. Pero apenas obtuvo respuesta del público. Su emprendimiento fue un fracaso.
El pasado octubre se cumplió un centenario del nacimiento de Violeta Parra y cincuenta años desde su muerte, uno después de componer la que tal vez sea su canción más internacional, Gracias a la vida, un himno a la existencia: acompañada del charango tradicional andino entona, durante seis estrofas, un paradójico poema de amor, tal vez una angustia, un sarcasmo o una despedida, puede que una monótona ironía, «materia prima de su propio canto», pues en sus treinta y seis versos no se halla pizca de alegría. O tal vez, siguiendo la corriente creada por su hermano, Nicanor Parra, simplemente fuera antipoesía.
Tres meses despues de publicar su último álbum, premonitoriamente llamado Las últimas composiciones, tomó un revolver, se sentó en esa carpa que había albergado su esperanza en el futuro de la cultura chilena, huasa, andina, y de un tiro en la sien derecha se quitó la vida. Era verano, febrero del 67, tenía cuarenta y nueve años. Los funerales de Violeta Parra «concentraron el intenso cariño popular hacia la artista de renombre mundial, el pueblo sepultó a su folklorista: El ataúd con los restos de la extraordinaria mujer se perdió lentamente, tragado por la boca negra de un nicho en la Galería 31 del Cementerio General». Gracias a la vida, y adiós.
Gracias a la vida, que me ha dado tanto
Me dio dos luceros, que cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo, su fondo estrellado,
y en las multitudes, el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado el oído que en todo su ancho
Graba noche y día grillos y canarios
Martillos, turbinas, ladridos, chubascos
Y la voz tan tierna de mi bien amado
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado el sonido y el abecedario
Con él, las palabras que pienso y declaro
Madre, amigo, hermano, y luz alumbrando
La ruta del alma del que estoy amando
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la marcha de mis pies cansados
Con ellos anduve ciudades y charcos
Playas y desiertos, montañas y llanos
Y la casa tuya, tu calle y tu patio
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio el corazón que agita su marco
Cuando miro el fruto del cerebro humano
Cuando miro el bueno tan lejos del malo
Cuando miro el fondo de tus ojos claros
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto
Así yo distingo dicha de quebranto
Los dos materiales que forman mi canto
Y el canto de ustedes que es el mismo canto
Y el canto de todos que es mi propio canto
- Guerra de la Triple Alianza: todos contra Paraguay - 14 junio, 2021
- Retratos desde el campo de batalla - 15 febrero, 2021
- Benigno Bejarano, el secreto de un loco - 4 noviembre, 2020