Hernán Pérez del Pulgar, el de las hazañas
Era noche cerrada. De esas despejadas pero sin luna. Un grupo de élite formado por quince caballeros y un escudero, pertrechados por la oscuridad, ultimaban los planes de asalto a una ciudad asediada. Su comandante, Hernán Pérez del Pulgar, pretendía tomar el símbolo religioso de la ciudad, destruirlo, y minar la moral de una población cautiva entre murallas. Su blasón era un león sobre fondo azul, rodeado de once castillos en representación a las once fortalezas que conquistó, y el lema de su escudo rezaba: Quebrar y no doblar; su físico era comparado con el de una montaña; su carácter, airado y temerario; su pasión, abofetear al enemigo. No es este el relato de una novela de fantasía épica: una vez más es historia, historia de España.
Si en esa época hubiera sido costumbre esculpir menhires, Hernán habría cargado uno a su espalda. Sí que vivía en un territorio que se había vuelto irreductible, rodeado de enemigos invasores, pero en otra época y lugar, y dicen que también era capaz de dar cuenta de un jabalí asado de una sola sentada. No precisó caerse siendo niño en una marmita, pues la lealtad a su rey y a los valores familiares eran suficiente poción mágica. Nacido en Ciudad Real, en 1451, pertenecía a una familia de hidalgos que durante generaciones habían puesto su espada a las órdenes de los reyes castellanos. Su abuelo había fallecido en campo de batalla, combatiendo nazaríes, y su padre quedado inútil de brazo y piernas durante la defensa de la plaza ciudadrealeña.
La leyenda del culipardo
Estaba orgulloso de su familia y su tierra, y tenía la convicción de honrar otro de los lemas de su familia, que más tarde elegiría como máxima para su escudo de armas: «tal debe el hombre ser, como quiere parecer». Por eso cuando, con tan solo diecisiete años y durante una estancia en la vecina y antagónica aldea de Miguelturra, seis soldados le acosaron e insultaron llamándolo chungo y culipardo, no dudó en batirse en duelo con ellos. Mató a dos e hirió de gravedad a otro, justo cuando los tres restantes decidieron retractarse de los insultos y pedirle clemencia. No tardó en correrse la voz de la gesta entre las poblaciones cercanas, que comenzaron a tratar a Hernán, apenas llegado a la edad adulta, como el héroe excepcional en que se convertiría.
Fue voluntario a combatir como escudero en lo que más tarde se conocería como la Guerra de Sucesión de Castilla, en que se proclamaron simultáneamente como reinas Isabel de Castilla y Juana la Beltraneja, que desde 1474 y durante cinco años, enfrentaría a los isabelinos contra los reinos de Portugal y Francia. Tal destreza demostró con las armas que, en 1481, los Reyes Católicos lo nombraron gentilhombre y le encomendaron tomar parte en la conquista de Granada.
Tras las líneas enemigas
«A esta guerra van a acudir los caballeros más ilustres, lo más granado del reino, los que traen bajo sus banderas un ejército de vasallos… Tú no tienes, Pulgar, más que tu brazo; más por la gloria de mis padres, que he de morir en la demanda, ó he de ganar más fama que todos los caballeros de Castilla».
En febrero de 1482, Don Rodrigo Ponce de León toma por sorpresa la plaza de Alhama aprovechando que esta se encontraba desprotegida, pues sus tropas habían acudido a la defensa de Zahara, cercana a Ronda. Junto con Hernán Pérez del Pulgar, se interna en secreto en territorio granadino y tras una lucha calle a calle, toma la fortaleza. Alertadas, no tardan en regresar las huestes de Muley Hacén, que asedian el sitio con un ejército de tres mil jinetes y treinta mil soldados.
La defensa se hace difícil y Ponce de León comienza a plantearse la rendición incondicional, cuando Hernán se ofrece para una misión suicida. Contra toda esperanza y acompañado tan solo por su escudero Pedro, logra salir de la fortaleza y atravesar disfrazado de mujer las líneas enemigas, consiguiendo llegar a Antequera para solicitar ayuda. Cuando los reyes, que se encontraban en Medina del Campo, se enteran de la noticia, reúnen un ejército de urgencia, compuesto por siete mil jinetes y cincuenta mil infantes. El propio Rey Fernando encabeza las tropas y junto a Hernán rompen el asedio y consiguen la retirada de los nazaríes.
Tras asegurar la plaza, el ejército castellano se dirige a la conquista de Loja, pero cae en una emboscada y sufre una severa derrota, tanto que a punto estuvo de dar fin a las pretensiones de reconquista. Afortunadamente para los cristianos, Muley Hacén es destronado por su hijo, Boabdil, que acaba de dar un golpe de estado en Granada, y la incertidumbre del momento permite recomponer el ejército cristiano y mantener el territorio arrebatado al enemigo.
El alcaide de las hazañas
En 1486, mediante cédula real expedida en Alcalá, es nombrado capitán general de Alhama. Desde allí y con tan solo ochenta hombres, conquista el vecino castillo de Salar, en el camino entre Loja y Granada, de gran importancia logística. Permite esta plaza que el rey Fernando asedie y conquiste Vélez-Málaga, a donde es llamado a combatir, al igual que en la batalla de Bentomiz y el cerco de Loja, hazañas tras las cuales es nombrado Alcaide del Salar.
Cerca Málaga, entra en la ciudad como emisario para convencer a los moros de la rendición de la ciudad y sitiando Baza consigue dar muerte a Aben-Zaid, el jefe de los ejércitos nazaríes. No hay batalla a la que no acuda, no hay llamada que no responda, y para 1490 es su fama de irreductible entre los castellanos tan grande que corean a su paso «El Pulgar, quebrar y no doblar». Los reyes católicos, tremendamente complacidos por las gestas de aquel que conocieron siendo escudero le nombran caballero y ordenan incluir en su escudo de armas una orla con diez castillos, en representación de sus conquistas.
Ese mismo año acudió a la defensa de Salobreña, que Boabdil el Chico había asediado. Los pozos estaban secos y la acequia de entrada a la ciudad había sido envenenada. Sin agua y sin alimento, los musulmanes esperaban una pronta rendición, pero cuando el comandante moro se acercó a las murallas para parlamentar, Hernán arrojo sobre él el último barril de agua, para acto seguido bajarse los calzones y mostrarle el trasero. Contra todo pronóstico, el ejército de Boabdil, tras atacar, fue incapaz de derrotar al del Pulgar, que ganó la batalla.
Al amparo de la noche
«Amparados en la noche quince jinetes cabalgan y Hernán Pérez del Pulgar es el que primero avanza».
Gracias al poeta, dramaturgo y político español Francisco Martínez de la Rosa, que en 1834 publicó una biografía novelada titulada Hernán Pérez del Pulgar, el de las hazañas. Bosquejo histórico, conocemos algunos de los episodios de la vida de este héroe castellano. Si bien la distancia temporal con el personaje nos permite pensar que muchas de estas hazañas entran en el terreno de la leyenda (no menos que otras gestas legendarias ampliamente aceptadas, como las del Cid Campeador o el Rey Pelayo), merece la pena al menos reivindicar su figura histórica y la inspiración que pudo ser para sus contemporáneos.
Seguramente la acción más relevante entre todas las heroicidades de Hernán fue esa que, como decimos, entra en la leyenda. Ocurrió en Granada en diciembre de 1490: la ciudad estaba cercada y la guerra ya había entrado en su última fase, esa de las intrigas, negociaciones de rendición e intercambio de rehenes. Boabdil se resistía a rendir el reino a pesar del acuerdo secreto que le permitiría exiliarse con todos sus bienes, así que se necesitaba dar un golpe de efecto que revelara a la población la debilidad de su posición y erosionase la confianza en el gobernante nazarí.
Una noche sin luna (relata Martínez de la Rosa), oscura como boca de lobo, Hernán Pérez del Pulgar, su escudero Pedro, y trece caballeros de entre los más valerosos de todos los castellanos, alcanzaron la muralla de Granada, pertrechados por las sombras. Desprovistos de armaduras, vestían capas negras e iban armados con armas ligeras envueltas entre trapos, para evitar el ruido del metal. Siete quedan escondidos entre el follaje acostando y silenciando a los caballos para cubrir la retaguardia y Hernán, junto con Pedro y seis más, atraviesan los muros arrastrándose por el cauce del rio Darro, cuyas aguas negras salen de la ciudad arrastrando heces y detritus, haciendo las veces de alcantarilla.
Llegan hasta la mezquita mayor, con intención de incendiarla, pero la encuentran protegida y no consiguen hallar lugar donde encender la mecha. Airado, decide probar suerte con la alcaicería, el recinto donde los comerciantes adinerados exhibían los productos más caros. Antes de irse saca un cartel que llevaba preparado, y con su propio puñal lo deja clavado en el portalón de lo que pronto será la catedral de Granada. Rezaba: «sed testigos de la toma de posesión que realizo en nombre de los Reyes y del compromiso que contraigo de venir a rescatar a la Virgen María a quien dejo prisionera entre los fieles». Cuando llegan a la alcaicería, el encargado de la mecha alquitranada se da cuenta de que se la ha olvidado a las puertas de la mezquita. Hernán, furioso ante tamaña incompetencia, a punto está de asestarle una puñalada en la cabeza de no intervenir el resto del grupo en defensa del incapaz Tristán de Montemayor. Otro de los caballeros se ofrece a ir en su busca, pero al regresar junto al grupo se topa de bruces con dos centinelas haciendo la ronda. Diego de Baena mata rápidamente a uno, pero el segundo consigue huir y dar la alarma. Consiguen por fin prender fuego a la alcaicería, y huyen defendiéndose de toda la guarnición de la ciudad, aprovechando las estrechas callejuelas, dando y recibiendo puñaladas, hasta llegar al límite de la ciudad amurallada.
Con apenas unos segundos de margen para escapar, Jerónimo de Aguilera es herido de flecha en una pierna y cae al foso. Insta a Hernán a que lo mate, pues habían jurado morir antes que ser capturados, y este le tira una lanzada con esa intención, pero yerra por unos centímetros. Deciden entonces hacer una escala humana, y agarrado por los tobillos, consigue liberar al atrapado en el pozo, alcanzar el rio Genil y dejar atrás, ensangrentados, llenos de heces y barro pero vivos, una Granada en llamas. Fue por esta gesta cuando, después de reunirse con la retaguardia y llegar a caballo al campamento real de Santa Fe, los reyes católicos le concederían el undécimo de los castillos de su escudo de armas.
Conquistada Granada en 1492, se le nombró Regidor de Loja, desposó a Elvira Pérez del Arco y se dedicó a escribir sus memorias y a meterse en peleas por las tabernas de Sevilla. En 1524, contando setenta y tres años, el emperador Carlos V le encomendó dirigir la guerra contra Francia en los pirineos y dicen que cuando regresó al hogar se lamentaba de no haber muerto en batalla.
En sus últimos años redactó, por encargo del emperador, la obra Breve parte de las hazañas del excelente nombrado Gran Capitán (Sevilla, 1527), donde se relata la intervención de su compañero Gonzalo Fernández de Córdoba en la guerra de Granada. Falleció plácidamente a la edad de ochenta años, aún fuerte como una roca, y se le concedió el privilegio único de ser enterrado en la catedral de Granada junto a los Reyes Católicos. ¿Cuán importante sería su figura para que nunca más este honor se concediera? Inspiró a Gabriel Lobo Laso de la Vega en su obra Romancero y tragedias (1587), y a Lope de Vega en la comedia El cerco de Santa Fe (1596-1598). Durante más de un siglo, sus hazañas fueron relatadas al calor del hogar, su nombre honrado, su memoria cuidada hasta que, como tantas veces ha ocurrido con los próceres, héroes y prohombres de la historia de España, su existencia fue olvidándose, sepultada por las sombras del tiempo, ignorada por las crónicas del desagradecido país que ayudó a crear.
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«Guerra de Sucesión de Castilla, en que se proclamaron simultáneamente como reinas Isabel de Castilla y Juana la Beltraneja, que desde 1474 y durante cinco años, enfrentaría a los isabelinos contra los reinos de Portugal y Francia.»
Guerra de Sucesión de la Corona de Castilla, en la que se enfrentaron Juana e Isabel de Trastámara. Guerra civil en todos los reinos de la Corona, completamente dividida, en la que Juana cuenta con el poderoso apoyo de su tío (y luego marido) Alfonso V de Portugal, tan hispano como lo era el apoyo aragonés a Isabel, por causa de su matrimonio con Fernando de Aragón.
La historiografía decimonónica era desde luego retroactiva y teleológica.
(En Portugal la cosa es aún peor: el relato de esta guerra, allí, es habitualmente una manipulación impresionante. Claramente orientada a mantener la separación y la fantasía de un coco «castellano»).
Creo que hay un error en el matrimonio de D. Hernán Pérez del Pulgar.
Su segunda esposa fue Dª. Elvira de Sandoval Medina y Mendoza. Casó con ella en 1508 en Sevilla.
Dª Elvira Pérez del Arco fue la tercera esposa y casó con ella año y medio antes de su fallecimiento (según escritos de D. Francisco Pérez de la Rosa – Obras completas, tomo 3º 1844)
Hola. Dice que desposó a Elvira Pérez del Arco, no si era su segunda o tercera esposa. «Conquistada Granada en 1492, se le nombró Regidor de Loja, desposó a Elvira Pérez del Arco y se dedicó a escribir sus memorias y a meterse en peleas». Tal vez se pueda malinterpretar que la desposó en 1492, aunque más bien parece que simplemente dice que la desposó después de la guerra de Granada (que acabó en 1492) siendo esté enlace posible entre ese momento y el de su muerte.
No parece que sea así. Creo que hay bastante confusión con el hecho de que su 2ª y 3ª esposa se llamasen «Elvira».
Con la segunda (Elvira de Sandoval Medina y Mendoza), casó al terminar la conquista de Granada, tras asentarse en Sevilla y con ella tuvo, al menos, tres hijos y una hija. Además, si consideramos que debió llegar a Sevilla en los últimos años del siglo XV (entre 1492 y 1500), y que su fallecimiento se produjo en 1531, quiere decir que vivió la mayor parte de su vida con ella, y es su segundo hijo (Fernando) quien hereda los derechos sucesorios por fallecimiento del primogénito.
No obstante, Carlos, muchas gracias por tu aclaración.