Reponedores, cajeros de supermercado, los empleados de las residencias de ancianos, repartidores a domicilio, limpiadores, basureros, transportistas, chóferes de autobús, operarios de lavandería industrial, jornaleros agricultores y recolectores, mueven el mundo. Forman parte del mismo engranaje que los servicios públicos sanitarios, las fuerzas de seguridad y los trabajadores de la educación y, como ellos, resultan ser los verdaderos pilares de la sociedad.
Sin embargo, mientras unos reciben estos días el merecido reconocimiento de la sociedad, otros siguen atrapados en el ostracismo que encierra la expresión trabajadores de baja cualificación, un término prácticamente peyorativo. ¿Qué conocen, quienes así os adjetivan, del esfuerzo, tiempo y energía que exige el desarrollo de estas actividades? La importancia de los conocimientos que se adquieren en su ejercicio, imprescindibles para culminarlos eficientemente, la experiencia necesaria para desarrollarlos con éxito, los riesgos laborales a que se exponen a diario en las carreteras, las calles y hoy, además, en el trato con el público. Los horarios imposibles de conciliar, los madrugones, la turnicidad o la actividad en días festivos. Adversidades inconmensurables, porque no se pueden medir, porque no se puede llegar a sentir toda su dificultad.
La fortaleza psicológica del personal de geriatría, de quienes atienden al dependiente, no se enseña en ninguna academia. No existe formación para resistir las altas temperaturas y el esfuerzo físico que soportan muchos operarios. De poco sirve el permiso de conducción sin los kilómetros a la espalda necesarios para adelantarse y reaccionar antes de que se produzca el accidente. No hay diploma de capacitación para dejarse la espalda y las manos al viento, la lluvia y el sol en el campo. Los empleados de baja cualificación soportan el mundo sobre sus hombros y es al son de sus pasos como este se mueve. A menudo son ninguneados, poco apreciados, mas siempre son las víctimas de la precariedad laboral, ganadores solo de los salarios más bajos; los primeros sacrificados cuando las crisis que ellos no provocan se ceban con las familias. Siempre los más expuestos, siempre los más vulnerables.
Si ha de servir de algo esta pandemia, que pasará, es para poner sobre la mesa, de una vez por todas, la necesaria revisión salarial que se les debe moral, histórica y socialmente. Para que el empleado de oficina deje de percibir al limpiador como un fantasma silente que vacía su papelera y el vecino del edificio valore los madrugones de quien friega la escalera; para que, al recibir un paquete a una hora distinta de la acordada, entendamos que también para el transportista existen el tráfico y el agotamiento y para que no castiguemos con mal humor al que nos trae una pizza que quizá llegue tibia. Para que dejen de ser invisibles. Para que no nos sean indiferentes.
Para que tratemos con el respeto que se merece a quienes nos prestan un servicio, nos atienden, despachan, limpian y entregan; para desterrar de este país que consideró deshonroso el trabajo manual durante demasiado tiempo, el derecho a ser descortés cuando entregamos unas monedas.
Pero sobre todo para que tú, empleado de baja cualificación, sepas que cuentas con el respeto y la consideración de tus conciudadanos. Para que estos días salgas de casa con la cabeza alta, porque tienes nuestro aplauso y nuestro apoyo. Para que sepas que tienes nuestro agradecimiento y valoramos tu esfuerzo.
Siéntete orgulloso, porque por fin nos damos cuenta de que eres tú quien mueve nuestro mundo.
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Gracias por agradecer, que estamos hasta el toto. Gracias
Es verdad, que No somos invisibles cojona, No quiero que me den las gracias, quiero que me den los buenos días. Soy limpiadora.