Cinefórum CCCXCVIII: «Cromosoma 3»
La conexión entre esta película y la anterior, El extraño caso del Dr. Jeckyll, resulta tan evidente que casi resulta superfluo indicarlo. En ambas películas asistimos a un proceso médico: la exteriorización y personalización del mal, la forma en que un personaje que intenta librarse de su lado oscuro termina provocando el horror cuando esa oscuridad se muestra incontrolable y homicida.
Cromosoma 3 es la historia de un matrimonio fracasado, el de Frank (Art Hindle) y Nola Carveth (Samantha Eggar). Es también la historia de su hija, la pequeña Candice (Cindy Hinds), situada en la incómoda posición de intermediaria entre los adultos distanciados. Pero, de forma fundamental, es la historia del revolucionario psiquiatra Hal Raglan (Oliver Reed) y cómo su particular tipo de terapia, denominada psicoplasmática, provoca la aparición de una especie de homúnculos homicidas, encarnaciones vivientes de la ira reprimida de Nola contra todos los que la han dañado (de forma real o imaginaria).
David Cronenberg (que, como es habitual en su carrera, cumple aquí como guionista además de director) considera que esta es su «película de terror» más convencional, más adscrita a las normas clásicas del género y menos a sus propias paranoias personales. Pero, pese a esta naturaleza menos extrema, aún deja traslucir muchas de sus obsesiones características: la aparición de tumores y excrecencias corporales extrañas, el nacimiento de la nueva carne, provocado en este caso por la misteriosa ciencia de la psicoplasmática y el dominio de la mente sobre la materia. Poco se elabora, también, sobre esa ciencia que, hasta donde vemos, parece limitarse a extremas sesiones de psicodrama mal controlado. Las preguntas sobre este proceso son múltiples y nunca consiguen verdaderas respuestas. ¿Hasta qué punto es responsable, y consciente, Raglan de lo que sucede con Nola? ¿Es realmente su método el responsable de las desgracias que acontecen a otros personajes menores (como el hombre aquejado de carcinoma o el adicto a sus sesiones que aparece cubierto de pústulas tras su propio psicodrama)? Sus intenciones se desdibujan, y su muerte le sitúa en un terreno incierto, a medio camino entre un cruel científico loco y un incomprendido innovador.
Aunque el agente principal de los acontecimientos es Nola, el punto de vista privilegiado de la historia es el de Frank, el marido supuestamente cuerdo que solo se preocupa por su hija. Esto, sin duda, entronca con las motivaciones declaradas de Cronenberg para escribir este guion: como exorcismo y metáfora de su propio y agrio proceso de divorcio de su primera esposa y la lucha por la custodia de su hija, Cassandra (medio en broma, medio en serio, Cronenberg llega a decir que se trata de su propia Kramer contra Kramer). Nola, la mujer objeto de abuso infantil (la idea de la herencia del daño emocional sufrido en la infancia es fundamental en la película), la creadora más o menos involuntaria de monstruos homicidas, es casi una ausencia durante buena parte del metraje. Se habla sobre ella y en torno a ella constantemente, pero se la muestra muy poco y se empatiza aún menos con ella. Eggar está magnífica en sus escenas: casi hierática en algunas, vulnerable en otras, pero dedicamos más tiempo a seguir al insulso Frank y sus problemas.
La presencia de actores reconocidos y reconocibles, como el siempre magnífico Oliver Reed (que, sin duda, sabía mucho él mismo sobre formas insanas de gestionar la ira) y Samantha Eggar, junto con otros rostros prácticamente desconocidos, crea un efecto extraño que da al científico y a su víctima/verdugo un aire de no pertenecer al mismo mundo que los simples mortales que les rodean. También resulta interesante señalar que Reed aceptó reducir su caché en esta película y que, pese a la apariencia casi siniestramente paternal (y, por ello, edípica) de la relación entre su personaje y el de Eggar, ambos eran prácticamente de la misma edad e incluso amigos de la infancia.
Los efectos especiales resultan quizás en exceso toscos en la creación de los pequeños homicidas, y ciertas escenas pecan de provocar cierta incrédula comicidad. En este terreno, debemos mencionar la escena de la autopsia, en que, con una tranquilidad pasmosa e inexplicablemente con Frank presente, se desgranan las imposibles deformidades de uno de los seres homicidas. Sin embargo, el desvelado final del cuerpo de Nola y cómo engendra a sus criaturas funciona de forma mucho más, nunca mejor dicho, orgánica, mostrando la anatomía tumorosa que seguirá poblando las pesadillas cinematográficas de Cronenberg en años venideros y que ya aparecía en sus primeros trabajos.
Como detalle menor, debemos añadir que la película cuenta con una correcta banda sonora realizada por Howard Shore (famoso especialmente por su trabajo en la trilogía de El Señor de los Anillos), en su primer trabajo cinematográfico y la primera colaboración de muchas con Cronenberg (habiendo realizado la banda sonora de todas las películas del director desde 1979, con la excepción de La zona muerta de 1983).
Cromosoma 3 resulta una obra muy interesante como inicio de la parte más característica y reconocida de la carrera del director canadiense, y una entretenida historia de terror que, sin embargo, aún no ha alcanzado el refinamiento conceptual y estilístico de obras posteriores.
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