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Batman v. Superman: Cuando el universo DC nació muerto

Batman v. Superman es una película que empieza y acaba con sendos funerales. No dudo que su director y su guionista piensan que es una decisión inteligente que da un motivo común a toda la historia. Puede que no se percatasen, eso sí, de la inesperada candidez del gesto, personificación del propio universo que han creado, condenado a existir en un círculo perpetuo, sin llegar a tomar vida propia.

Zack Snyder y David S. Goyer son la apuesta de DC para hacer frente a Marvel. Los dos encargados, bajo la alargada sombra de Christopher Nolan, de conseguir que Warner Brothers tenga un nuevo producto capaz de enfrentarse cara a cara con Disney y aproveche los avances de la compañía del ratón Mickey a la hora de construir un universo cinematográfico propio. ¿Una decisión acertada? Visto lo visto, todo parece indicar que no.

La casa por el tejado

El primer problema al que se enfrenta Batman v. Superman: el amanecer de la justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016) es su presentación como una suerte de precuela de una futura película de la Liga de Justicia. Frente al desarrollo orgánico que planeó Marvel, DC nos trata de soltar de golpe y sin aviso previo en medio de los pesos pesados de su universo, en una cinta que parece más interesada en prometernos emociones futuras que en satisfacernos a corto plazo.

Recordemos el proceso de construcción cinematográfica de Marvel: antes de llegar a los Vengadores, la productora realizó ni más ni menos que cinco películas, una de las cuales era una secuela de un título anterior. Además, partió de Iron Man (Iron Man, 2008), una sorpresa de la taquilla que tomaba a uno de los personajes más clásicos de su catálogo, pero que difícilmente podría considerarse uno de los grandes iconos mediáticos de la Casa de las Ideas. En una escena concreta, durante los títulos de crédito, se nos presentaba por primera vez la llamada «Iniciativa Vengadores». Los fans nos quedamos patidifusos y expectantes, sin acabar de creernos que realmente pretendieran construir su historia hasta llegar a una película en la que pudiéramos ver a los héroes más poderosos de la Tierra reunidos.

Pero Marvel no nos engañaba. Hulk, Thor, el Capitán América y una segunda y muy inferior película de Iron Man, confirmaron nuestros deseos más locos: Los Vengadores eran una realidad. El proceso había sido natural: cuando por fin vimos reunidos a todos los superhéroes en la gran pantalla nada nos resultó extraño, todos ellos compartían un mismo mundo y una misma historia. Lo sabíamos porque habíamos visto sus aventuras anteriores y estábamos preparados para admitir lo que se nos mostraba en la pantalla.

Frente a esa idea, DC ha decidido que no tiene tiempo para minucias como preparar el camino. Es justo admitir que la maniobra de Marvel le pilló a pie cambiado: Iron Man se estrenó el mismo año que lo hacía El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008). El éxito de la película de Nolan hizo que Warner Bros no quisiera enfrentarse al director y postergase un posible reinicio hasta que este terminase su trilogía. Por si eso fuera poco, apenas hacía dos años que Superman Returns (El regreso) (Superman Returns, 2006) no había conseguido el éxito que se esperaba. La situación se agravó cuando Linterna Verde (Green Lantern, 2011) resultó un fracaso absoluto de público y crítica. De hecho, gracias a la filtración del guión de la película de The Flash que nunca fue producida, sabemos que DC creía firmemente que Linterna Verde podía ser el inicio de su propio universo cinematográfico, usando las escenas tras los créditos al estilo Marvel.

Fue tras este fracaso cuando DC decidió poner todos los huevos en la misma cesta: El hombre de acero (Man of Steel, 2013). Para la dirección, un Zack Snyder al que la publicidad calificaba de «visionario director»; para el guión, David S. Goyer, que venía de colaborar con Christopher Nolan. Lo cierto es que Snyder también había sido el responsable de un dislate del tamaño de Sucker Punch (Sucker Punch, 2011) y que Goyer cuenta en sus créditos con Blade: Trinity (Blade: Trinity, 2004) o Jumper (Jumper, 2008). El resultado fue una cinta que cometió el peor de los delitos: no respetar a su personaje principal. En el Superman de Zack Snyder apenas se reconoce al de los cómics, algo imperdonable.

Pero la película tuvo éxito en taquilla. Incluso reunió a un buen número de fans locos dispuestos a defender cada una de las decisiones de la pareja creativa. DC respiró por primera vez y se puso manos a la obra para tratar de asaltar el trono de Marvel. Pero, donde la segunda había apostado, como ya comentamos, por un crecimiento orgánico y casi natural, la primera optó por apostar todo al rojo y negro: Batman v. Superman, sus dos mayores iconos frente a frente. Y por si eso fuera poco, decidieron que saliese Wonder Woman e incluir cameos de The Flash, Aquaman y Cyborg. Y también que Batman lleve más de veinte años actuando en la sombra aunque no se le mencionase en El hombre de acero. ¿Por qué no? Todo junto, todo mezclado y todo rápido, de manera que la gente no tuviese tiempo a pestañear, mientras la compañía imponía un ritmo lo más loco posible con al menos dos películas por año.

Entre tanto, proyectos que aparecían y desaparecían (mención especial para el Sandman de Joseph Gordon-Levitt y la Liga de la Justicia Oscura de Guillermo del Toro), promesas de una segunda parte oficial de El hombre de acero sin fecha de estreno o de un Batman de Ben Affleck que tampoco tiene ninguna fecha concreta. La sensación es de atropello, de querer abarcar todo lo posible y lograr en dos películas lo que Marvel tardó seis en hacer. Crear su propio universo, pero hacerlo de la noche a la mañana, a brochazos y sin pararse en los pequeños detalles. El objetivo lo justifica todo.

De tonos y superhéroes

Es habitual que los defensores de las dos películas dirigidas por Zack Snyder digan que estas son más adultas que sus equivalentes en Marvel. Tras ese comentario parece esconderse, en realidad, un juicio de valor más amplío que viene a defender que si no te gustan estas películas es que no puedes entenderlas. La cosa es más seria de lo que parece, basta rebuscar entre las declaraciones antes del estreno de Batman v. Superman para encontrarse a los directivos de Warner Bros diciendo que tenían miedo de que la gente no entendiese la película porque era demasiado intelectual. También vimos a Ben Affleck en la Comic Con, admitiendo que la película trata temas muy complejos que él mismo no podía entender.

Vamos a perdonarle ese lapso a Affleck. Todos sabemos que en la promoción de una película se pueden decir todo tipo de tonterías que no se deben tener en cuenta. Lo grave es que hay gente que se lo ha creído, confundida por un supuesto tono de seriedad que, en realidad, esconde la mayor de las estupideces. Batman v. Superman, a diferencia de lo que ella misma pregona, no es una película para adultos, sino para adolescentes.

La obsesión de Snyder y Goyer por construir personajes más adultos y creíbles no llega más allá de la idea de madurez que puede tener cualquier quinceañero que cree que hacerse mayor es poder hacer lo que quiera sin rendir cuentas a nadie. Tanto Superman como Batman son dos personajes por encima de la justicia y la humanidad. Las vidas humanas no tienen ningún valor para ellos, ni tampoco el bien común. Se trata de dos sublimaciones del adolescente que todos hemos sido o somos. Por un lado, tenemos al superpoderoso e invulnerable, apenas un niño enfurruñado que es capaz de dejar que vuelen la cabeza a un agente de la CIA sin inmutarse, para después bajar a salvar a su novia pase lo que pase. Por el otro, un justiciero sin límites que sabe que tiene razón y los criminales no merecen vivir. Algo que no es nuevo, pero sí que es destacable porque en esta ocasión la película le da la razón.

Si Marvel decidió desde el principio que su universo cinematográfico debía de pintarse con colores claros y considerarse como un mundo en el que todo el mundo querría vivir, DC opta por la respuesta contraría. El mundo de Batman v. Superman es un lugar oscuro, lleno de corrupción y de violencia, donde los héroes ven su condición como un castigo y no como una oportunidad de ayudar al prójimo. Metrópolis y Gotham se sitúan cada una a un lado de la misma bahía, pero podrían ser una sola: una misma urbe vacía de gente y situada ahí solamente para el uso y disfrute de las capacidades destructivas de nuestros supuestos héroes. Por supuesto, ninguno de nosotros querría vivir en ese mundo en el que Superman, el icono de la esperanza y la virtud, es una suerte de mesías castigador, arbitrario y carente de todo sentido de la ética.

Porque eso es lo que Snyder y Goyer entienden por madurez. Los personajes buenos, las aventuras, son para niños. Aquí estamos para copiar lo peor de las películas de Batman de Nolan: los discursos falsamente profundos, los personajes con los que es imposible empatizar, las tramas sin sentido y los metrajes elefantiásicos. El problema es que todo lo bueno de la trilogía del Caballero Oscuro ha desaparecido, sustituido por escenas de combate que rozan con una delectación pornográfica la destrucción.

Los personajes de DC parecen creer que la única solución posible a cualquier conflicto pasa por el enfrentamiento directo y físico, sin dejar lugar para el diálogo, ni para una actitud que no sea la de permanente exhibición. No sorprende tanto si tenemos en cuenta lo que sucede cuando el guionista trata de solucionar una situación por medio de algo diferente a una colección de golpes, hasta que uno de los contendientes muere: la escena en la que Batman y Superman superan sus diferencias y se convierten en aliados permanecerá para siempre en el altar de los momentos más estúpidos del cine contemporáneo por méritos propios.

Puede entenderse que algunos espectadores reclamen cintas de superhéroes con un tono más adulto y oscuro que la mayoría de las producidas por Marvel; lo que no se puede comprender es que crean encontrar esto en una cinta como Batman v. Superman. El camino a seguir debería ser, más bien y en opinión del que esto escribe, el de la maravillosa Capitán América: el Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014), una auténtica recuperación del thriller político con una fuerte inspiración setentera y que, esta sí, considera a su espectador como una persona adulta y capacitada para la reflexión.

Batman Superman Main

De sagas y su aprovechamiento

Otro aspecto a destacar de esta Batman v. Superman es su intención saqueadora de algunas de las más importantes sagas de ambos personajes para su construcción. Lejos de idear una historia original, lo que ha hecho Goyer es coger algunos momentos sueltos de El regreso del Señor de la Noche y La muerte de Superman y dedicarse a unirlas con escenas sueltas que apenas parecen tener mucho sentido por sí mismas. Si estuviésemos ante un cómic podríamos decir que es una colección de viñetas casi inconexas que tratan de llevarnos desde un gran suceso al siguiente en una sucesión de frases supuestamente trascendentes e impactantes. Si esto ya podría ser casi ilegible sobre el papel, en cinta la cosa es mucho peor.

Batman y Superman están condenados por Snyder a no llegar a ser auténticos personajes en ningún momento. Son iconos que se pasean por delante de los espectadores soltando sentencias risibles, mientras a su alrededor todo el mundo parece sobrar. Uno llega a sentir auténtica lástima por Henry Cavill y Ben Affleck, atrapados en unos papeles que solamente les exigen poner cara de intensos y pronunciar sus frases sin caer en la carcajada. Algo mejor parada sale Gal Gadot como Wonder Woman, aunque me temo que eso sea porque su metraje en la película es mucho más reducido y se centra en las escenas de acción.

El uso de las dos sagas mencionadas anteriormente por parte del dúo Snyder/Goyer muestra también otro de los grandes problemas de la película, emparentado con lo comentado acerca de cómo trata de empezar la casa por el tejado: no conocemos lo suficiente a los personajes para que esos sucesos nos afecten de verdad. Cuando Batman se enfrenta a Superman en El regreso del Señor de la Noche, sabemos que estamos ante una auténtica lucha cainita entre dos personas que eran casi hermanos, más que amigos. Sufrimos porque no estamos solamente ante el enfrentamiento de dos arquetipos sino, sobre todo, ante la lucha entre dos amigos que han terminado en posiciones contrarias. En contraste, durante la película, estamos ante la lucha de dos desconocidos, un enfrentamiento al que nosotros como espectadores tenemos que añadir todo posible contenido trascendental.

Con La muerte de Superman ocurre algo semejante. Cuando  la saga del cómic tuvo lugar, su repercusión llegó a alcanzar las noticias generalistas o a merecer su mención en las comedias de situación televisivas más populares. Superman, el gran icono americano, el inmortal hombre de acero, había muerto. El primer cómic de Superman se publicó en 1938. Su muerte tuvo lugar en 1992. Esos cincuenta y cuatro años, centenares de historias consiguieron que el público estuviese dispuesto a sorprenderse y asustarse con la muerte del superhéroe. A Goyer le han bastado dos películas para considerar que ha llegado la hora de seguir esa trama.

Ambas decisiones no son solamente fáciles, mostrando una falta de confianza preocupante a la hora de construir situaciones propias, sino que directamente nos roban a los espectadores algunos grandes momentos cinematográficos que podrían haber existido. Nunca volverá a haber una primera lucha entre Batman y Superman. Lo que debería haber sido una experiencia irrepetible y mágica, un choque entre titanes que nos enfrentara contra nuestra concepción de los propios personajes, se ha convertido en un reclamo publicitario que tiene lugar durante la primera cinta de un nuevo Batman. La muerte de Superman, del mismo modo, debería haber sido un suceso creíble, un acontecimiento que jugara con su credibilidad mediante una posible retirada del actor principal del papel o alguna estratagema similar. En su lugar, nadie en su sano juicio puede creerse cuando se encienden las luces de la sala que Superman no vaya a resucitar, seguramente al tercer día, por seguir con las abundantes y cargantes alusiones cristianas del personaje.

Al igual que otras películas cometen el también imperdonable error de matar a sus villanos tras el primer enfrentamiento (el mejor ejemplo puede ser la Batman de Burton), lo que hace aquí la dupla Snyder/Goyer es aún peor: han acabado con algunos de los mejores momentos que nos podrían haber dado las adaptaciones cinematográficas de los personajes y apenas nos han dado nada a cambio.

Un universo muerto

¿Puede funcionar el universo DC? Desde luego, es imposible negar que pueda terminar siendo un éxito en taquilla (Batman v. Superman ha empezado arrasando), o incluso que eventualmente algunas de sus entregas puedan llegar a ser films notables. Pero lo que es indudable, al menos en mi opinión, es que se trata de un proyecto condenado al fracaso, algo de lo que no tienen culpa los personajes ni, en ocasiones, los actores.

Es fácil atacar a los que reniegan de las adaptaciones de DC diciendo que en realidad son fans de Marvel y que por eso niegan la genialidad de las películas. Lo cierto es que pocos personajes tienen tanta fortuna popular como Batman y ninguno es tan icónico como Superman. Basta ver lo sucedido con las películas de Christopher Nolan dedicadas al murciélago de Gotham para darse cuenta de que lo único que quiere la gente es que las películas de DC le gusten. Están dispuestos a dejar pasar cosas que normalmente le resultarían imperdonables para conseguirlo. Con Superman estoy seguro de que sucede lo mismo; hasta en películas fallidas como Superman Returns, los críticos estaban dispuestos a ser benevolentes porque, qué demonios, ¡es Superman!

Y esa actitud es comprensible, porque el verdadero peso de DC frente a Marvel siempre ha sido la condición de arquetipos que tienen sus dos grandes personajes. El superhombre y el detective, la luz y la oscuridad. Ambos unidos, eso sí, por un código de conducta que les separa de aquellos a los que se enfrentan y que se centra en un mandamiento básico, que les permite seguir siendo superhéroes: no matar. Gracias a esa conducta, y no a otra cosa, sabemos que Superman y Batman son auténticos héroes, son los buenos. Por eso querríamos que existiesen, para poder saber que nuestro mundo está un poco más a salvo gracias a ellos, que tenemos un ideal al que aspirar.

Pero en universo cinematográfico de DC se construye con pies de barro al admitir que en él nuestros mayores iconos no son mejores que sus rivales. Batman es un asesino implacable al que no le importan lo más mínimo posibles daños colaterales, convertido en un trasunto del Charles Bronson de las entregas más alucinadas de la saga de Yo soy la justicia. Superman, una suerte de Dios castigador, separado emocionalmente de la humanidad y cuyos actos heroicos se nos presentan más como una carga que soportar que como una decisión consciente del personaje.

Con esos ingredientes parece difícil, si no imposible, que el resto del universo pueda mantenerse en pie según avancen las entregas. Si DC pretende llevarnos con regularidad a esa suerte de reverso tenebroso de nuestra propia Tierra en el que habitan estos personajes, espero que los espectadores le den pronto la espalda. Será doloroso, porque quién sabe cuánto tardaremos en volver a tener a los dos superhéroes más grandes del mundo en nuestras pantallas; pero tal vez así tengamos una versión de Batman y Superman que realmente merezca la pena y podamos volver a sorprendernos al creer que un hombre puede volar.

Ismael Rodríguez Gómez
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Un comentario

  1. Bravo!!!!
    Me saco el sombrero ante tan genial y acertada critica.
    Espero poder encontrar una critica a Logan, si has sabido hablar con tanta elocuencia de esta… cosa que es una falta de respeto a personajes tan míticos.

    Saludos desde Argentina.

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