Tahrir: diez años sin plaza ni revolución – 24 de febrero
En la plaza Tahrir de El Cairo apenas quedan vestigios de la revuelta contra Mubarak. Hace diez años de aquella chispa de la Primavera árabe y la tiranía sigue al mando. En el centro de la plaza han levantado un obelisco de diecisiete metros de altura. Los coches y los respiraderos gigantes del parking subterráneo ocupan el espacio. No hay sitio para las tiendas de campaña, no hay bancos para sentarse y conspirar. «Hay más policías que transeúntes», le cuentan al periodista Martin Roux: «los reconoces por sus bigotes y sus zapatos relucientes». El poder siempre empieza por los pies.
Y se extiende por las manos pistoleras. La joven artista Shalma Sabbagh fue asesinada por la policía egipcia con un disparo en el cuello en 2015: ella y otros militantes socialistas pretendían recordar la revuelta en la plaza. Nunca llegaron a entrar en Tahrir. La muerte era el mensaje. Hoy los vigilantes husmean los móviles subversivos y llenan las cárceles: según el Instituto para el Estudio de los Derechos Humanos de El Cairo, en Egipto hay entre sesenta mil y cien mil presos políticos. EEUU y Francia, principales suministradores de armas del país árabe, perdonan. La clemencia es privilegio del emperador.
O del faraón. En Tahrir han colocado ahora cuatro esfinges con cabeza de carnero y cuerpos de león traídos del templo de Karnak, santuario del dios Amón. El orden vigilado por la divinidad. Misr, oum el-dounya: Egipto, madre del mundo, dice la propaganda oficial egipcia. También es el nombre de una tienda de souvenirs cerca de Tahrir. El nacionalismo siempre ha servido para el eslogan de baratija. Ocurre lo mismo en Sol y en plaza de Cataluña, siete veces más pequeñas que Tahrir, pero también soñadoras hace diez primaveras. Hoy solo venden banderas.
Estas Notas cumplen diez años. Empezaron en Tahrir, haciendo metáforas sobre claveles en tanques vigilantes: la sospecha de que no hay revoluciones sin cañones. En Egipto, en 2011, echaron al tirano y pintaron murales. Ya no existen: el arte ha sucumbido a las balas y la geopolítica. Gobierna Al Sisi, antiguo jefe de espías, que hoy construye otra capital a cuarenta kilómetros de El Cairo. Los manifestantes de Tahrir pedían algo nuevo, y el futuro les trajo barrotes y les arrebató el asfalto. Guardan un archivo digital de las protestas. Los más entusiastas creen que es un arsenal para la revolución del porvenir.
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