El asesinato es una tecnología – 20 de diciembre
Israel está utilizando inteligencia artificial para arrasar Gaza. Llaman al sistema Habsora, el Evangelio: militares y espías introducen datos, y el programa devuelve una lista de objetivos. Casas, apartamentos, mezquitas. Cien objetivos al día, según le dicen al medio israelí +972/Local Call. La cuestión es exactamente qué tipo de información procesa el Evangelio: imágenes de dron, llamadas interceptadas y observaciones de individuos. Con eso, la máquina traza perfiles de posibles militantes de Hamas o Yihad Islámica. No hace falta juicio, ni comprobación. El Evangelio habla, y los pilotos disparan. El asesinato es una tecnología.
Otros estados están mirando y aprendiendo, le dicen sobre el sistema al diario The Guardian. En treinta y cinco días, Israel atacó quince mil objetivos. «Es como una fábrica», le dicen militares israelíes a +972: «trabajamos rápido y no tenemos tiempo de profundizar en el objetivo». El cadáver es culpable incluso si se demuestra lo contrario. «Es una fábrica de asesinatos masivos», dicen otras fuentes menos entusiastas. Para el Instituto Internacional de Investigaciones de Paz de Estocolmo, hasta con humanos al timón existe el riesgo de desarrollar «sesgos automáticos» que les harían confiar tanto en la máquina que terminarían dominados por el propio artilugio.
La guerra siempre ha estado aliada al pensamiento. «Madre de todas las cosas», admiraba Hegel. Stephen Graham, geógrafo, habla de un «mundo en la sombra» de institutos, escuelas y centros de estudio dedicados a desarrollar la forma ideal de la conquista. En el caso de la guerra urbana, Israel despunta. Eyal Weizman, arquitecto, analiza en A través de los muros cómo los ideólogos militares hebreos han aplicado la filosofía posmoderna al campo de batalla: hacer un no lugar horadando agujeros en las casas para evitar las calles, atravesando apartamentos en lugar de avenidas, dejando las aceras para los bulldozers: para ganar la ciudad hay que disolverla.
La Ilustración fue compatible con el esclavismo y la bélle epoque dio lugar al matadero de las trincheras. Hoy el desarrollo tecnológico que acerca el conocimiento también facilita la destrucción sistemática. En Robocop, que Paul Verhoeven filmó en 1987, apuntaban a otra vertiente de la robotización de las guerras y la seguridad. «Les venderemos piezas durante 25 años. ¿A quién le importa si funciona o no?», se preguntaba el mercader de una guerra sin fin garantizada por la perenne necesidad de beneficios. No es relevante si las víctimas son inocentes o culpables, sino la máquina que vive de la destrucción, un evangelio siniestro que promete la muerte eterna.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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