El 4 de febrero de 2020 falleció en Madrid Don José Luis Cuerda. Desde entonces, y particularmente durante la siguiente semana, ríos de tinta han tomado forma de merecidos homenajes y obituarios. Y es que, ciertamente, es hondo el hueco que ha dejado; por eso, desde LaSoga, entonamos nuestra particular endecha, en forma de tragicómico velatorio comunal con el revisionado de su obra más famosa y necesaria.
Tratándose de Amanece, que no es poco no es fácil saber por dónde empezar. La altura trascendental que esta película ha adquirido a lo largo de los años no fue, ni por asomo, sospechada por su director y guionista. Lejos queda aquel sofocante verano de 1988 en que tres pequeños pueblos de la profunda Mancha albaceteña acogieron a una pléyade de lo más granado de la dramaturgia española del momento y se convirtieron, sin quererlo, en escenario de una de las películas más racionalmente ilógicas del cine español.
Hablar de Amanece, que no es poco, es hablar de José Luis Cuerda, es hablar de una forma de querer entender el mundo y no conseguirlo, de crear una magnífica vidriera compuesta de espejos que deforman y a la vez reflejan la realidad. Partiendo desde lo particular a lo general, esta cinta es esencialmente una mixtura genial de road movie, cine costumbrista y magistral comedia satírica y absurda.
En el momento que Teodoro y Jimmy (Resines y Ciges), llegan al pueblo en cuestión, lo hace también, como si de un tercer pasajero del sidecar se tratase, el espectador, que asiste, al igual que los perplejos protagonistas, a un sinfín de acontecimientos que no llegan a entender. Ni falta que hace. Porque una de las grandezas de esta película es que José Luis Cuerda no deja títere con cabeza: se ríe absolutamente de todo y de todos, desde las instituciones a las relaciones sociales, desde las tradiciones a los esnobismos, transgrediendo límites del humor que, de rodarse hoy día, harían saltar más de un resorte de la maquinaria tuitera más reaccionaria.
Cierto es que no debemos buscar alardes técnicos en esta película. Ni en el sonido, ni en el movimiento de cámara, ni mucho menos en el montaje; no en vano, el carácter rústico de la realización, junto con la consecución de sketches, nos recuerdan al Flying Circus de los Monthy Python. Si a esto le añadimos una pizca de berlanganismo y un toque bollywoodiense en los geniales números musicales, al más puro estilo Bajrangi Bhaijaan, tenemos construida una sólida estructura sobre la que erigir un relato. Una historia cuya grandeza radica en la atención milimétrica a un guion cargado de minúsculos detalles reseñables y en unas notables interpretaciones.
Escudriñar la lógica y el humor que José Luis Cuerda emplea en esta película nos llevaría a una disertación analítica casi de cada escena, pues no solo se trata de humor absurdo como tal. En la paleta de nuestro homenajeado, figura el humor más humorístico, acerca del cual Gómez de la Serna reflexionaba en torno a su capacidad de desconcertar al respetable y desmontar verdades; encontramos humor satírico, particularmente en sus referencias a la cultura, la Iglesia y a la Guardia Civil; reducciones ridículas como la solemnidad del rito de la consagración convertida en espectáculo y sorprendentes hipérboles como comenzar la película con una línea de texto propia de una película de Star Wars para aterrizar de golpe en nuestro particular Tattoine manchego.
Aun siendo una película casi inclasificable, muchas veces se ha etiquetado esta obra como surrealista, y a pesar de que el propio creador huía de esa apreciación en favor de la palabra surruralista, no sería desdeñable la opción de hacer un encuadre tan preciso como ambiguo, si la englobamos dentro de una corriente de realismo mágico cargada de comedia pura.
Visto con la perspectiva que da el tiempo, la audacia de apostar por un tipo de humor tan particular y a la vez repartir tal cantidad de ácidas puñaladas en todas direcciones, puede hacer que no nos extrañe la tibia acogida que tuvo la película; es algo, sin embargo, que también nos demuestra la infalibilidad que supone para el creador el ser honesto consigo mismo y su lenguaje. Amanece, que no es poco marcó un punto de inflexión e influyó generaciones posteriores como vemos, entre otros, en la obra de Javier Fesser, El milagro de P. Tinto o en todo el universo chanante de Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Julián López, Raúl Cimas y Carlos Areces.
Con todo, como toda buena comedia, Amanece, que no es poco es una obra que contiene, por momentos, un regusto de amargor que impregna nuestros paladares y se filtra entre gag y gag como un picor apenas perceptible, pero presente. Es una amargura ante una realidad que se sabe existente aunque deformada y que aflora en pequeños gestos, como el terrible bofetón del hombre armado al profesor, la resignación del personaje de la grandísima Chus Lampreave ante la negativa de su marido a aceptar «al negro» o el ya imposible de aguantar «vete a tomar pol culo» del alcalde al americano.
Al concluir la cinta, nos damos cuenta de que una película tan aparentemente absurda como inteligente solo puede ser fruto de una mente libre de prejuicios y miedos, y que por ello toda amargura queda difuminada en la reconfortante sonrisa que nos arranca.
José Luis Cuerda se nos ha ido, pero siempre nos hablará a través de su obra.
Que la tierra le sea leve.
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