Autopista al infierno, con parada en quioscos y gasolineras
Grady Hendrix es conocido en España por cultivar una literatura que, con más voluntad que acierto, ha venido dándole una vuelta de tuerca a algunos de los temas clásicos de terror. Desde casas encantadas (Horrorstör, Cómo vender una casa encantada), hasta el satanic panic (El exorcismo de mi mejor amiga), pasando por el slasher (Grupo de apoyo para Final Girls), el vampirismo (Guía del club de lectura para matar vampiros) o las relaciones fáusticas entre el heavy metal y el satanismo (Vendimos nuestras almas), no hay novela que se traduzca del autor norteamericano que no venga abanderando un tópico reconocible del género, que, además, se nos va a presentar caricaturizado a través de sus títulos ligeros y sus espectaculares y originales ediciones.
Si bien esta carta de presentación puede ser engañosa dándonos una imagen poco seria de Hendrix (algo seguramente del agrado del propio autor), la realidad es que en Estados Unidos se trata de unos los grandes popes del terror actual; ya sea por su carácter polifacético (también es periodista, guionista, conductor de podcast y conferenciante), por el éxito de sus libros, por las adaptaciones audiovisuales de sus obras o por su condición de entusiasta especialista del género. Y precisamente esta última faceta es la que le ha traído hoy hasta aquí. Porque Minotauro acaba de publicar para este Halloween Paperbacks from Hell, la oscura historia de la ficción de terror de los años 70 y 80, su célebre ensayo de 2017 que le valió el premio Bram Stoker a la mejor obra de no ficción, amén de un hueco en el altar de los críticos culturales de ultratumba.
Con esos paperback (venidos del infierno) a los que se alude en el título, Hendrix se refiere a lo que nosotros entendemos en España como libros de tapa blanda o, más concretamente, libros de tapa blanda y/o de bolsillo baratos; ósea, los aquí llamados bolsilibros, que con su formato reducido y con su precio rebajado (novelas de a duro) saltaron, sobre todo a partir de los años cincuenta y convertidos en un género literario en sí mismo, desde los quioscos a las mesitas de noche coronando el olimpo de la novela popular. Podemos ver, por tanto, en los bolsilibros y en los paperbacks anglosajones a los herederos naturales de la literatura pulp, y como nos señala el escritor de Charleston, en el estudio de estos últimos encontramos la clave de bóveda del terror moderno en la literatura.
Lo primero que llama la atención del ensayo es la titánica tarea realizada por Hendrix, no solo de encontrar, sino de leer centenares de esos libritos que petaron las estanterías anglosajonas de supermercados, gasolineras y quioscos, y que hoy (algunos) sobreviven enterrados en las estanterías de saldo de librerías de viejo. Novelas que, como el autor cataloga, pueden clasificarse en todo tipo de subgrupos temáticos, a cada cual más loco, y que tienen en común haber sido escritas en muy poco tiempo, la mayoría por encargo, muchas con seudónimo, así como gozar de títulos sensacionalistas a la altura de sus premisas y presentarse con unas cubiertas artísticamente muy por encima de su contenido literario. De hecho, uno de los grandes aciertos de Paperbacks from Hell es darle el lugar prominente que merecen a ilustradores como Jeffrey Catherin Jones, Rowena Morrill, Ron Sauber, Jim Thiesen, Jill Bauman, James Plumeri o Tom Hallman, artistas que, explotados e ignorados, dotaron a los bolsilibros de terror de una imaginaría propia y de un aura que trascendía sus narraciones.
Ante los ojos del autor (y a través de su cerebro) desfilaron cientos de novelitas que él sitúa en siete categorías, una por capítulo del libro. A saber: satanismo, niños creepys, animales peligrosos, problemas inmobiliarios hauntológicos, ciencia creepy, gótico y romántico, inhumanoides, y un batiburrillo final de splatterpunk, asesinos en serie y freaks. Esto se traduce en historias que incluyen desde duendes nazis hasta bebés monstruosos, brujas ninfómanas, cerdos rabiosos, sectas satánicas erótico-festivas, juegos de rol homicidas y, en definitiva, cualquier tipo de ventosidad mental que se nos pueda ocurrir y que, sin duda, suena mucho más divertida resumida por el autor que leída por nosotros. Porque hay que señalar que a la erudición de su trabajo y a la evidente nostalgia de su análisis, se le superpone, en todo momento, un espíritu guasón que le quita cualquier atisbo de gravedad al conjunto.
No obstante, es de destacar que entre toda esa miasma estrambótica se van colando tímidamente novelas y autores reivindicables que, con acierto, son referenciados en un posfacio escrito por Will Errikson. Por eso llama la atención un detalle menor pero llamativo: el poco peso de Stephen King en el conjunto. Por supuesto, el nombre y la figura del escritor de Maine está presente en todo el libro, siendo citado cada poco tiempo como referente inevitable de buena parte de las categorías antes señaladas. Para bien y para mal, King, con su vocación de escritor popular y sus querencias pulp, ha contribuido como nadie a dar entidad a propuestas argumentales aparentemente menores; y lo ha hecho, como es sabido, con más éxito editorial y cultural (gracias al cine y la televisión) que nadie. Y, sin embargo, Hendrix pasa por encima de su figura e influencia (como) dándola por sabida, lo que contrasta aún más por el hecho de que sí dedique tiempo, por ejemplo, a la influencia literaria y cinematográfica decisiva de tres obras seminales que lo anteceden directamente (La semilla del diablo de Ira Levin -1967- y Roman Polanski -1969-, El exorcista de William Peter Blatty -1971- y William Friedkin -1973-, y El otro de Tom Tryon -1971- y Robert Mulligan -1972-), así como a otros nombres paralelas a él como Anne Rice, Clive Barker o Ramsey Cambell, entre otros.
Sea como fuere, el resultado final de Paperbacks from Hell es notable y digno de celebración. Supone la llegada a España de una oda, tan afinada como festiva, de un tipo de publicación que derivó en género propio y que consolidó, desde la literatura popular, una forma de entender el terror que no ha dejado de hablarnos, con excesos y sinvergonzonería, de nosotros mismos. Brindemos por ello desde el infierno.
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