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Tecnología para el genocidio y la impunidad – 11 de abril

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Google Photos es una de las armas de Israel para matar palestinos. Los drones sobrevuelan Gaza constantemente. Hacen un ruido peculiar, un zumbido de insecto apocalíptico. Seis meses después, los supervivientes se han acostumbrado a la tortura sonora cuando huyen, buscan comida o simplemente salen a ver qué ha sido de su casa. El dron los mira y los ordenadores procesan las imágenes. Google Photos es la mejor tecnología para reconocimiento facial de todas las que se han probado para elaborar una lista negra, una relación de objetivos. El poeta palestino Mosab Abu Toha cayó así. En su caso el software no fue perfecto. Lo identificaron como un terrorista y lo torturaron durante semanas. Un desliz de la máquina.

Google responde con vaguedades cuando The Intercept le pregunta por el uso de su aplicación para detener o matar a gente. Según sus propias normas, el servicio de fotos no se puede utilizar para «actividades que causen serio e inmediato daño a la gente». «Nosotros no identificamos», responden en Alphabet, la matriz de Google. Efectivamente. La identificación la hacen otras máquinas en poder del ejército de Israel. Como la Inteligencia Artificial Lavender, utilizada para seleccionar objetivos y destruirlos. Los israelíes la usan con un amplio margen de error: por cada target, pueden caer 20, 30, 100 civiles. Da igual. Ya no se habla de daño colateral. La neolengua del genocidio ahora prefiere margen de error.

La tecnología facilita la matanza impune. Los espías son ojos mecánicos; las mentes criminales, sofisticados algoritmos; los matarifes, aviones sin piloto dirigidos a kilómetros de distancia de los corazones bombardeados. Todos son entes ajenos al derecho internacional y la rendición de cuentas, como si no hubiera humanos comprando el software, dirigiendo el dron o dando la orden de fuego. Y un pueblo celebrando la matanza: el 80 por ciento de los israelíes apoya la destrucción de Palestina. La masacre maquinal los libera de culpa, porque el artilugio los aliena. El cadáver palestino es un «ser extraño, un poder independiente», diría Marx. Como el producto del proletario, la muerte también es una mercancía.

«Probado en Gaza», dicen los mercaderes de la destrucción en sus panfletos. La industria de la guerra celebra la muerte de los pueblos en Ucrania y Palestina, y proporciona el opio tecnológico para que asesinos y cómplices se distancien de los cuerpos carbonizados. Para eso se crea Skynet, la madre del Terminator de Cameron: «una máquina que aprende», hasta volverse contra toda la humanidad. La ciencia ficción juega con el miedo a la rebelión de las máquinas, y sugiere el más profundo terror a la derrota. Littel reconstruye en Las Benévolas la génesis y el despliegue tecnoindustrial del Holocausto. Y recuerda que «la hierba crece espesa sobre las tumbas de los vencidos». Nadie, sin embargo, le pide cuentas al vencedor.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.

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