Hellraiser Judgement: mojonaco infernal
Hellraiser: monstruos mutilados con amor por el cuerazo. La primera entrega se estrenó en 1987 y está dirigida por Clive Barker, escritor de los Libros de sangre y otras lindezas. La ambientación y los efectos, de lo mejorcito. Siempre me ha fascinado el tema de la transformación. Lo exploraban más en la segunda: Hellbound: Hellraiser 2, de 1988, que a pesar de que derrocha atrevimiento creativo padeció ciertos problemas de producción. Y es que uno de los actores de la primera película, precisamente aquel sobre el que orbitaba la trama, decidió que mejor se quedaba en su casa. Con el Doctor, un personaje que sufría una conversión brutal a cenobita, tampoco daban muchas más pistas sobre los sicarios del infierno. Excepto que vestían cuerazo. ¿Quién es Leviathan y por qué elige convertir a algunos humanos en cenobitas? Creo que Motorhead lo explica mejor con su canción. Hellraiser tirorirorara.
La tercera película, de 1992, hundió a la serie en la miseria. Aunque tenía cosas salvables como el pilar de las almas, luego salían los cenobitas Power Rangers y las paladas de popó llovían sobre nuestros ojos. Eso nos lleva a Hellraiser: Judgment, que sigue la estela cuesquil de la tercera y sucesivas pelis y que es la que quería narraros para que compartáis mi dolor.
La cosa empieza con un tipo que mata niños o algo y recibe una nota de un gótico random para que vaya a una casa de una bruja yanqui. Dentro de la casa hay un personaje con la cara cortada y que lleva gaficas, que ata al pederasta este a una silla y se dedica a torturarlo con una máquina de escribir que utiliza la sangre de la víctima para escribir sus pecados. La escena es una guarrerida que apesta a Saw y otras películas de torturas absurdas. Creo que lo próximo que veremos en este género mierder es algo digno del Coyote, algo como un resorte que hace que un rinoceronte te meta un cuerno por ahí atrás mientras un mandril te pisotea el glande. Después aparece un gordaco que se come los papeles y los vomita por un embudo, de tal manera que el fruto de su indigestión va a parar a tres tías tetudas con tangas de encaje y un maquillaje de cara despellejada muy cutre. En vez de leer el destino en las entrañas de un pescado lo hacen en heces, cosas de la vida.
Hablemos de ellas. Son el tema más interesante de la peli, a mi parecer. Lo de las tetas grandes no es que sea lo que esté más de moda en Hollywood, pero bueno, debe responder al deseo pajillero del director. Lo que me perturba es el erotismo cutre de que lleven tangas y no vayan en bolas. Hay otro detalle que te señala lo palero que es todo: las actrices llevan tatuajes cutres, diminutos, de mariposas o diamantes y nadie se ha molestado en ocultarlos. Esta suerte de Morias pechugonas se dedica a manosear al asesino de niños para que luego aparezca un gordo con máscara de cuero, parecido a cualquier jefe de final de fase genérico de videojuegos para tíos duros, de cuyos calzones sale un monguer que lleva una máscara de gas y que le arrea al pecador de la pradera mil cuchilladas en insufrible cámara lenta.
La trama sigue su descenso por la tubería del WC y nos lleva a nuestros protagonistas. Dos policías más duros que el acero y que son un aborto entre los de Seven y cualquier poli cliché de los 80-90. Rollo «estas calles son muy duras chico, ahora cómete una albóndiga». Lejos de parecer molones, son gilipollas producto de alguna visión adolescente. Si les hicieran un retrato realista, deberían ser calvos y fofos.
Los manguanes están investigando una escena del crimen en la que a una mujer se lo pasaba bien. Pero esta es una película falo y no van a permitir que una mujer tenga esos comportamientos impuros. A lo lejos viene el guionista con su pilila justiciera para hacérselo pagar. Le meten un caniche en el útero que le provoca una parada cardíaca. Y no es coña… También hay un mensaje religioso escrito con sangre que recuerda a una frase de galleta de la fortuna. Entonces una detective se une a los policías, pero solo después de que sin motivo alguno intenten matarla y le chuleen un poco. Debe ser la mejor actriz de la película y el personaje más consistente, que ya es decir.
Bueno, luego no sé si hay más asesinatos, porque lo del inicio, nudo y desenlace, la peli no lo lleva muy bien. Quizás si hubieran seguido esa sencilla receta la cosa hubiera ido mejor. El poli más malote sigue el rastro del asesino de niños del principio y llega a la casa chunga. Por cierto, aparecen exteriores grabados en Barcelona, porque no creo que las banderas de Terra lliure estén de moda en los EEUU. Allí le dan una sesión de tortureo, pero al gordaco le sientan mal los papeles con sus pecados y se muere. El poli escapa y entonces Pinhead sale de paseo para recordarnos que esto es Hellraiser. El diseño es el de siempre, pero más de tienda de disfraces. Una tía rubia estándar, vestida de blanco y que por tanto es un ángel, habla con Pinhead sobre temas de jurisdicción de cielo e infierno. Lo que está claro es que la atmósfera Hellraiser se ha ido a tomar por culo y ha sido sustituida por algún personaje de cómic que nos dice que los ángeles también molan porque matan gente. El halo de misterio de las primeras pelis ya no existe y ahora se trata de una miasma de pedos.
En un giro inesperado, el poli malote resulta ser el asesino de las galletas de la fortuna. Con lo que alucinas es con su motivación: su mujer le puso los cuernos con su compañero poli duro, que por cierto también es su hermano, y eso le lleva al camino del psicópata que mata a gente por sus pecados (o porque algo hay que hacer). Pongámonos en la piel de este señor al que un día le dan la mal la vuelta del pan y mete al dependiente en una cuba de oro fundido para que lamente su error. Así es él, un pretexto para darle sentido a esta mierda de guion. En fin. Pinhead desata sus cadenas, se carga al ángel y Dios le devuelve la mortalidad como castigo.
Una vez recorrida esta montaña rusa palera, qué nos queda. Las franquicias se gastan y muchas merecen el sueño de los justos. Es mejor que hacer estas mierdas. Siempre comparamos con lo que nos gustaba cuando todavía teníamos corazón, podrido o no: la solución no es calcar un argumento. Simplemente, podemos acercarnos desde otro punto de vista. Puede ser que el problema sea que Caperucita roja nos gustó mucho y queremos seguir escuchando el mismo cuento.
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