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Cinefórum CXXVII: Aquel maldito tren blindado

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Pocos deportistas han tenido el carisma natural de Eric Cantona, uno de los personajes de la película de la semana pasada. La pena, o la suerte, es que lo sabe y por eso decidió convertirse en un actor a tiempo completo, faceta en la que ciertamente brilla mucho menos que en el terreno de juego. Ese trasvase del deporte al cine no es tan raro como uno podría pensar; ahí están los casos O. J. Simpson, Jim Brown o el protagonista de la película de hoy: Fred Williamson. Los tres jugadores de fútbol americano, por cierto.

Fred Williamson jugó la primera Super Bowl, fue tres veces elegido en el equipo de las estrellas de la AFA y se retiró antes de la treintena para empezar a rodar todo lo que pudiese. Se terminó convirtiendo en un actor clave de la blaxploitaition y hasta tuvo carrera en los subproductos italianos de principios de los años ochenta. Allí tuvo que rodar todas las escenas de acción sin especialistas, porque a ver de dónde sacaban a en Italia a un negro de más de metro noventa. Esa carrera en el país transalpino empezó en 1978 de la mano del mítico director Enzo G. Castellari y una de sus películas más se recordadas, aunque sea por razones más bien ajenas a la misma. Estamos hablando de Aquel maldito tren blindado, titulada en italiano Quel maledetto treno blindato y, en inglés, The Inglorious Bastards. Sí, de aquí vino la película de Tarantino.

En realidad, Aquel maldito tren blindado es un intento de capitalizar el éxito de Doce del patíbulo, película filmada en 1967, pero que más de una década después seguía siendo tan popular como el primer día. Así, en el film de Castellari todo se basa en un grupo de soldados de dudosa moralidad que termina embarcado en un asalto bastante alocado contra las fuerzas alemanas. El toque italiano viene de la mano de un reparto internacional, algunas escenas realmente surrealistas y un ritmo endiablado que le sienta a la cinta como un guante.

Aquel maldito tren blindado es cine del que ya no se hace; es cine de género europeo que trata de disimular en todo momento la falta de medios con respecto al estadounidense, con el que aún se medía en la taquilla. Sabedores de que perdían de paliza en cuanto a recursos, los directores europeos buscaban otras posibilidades para ganarse al espectador, creando historias que buscaban entretener y sorprender por encima de todo. La falta de prejuicios era absoluta y los recursos habituales debían ser abandonados porque había gente al otro lado del charco que los iba a producir mejor, así que no tenía sentido enfrentarse a ellos en ese terreno. Es difícil decir si aquel cine es mejor que el de ahora; pero de lo que no cabe ninguna duda es de que era diferente. Y eso no es poco decir.

Ismael Rodríguez Gómez
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