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Breve carta de amor a LaSoga (por nuestro X aniversario)

Hoy hace exactamente diez años que se pudo acceder por primera vez al dominio que está usted visitando (www.lasoga.org) y que tres compañeros y yo mismo habíamos arrendado unas semanas antes. Uso esa palabra, ese concepto (arrendamiento), porque ya saben que cuando un sitio web muere sin descendencia su dominio vuelve al limbo del ciberespacio, llevándose con él todo el sudor y todo el trabajo que le han dado forma. Es decir, que los cimientos de LaSoga son nuestros, los pusimos nosotros, pero también son de algún otro que no queda claro quién es, pero que seguirá ahí cuando, algún día, el edificio quede en ruinas. Tampoco esta tierra es para el que la trabaja, pero no importa, porque algo habrán hecho (o no) esos tipos listos que crearon el nuevo mundo y le pusieron carreteras; así que nosotros trabajamos en silencio porque queríamos que al poner nuestro cartel el cliente y lector encontrase algo medianamente presentable aquí dentro. Desde entonces y para que vean que no somos unos esnobs, hemos tratado de hacer tanto ruido como el que más, porque eso también es (inevitablemente) parte de este oficio que para nosotros no acaba de serlo.

Para bien y para mal no tuvimos una salida de purasangre: arrancamos al trote cochinero, pero contentos. Y, la verdad, es que esta carta podría ser brevísima en lugar de breve y acabarse aquí mismo, porque así seguimos. Sería, eso sí, un texto algo anticlimático y muy injusto con todos los que nos fuimos encontrando por el camino. Aceleremos un poco para no ser demasiado sensacionalistas: muy pronto, los cuatro fuimos seis y luego siete. De hecho, nosotros mismos decimos siempre que todo fue así, como es ahora, desde el principio, aunque en ese principio quepan meses o incluso años. Alcanzada nuestra forma final y primigenia, adonde yo quería llegar era a esta parte en la que pretendo no tanto agradecer su colaboración a todas las personas que han medio-colaborado con nosotros, como reflexionar sobre la existencia de esas extrañas figuras que a LaSoga le han dado mucho y a nosotros todavía más: las personas que nos han ayudado.

Carteles, logos, precios rebajados, artículos, sintonías, secciones y, muy pronto, un evento por nuestro décimo aniversario: todo lo hemos hecho con ayuda y habríamos sido incapaces de hacerlo sin ella. A nuestro alrededor, hay medios que se enorgullecen de no tener prisa o de ser realmente independientes. Tienen motivos para sentirse orgullosos y nosotros para agradecerles su orgullo, porque la propia concepción de su proyecto impone el cumplimiento de unos estándares que, durante años, han servido de contrapeso a la deriva de un mundo que nosotros queríamos contribuir a enriquecer pero que a pesar de todo siguió yéndose a la mierda.

Desde el título queda claro que esto no es exactamente un editorial. No hablo en nombre de nadie más cuando digo que, a nivel personal, el sinfín de temas sobre los que hemos escrito y el conjunto de actividades que hemos impulsado en LaSoga a lo largo de estos diez años ha hecho de este uno de los proyectos con los que más he aprendido en toda mi vida. Sobre todo, he aprendido cosas de mí mismo; también alguna de los demás. Organizarse con un grupo de personas para formar una asociación cultural y comunicar algo, lo que sea, de forma mínimamente plural, es un reto mayúsculo. Y, sin embargo, lo que a mí más me enorgullece es algo que hace mucho tiempo algunos que saben de esto más que nosotros nos advirtieron que nunca dijéramos: que no somos profesionales, que no pretendemos serlo. Estamos dispuestos, por supuesto, a cruzar alguna línea de meta. Lo que no es negociable es seguir juntos al trote, cochineros, pero contentos.

Es una buena forma de vivir. Muchas gracias a tod@s.

Víctor Muiña Fano
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