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Arte y Letras

Mala pinta, de Spike Milligan: olvidado dios del humor británico

Aunque parezca mentira, hay una gran parte de la cultura británica que nunca llega a nuestro país o que, caso de hacerlo, ejerce una influencia tremendamente minoritaria con respecto a su trascendencia en las islas. Será cosa del idioma, pero es fácil que mezclemos lo británico con lo estadounidense (de donde ciertamente nos llega casi toda la producción para el mercado popular) y que pasemos por encima figuras que en las islas son auténticas instituciones. En la literatura, podríamos pensar en el caso de El final del desfile (Parade’s End, 1924-1928), obra capital en Inglaterra y publicada por primera vez en España en 2009. Lo mismo pasa con Mala pinta (Puckoon, 1962), que ha esperado  más de medio siglo para ser publicada por primera vez en nuestro por Blackie Books.

Y eso que Mala pinta lo tendría todo para haber llegado antes a nuestro país. Es una novela corta, divertida, irreverente y tuvo una adaptación cinematográfica en 2002. Nada de eso debía de servir para mucho aquí, donde la figura de su escritor está muy lejos del respeto reverencial que despierta en el Reino Unido; hasta ahora, Spike Milligan ha engrosado el montón de referencias que ignoramos tranquilamente junto a Jeeves y Wooster (aunque al menos a ellos los tenemos editados desde los sesenta en castellano), la ya mencionada El final del desfile y tantas otras obras capitales. Milligan sigue siendo a día de hoy un desconocido para el público español, algo incomprensible si tenemos en cuenta el éxito que tiene en nuestro país el trabajo de sus más afamados seguidores, los Monty Python.

Revolucionando el humor: Spike Milligan

Hacer siquiera un somero repaso de la biografía de Spike Milligan se antoja imposible. Como buen cómico inglés, su trayectoria incluye una extraña mezcla de tradicionalismo y sucesos extraños que van construyendo una figura casi inabarcable. Nació y vivió hasta los doce años en la India para después mudarse a Londres y convertirse en trompetista de jazz, afiliándose a las juventudes comunistas mientras Mosley aglutinaba apoyos a su alrededor.

Participó en la Segunda Guerra Mundial y escribió varios libros contando sus desventuras durante el conflicto. Entre cosas, comenta que en su unidad, todavía en Inglaterra, llegaron a hacer prácticas de tiro sin munición y gritando «bam» cuando disparaban porque les habían mandado un cañón anticuado sin acceso para cargar proyectiles. Después participaría en la campaña del norte de África y en la de Italia hasta que resultó herido. Gracias a ello pudo abandonar definitivamente su puesto de artillero para dedicarse a entretener a las tropas, mezclando su pericia musical con números cómicos.

Pero si recordamos a Spike Milligan es porque, al ver que no acababa de ganarse la vida con lo del jazz, se juntó con Peter Sellers, Harry Secombe y Michael Bentine. Por supuesto, a día de hoy es fácil opinar que la fama de Peter Sellers eclipsó la de todos los demás, pero en el contexto de la comedia británica estamos hablando de una suerte de supergrupo que, además, ya estaba formado por estrellas antes de su estrellato colectivo. El resultado fue una serie de radio que ya es historia de las ondas en el Reino Unido: The Goon Show.

Entre 1951 y 1960 The Goon Show estuvo en el aire y, aunque perdió pronto a Michael Bentine, mantuvo a sus otros tres intérpretes. A su obra se han dedicado películas como el fracaso comercial de Down Among the Z Men (id., 1952). El éxito del programa fue tal que las obligaciones derivadas del mismo llegaron a ser, según Spike Milligan, la causa de una serie de desórdenes que derivaron en un síndrome maníaco depresivo. El momento más notable del mismo se dio cuando el humorista se convenció de que debía matar a Peter Sellers y acudió con un cuchillo a su apartamento. Por suerte, ya que la vida de Spike Milligan se pareció siempre a uno de sus gags cómicos, atravesó la puerta de cristal del edificio sin abrirla y consiguió quedarse dos semanas bajo sedación, tardando un par de meses en recuperarse. Para entonces ya había superado sus ansias homicidas y sabía que necesitaba ayuda.

Tras The Goon Show llegaría la época que terminó de situar a Spike Milligan en el panteón del humor: su participación en la televisión británica. Allí hizo todo lo posible para tratar de llevar a la pantalla lo que ya había ensayado en la radio, una sucesión de escenas locas con poca relación entre sí y una miríada de personajes que entraban y salían de pantalla en un desfile de locura constante. Finalmente conseguiría materializar su idea con todo su esplendor en Q5, estrenada en marzo de 1969; la producción que Monty Python definió como aquello que siempre habían querido hacer. Para entonces, su propio programa ya se estaba preparando; se estrenaría en octubre de ese mismo año y superaría la fama del de Spike Milligan, demostrando que, en aquella ocasión, los alumnos podían superar al maestro.

El resto de la carrera de Spike Milligan pasaría por las nuevas series de Q (que iban subiendo su numeración), participaciones en películas, libros, obras poéticas, la publicación de unas memorias que llegan hasta 1950 y una pequeña participación en La vida de Brian (The Life of Brian, 1979). Milligan se había convertido en una figura central de la comedia británica, una suerte de patriarca al que todos adoraban y respetaban. John Cleese llegó a decir que era «el Dios de todos los cómicos».

Es curioso y a la vez coherente con su biografía, que en ningún momento consiguió la nacionalidad británica debido a que había nacido en la India. Pese a haber servido seis años en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, su solicitud de pasaporte fue denegada. El hecho de que su padre fuese irlandés le permitió acceder a la nacionalidad irlandesa. No es este un suceso sin importancia, dado que muchas de sus obras, incluida Mala pinta, juegan precisamente con los tópicos de la Isla esmeralda y sus gentes.

A su muerte, en 2002, dejó trás de sí una pelea por su herencia entre su viuda, que era su tercera esposa, y los hijos de matrimonios anteriores. También un legado de comedia loca y disparatada, una ruptura de las convenciones y una revolución en la radio y la televisión que después sería adaptada para el gran público. En cierta medida, se le puede considerar uno de los padres de lo que hoy en día llamamos genéricamente el «humor británico», desde los Monty Python a Terry Pratchett, pasando por Black Books, IT Crowd y todo lo que se nos ocurra unir a esta sucesión de brillantes disparates.

Mala pinta: Algo huele a podrido en Puckoon

El genio de Spike Milligan era tal que no podía limitarse solamente a sus apariciones en radio y televisión. Su alocada idea del humor era tan potente que también podía plasmarse en el papel. Si ya se dice que, en el cine, es mucho más fácil hacer llorar que hacer reír, qué vamos a decir de la literatura: la escritura del humor es un arte tremendamente complicado en el que el autor debe encontrar el punto intermedio entre la hilaridad de los sucesos que narra y su capacidad para enganchar al lector.

La obra de Spike Milligan, hija de su concepción humorística absurda y llena de apartes y escenas sueltas, se basa en una acumulación de sucesos surrealistas que terminan abrumando al público; pero, además, tiene la infinita fortuna de unir el humor a una prosa efectiva y bella en el uso de los recursos literarios. No es un autor que abuse de la palabra, sino que a menudo prepara cuidadosamente cada chiste guiándonos con una mano firme que trata de escribir solo lo necesario, evitando resultar pesado en todo momento.

La trama, por mucho que sea lo que se subraya en los materiales promocionales, en realidad no tiene demasiada importancia. Es cierto que la idea de que el trazado de la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte se decidió un poco de cualquier manera, en una reunión nocturna un tanto acelerada, tiene mucho gancho. Pero lo cierto es que dicho suceso no adquiere importancia hasta casi la mitad de la novela y que, para entonces, ya estamos totalmente inmersos en la vida de un pequeño pueblo irlandés lleno de hilarantes personajes con unas ideas más bien extrañas sobre la vida.

El título original de la novela, Puckoon, hace referencia al nombre del ficticio pueblo situado «a varias millas métricas y media al noreste de Sligo». Salvo por no tener costa, podría coincidir perfectamente con aquellas poblaciones dejadas de las manos de dios que conocimos en la película de Despertando a Ned. La diferencia es que estamos en 1924 y, claro, todo es más loco. El IRA anda suelto, hay un policía chino en el pueblo, nuestro protagonista habla directamente con el escritor y el párroco local no sabe cómo solucionar los problemas económicos de su iglesia.

Mala pinta se construye en base a escenas sueltas, apartes llenos de ironía y una sucesión de personajes tan miserables que uno debe reírse con ellos, pero también de ellos. Al igual que pasaba con sus programas de humor, da la impresión de que Spike Milligan sentía la necesidad de introducir todas sus ideas en el texto, sin pararse a pensar en la coherencia interna. Si tenía un buen chiste sobre irlandeses no dudaba en crear la situación necesaria para poder soltarlo. Así es cómo un circo dirigido por un italiano, una residencia de ancianos algo peculiar o dos funcionarios de aduanas con poco en común pueden pasear juntos por unas páginas en las que la trama aparece y desaparece, sirviendo como fino hilo conductor a una serie de gags que construyen un interesante fresco de la Irlanda más costumbrista y popular.

El estilo de Spike Milligan terminaría dando a la luz a seguidores como el mismo Terry Pratchett, que no dudaron en reforzar la trama central de las novelas para conseguir acercar el humor británico al público general, a nuestra concepción de lo que sería «una novela de verdad». Pero en Mala pinta ya habita esa genialidad, esos saltos al vacío literarios que nos hacen apreciar la literatura humorística. Posiblemente no podíamos ser conscientes de la falta que hacía que Mala pinta esté por fin publicada en español hasta haberla leído.

Ismael Rodríguez Gómez

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