En la sociedad de la información es casi imposible acercarte a una obra cultural sin conocimientos previos ni expectativas prefijadas. Es más, la propia experiencia cultural se ha trasformado hasta el punto que, en parte, el disfrute de la obra pasa por ese carácter procesual anterior. Desde dimes y diretes en los mentideros de las redes sociales hasta, en el caso del cine, trailers que te cuentan la película entera o teaser trailers, o sea, trailers de los propios trailers (!), todo pasa por alimentar un hype (o un hate) que, irremediablemente, va a condicionar tu experiencia. Ejemplo paradigmático de esto es la invitada de nuestro cinefórum, El último late night (Late night with the devil; 2023), cinta de los australianos Cameron Cairnes y Colin Cairnes que, tras su exitoso paso por festivales especializados como el de Sitges (2023), llegó esta primavera a España poseída (ja) por el espíritu de título-acontecimiento de género («esa película de terror de la que usted me habla»).
Y es entendible, la propuesta de la película es suficientemente estimulante como para que cualquier amante del mal rollo cinematográfico participe del entusiasmo: en formato de falso documental, asistimos al visionado del metraje encontrado de un célebre programa de noche que, en el Halloween de 1977, pasó a la historia televisiva estadounidense convertido en toda una leyenda urbana de los fenómenos paranormales. Previo prólogo inicial en clave documental inspirado en Asesinando Norteamérica (1981) y con la sugerente narración de Michael Ironside, se nos da paso a la reconstrucción del show a través de imágenes del mismo y de otras filmadas entre bastidores. Lo que pasará a continuación en ese plató es algo que, como los inocentes espectadores televisivos que asistieron al espectáculo, cada uno debería descubrir por sí mismo y bajo su responsabilidad.
In media res entre la contracultura satanista de los sesenta y el sanatic panic ochentero, El último late night encaja en el espíritu del terror heredero de El exorcista (1973) y la sátira televisiva de títulos coetáneos como Network (1976). El resultado es la brillante recreación (a destacar el impecable diseño de producción, la acertadísima fotografía y el atento cuidado a todo tipo de detalles como la realización, el atrezo o el tipo de invitados) de un programa de televisión de la época, dirigido por el magnético y fáustico presentador Jack Delroy (magistral David Dastmalchian), y que, como todos sabemos desde el principio, está abocado al desastre.
Para acabar, no podemos dejar pasar el hecho de que, si bien el juego del found footage se mantiene (licencias aparte) durante buena parte de la película, en el tramo final la cosa estalla por los aires en una sorprendente decisión cinematográfica que, no obstante, suponemos que se pueda justificar reformulando libremente para la ocasión aquella célebre frase en un capítulo de Los Simpsons de Xena, la princesa guerrera: lo hizo el diablo.
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