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Cinefórum XXV: Mi nombre es Ninguno

Después de Grupo salvaje uno creería que no quedaba casi nada que decir en el mundo del western. La película de Sam Peckinpah serviría perfectamente como último paso del antiguo género rey del cine, una oda a un tiempo pasado que ya no puede volver y cuya épica se ha convertido en un río de sangre. Pero por suerte todavía quedaba gente dispuesta a decir algo diferente, aunque a ratos pareciese que ni ellos mismos sabían el qué. Uno de ellos decidió mostrárnoslo en Mi nombre es Ninguno.

Si uno escucha que el director de una película es un tal Tonino Valerii lo normal es que se quede igual que estaba, pero si le comentan que el productor, y hasta director de tapadillo de algunas escenas, era el mismísimo Sergio Leone la cosa va a cambiar. El director transalpino pasa por ser el auténtico maestro del western europeo y para los años setenta ya estaba un poco de vuelta del tema. En 1968 ya había rodado el que quedaría como su último western: Hasta que llegó su hora. Ahora trabajaba como productor y seguramente ya preparaba su monumental Érase una vez en América. Pero todavía le picaba el gusanillo de ponerse detrás de las cámaras para contarnos una última historia de las llanuras americanas.

Mi nombre es Ninguno nos cuenta la historia de la relación entre un legendario pistolero llamado Jack Beauregard y un admirador cuyo único fin en la vida parece ser que su adorado modelo consiga abandonar el oeste convertido en una auténtica leyenda. Ambos personajes no pueden ser más diferentes ni hablar tanto del estado del cine del oeste en aquel entonces. Henry Fonda pone rostro a un Beauregard que se construye como un personaje de John Ford visto por Sam Peckinpah mientras que Terence Hill sigue siendo en el fondo el sempitermo Trinidad que le llevaría al estrellato del cine de género europeo.

Escondida entre una serie de sketches más o menos logrados, algunos descacharrantes y otros que es mejor olvidar, se nos va contando una historia sobre la muerte del oeste, el recuerdo, la dignidad y el saber irse. Pocas veces en la historia del cine se ha ocultado tan bien un mensaje profundo bajo una gruesa capa de comedia de trazo grueso. Esa disparidad tonal hace que uno se pregunte en ocasiones qué es lo que está viendo. ¿Estamos ante una bufonada que casualmente tuvo un momento de lucidez o es que realmente Leone entendía a estas alturas que solamente podía llegar a su público siguiendo los cánones recientemente establecidos en un género que ya no era el mismo que él dignificara en la década anterior?

Sea como sea, lo cierto es que Mi nombre es Ninguno se destaca entre el grueso de películas ambientadas en el oeste americano por su carácter casi único. Una comedia italiana que sigue la estela de Le llamaban Trinidad pero que conjuga la socarronería llena de humor bufo del original con la trascendencia y la seriedad del mejor Leone mientras referencia a Grupo salvaje. Al final Beauregard es lo que queda de los héroes del oeste, un hombre cansado cuyo único sueño es viajar a morir a una Europa dónde nadie le conozca ni quiera hacerse un nombre disparándole en un duelo. El oeste se había acabado, sus héroes se iban, solamente quedaba lugar en América para Terence Hill, para un Ninguno que no es más que una parodia del original. Vista así la película, no es extraño que Leone se hubiese borrado del western, parece claro que se había dado cuenta de su muerte mucho antes que sus contemporáneos.

Ismael Rodríguez Gómez
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