El milagro de Ana Sullivan (1962, Arthur Penn) es una película tristemente olvidada. A pesar de ser reconocida y valorada en su época, ganando los premios Oscar a la mejor actriz principal y de reparto (Anne Bancroft y Patty Duke), pocos cinéfilos reivindican esta película o saben siquiera que existe.
Puede que en este olvido influya su sobriedad, al estar grabada en un cuidado blanco y negro cuya fotografía alcanzaba su plenitud en estos años en los que el color empezaba a despuntar y atraer a las producciones más taquilleras. También su crudeza, ya que Arthur Penn nos presenta una historia basada en hechos reales, dura, sin ningún pildorazo de azúcar que suavice la experiencia. El sentimentalismo lacrimógeno no tiene cabida en esta película y eso es algo que también puede penalizar, pues todo director sabe que incluir momentos de lágrima fácil ayuda a llegar a más gente y tener mayor repercusión mediática.
Pero esta cinta es incómoda porque rompe con los convencionalismos, porque nos cuestiona a nosotros mismos, los espectadores. El tema de las discapacidades es presentado de forma directa y concisa, sin ningún tipo de concesiones. Sin permitirse caer en lo políticamente correcto.
Tras el protagonismo de Christy Brown, pintor y escritor irlandés aquejado de parálisis cerebral, de la semana pasada, en esta ocasión conoceremos a una profesora con grandes problemas de visión que tendrá que intentar educar a una niña que sorda y ciega. En esta ocasión se deja a un lado la compasión y la complacencia que son las culpables de que la niña esté totalmente malcriada y presenciamos la lucha, muchas veces dolorosa y violenta, de la profesora Ana Sullivan para conseguir ayudar a la pequeña Kate.
La maestría de Arthur Penn logra que una película con muy pocos diálogos, centrada únicamente en dos personajes y con una historia, a priori, poco cinematográfica, nos enganche y haga que el tiempo transcurra en un suspiro, dejándonos escenas memorables como una pelea entre ambas, que comienza con las dos protagonistas sentadas a la mesa y termina con el comedor destrozado.
Además del nivel visual e interpretativo de la película y a pesar de que han transcurrido más de cincuenta años desde su estreno, el trasfondo de la historia tiene plena vigencia, ya que puede extrapolarse fácilmente al estado de la educación actual, chocando de lleno con los valores y métodos que imperan hoy día. Muchos creen hoy que la realidad actual se acerca a la postura de los padres de Kate, políticamente correctos pero incapaces de obtener resultados, y que los métodos de esta peculiar profesora, más duros pero según este criterio más efectivos, han sido olvidados. El milagro de Ana Sullivan es la ocasión perfecta para una reflexión al respecto.