«El agente topo» y «Licorice Pizza»: la vida era eso
Un café y un titular: El tiempo engaña a los almendros. ¿Qué ocurrirá cuando necesiten florecer y no puedan hacerlo? ¿Tendrá sentido su explosión precoz? ¿Tendrá sentido la celeridad de sus flores blancas? Puede que esas inclemencias del tiempo (eufemismo de cambio climático) los hayan privado de ser cuando corresponde, ser árboles en tiempo y forma. Este es el subtexto de dos películas bien distintas: El agente Topo (Maite Alberdi, 2020) y Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson, 2021). Los protagonistas, como los almendros, marcan el tiempo de diferente modo. Difieren en un compás, sienten y viven a un ritmo dispar. De algún modo nos empujan a reflexionar a propósito de pisar o no el acelerador, valorar la pausa o consumir la propia existencia con un afán emocional que, en ocasiones, se antoja capitalista. Si uno escribe como lee… ¿siente como consume?
Piensa en un funambulista entre dos azoteas. Manteniendo el equilibrio mira a su derecha y ve a una joven que pide aminorar el ritmo, a su izquierda un octogenario que no quiere perder la oportunidad de ser… Hablemos de Alana y Sergio, los protagonistas de ambas películas. Son mundanos, físicamente se tornan reales. Ella no comulga con la superficialidad, no es una joven con una cara pulida en euros de ácido hialurónico, ni él es el anciano desvalido con pinta de bonachón. Fuera clichés. Alana no vive rápido, quemando emociones y personas y él se distancia de aquel hombre de la tercera edad que debe quedarse en el sofá y ser invisible.
Licorice Pizza
¿A quién no le hace gracia la gente con morro? Los grandes amores siempre han sido profesionales del descaro. Descaro sin abuso, morro sin la psicopatía o el avasallamiento de un dirigente de estado.
Alana, la protagonista de Licorice Pizza, cuenta con Gary. Él puede que cante por María Arnal mientras va a rondarla. Es de esos chicos que te mantienen la sonrisa de medio lado. Ella se resiste: You,ve come a long way, baby, pero él va sobrado de carisma, es un comerciante nato, un profesional del vamos a intentarlo y ya veremos. Gary es un entusiasta de aquellos que siempre hay que tener cerca porque te contagian las ganas. Escuchar de fondo a Bowie y The Doors puede ayudar a allanar el camino…
Alana se implica y se resiste a la vez. Juventud y freno como contradicción. Y puede que esto nos acerque al personaje, que esta película trate de macerar, de tomarse tiempo para que suceda, frenando la engañosa efervescencia que siente la protagonista. No la adquieras y la disfrutes, no creas que la bajas de la estantería y debes pasar por caja.
Pero… ¿hay que dejar que las cosas sucedan poco a poco? ¿Hay que sentir sin importar el tiempo? Ya hablaba Karmelo Iribarren de la poca capacidad de decidir, de la arbitrariedad del momento al recordar a alguien «entre dos coches»…
El agente topo
Viajemos a Chile. Rómulo organiza una entrevista para encontrar a un topo para su siguiente misión. El elegido será Sergio, un octogenario que debe parecer un fulanito más en una casa del reposo.
Maravillosas las expresiones latinoamericanas, con el castellano una tiene la sensación de descubrir o redescubrir palabras a un ritmo frenético. No entiendes cómo algunas de esas expresiones están en desuso. La casa del reposo es como llaman los chilenos a la residencia de ancianos.
El agente está dispuesto a todo, tiene la libertad de ser y aprovechar la oportunidad. ¿No le corresponde dar, de nuevo, cuerda al reloj?
Este falso documental funciona visualmente, cumple todos los tópicos del cine negro: sombras de persianas, flexos cegadores o informes con clips. También cuida el detalle al evitar planos generales para situar la residencia, utilizando planos más cerrados de flores que son regadas, puede que como metáfora. Las flores regadas y la casa del reposo que se antoja casa del cuidado…
Esta película te hace reír y te enternece a partes iguales. Sergio y su caligrafía de alelí; alguna que otra declaración de amor sin futuro distópico ni tener que escapar como en La langosta; los personajes que solo hablan con refranes («beso y abrazo no sacan pedazo») o filosofar sobre la relación con la tecnología («yo no he hecho ninguna foto» y ha hecho quince sin darse cuenta.
Por su parte, Licorice Pizza es una oda a los años setenta. Esa reivindicación de la campana y la ausencia de sujetador. Esa sensación de querer ser tan modernos que, en algunos aspectos, seguimos siendo retrógrados. Es un canto a la juventud, al no te limites, al cuándo volveré a sentir esa intensidad.
Ambos títulos como dicotomía: vivir sin marcar los tiempos, con la desinhibición y el disfrute del público de Canal Sur, y el amplio rango dinámico de un ataque de risa, o pedir bajar el ritmo. Por favor, no levantes «el aire al caminar que hasta el farol de la cola me lo vas a apagar».
En estos días no es fácil hablar de cualquier tema. Sí es fácil hablar de cualquier película que cuente con Bowie en su banda sonora. Life on Mars siempre me puso de buen humor aunque su letra nos invite a pensar si realmente vivimos en Marte o deberíamos hacerlo. Y es que, en ocasiones, son otros los que fijan el calendario de floración de los almendros…
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