Cuando la semana pasada nos paramos en El milagro de Ana Sullivan, reconozco que no me pude fijar en sus reflexiones en torno a la educación ni en su mensaje positivo sobre nuestra capacidad de superación. No, yo me quedé más bien con esa gran casa decimonónica del sur de los Estados Unidos en la que se crío Helen Keller. Esas plantaciones se han convertido en la imagen más representativa del corto pasado estadounidense; imágenes capaces de convertirse en piedra angular del llamado gótico sureño y de crear una iconografía que ha cruzado sin problemas el Atlántico.
Así pues, vamos a permanecer en un caserón sureño, pero no vamos a irnos a una historia sobrenatural, sino que nos adentraremos en una suerte de thriller emocional con El seductor de Don Siegel. Podríamos empezar deteniéndonos en el título español de la película, traducción imposible del inglés The Beguiled, que parece más bien hablar de las engatusadas o seducidas. En este sentido, merece la pena señalar que cuando en 2017 Sofia Coppola grabó una nueva versión del libro que inspiró a Siegel, su película se tradujo aquí con un más neutro La seducción, que trataba de poner en valor una mayor presencia en la narración del punto de vista femenino.
Ya hemos tenido anteriormente con nosotros a ese dúo magnífico que formaron Don Siegel y Clint Eastwood. Aquí posiblemente el actor está a su mejor nivel de la mano del director, a pesar de que tenga que enfrentarse imaginariamente tanto a su composición de Harry Callahan como al Frank Lee Morris de La fuga de Alcatraz. Eastwood es un hombre complejo, un mentiroso desertor que se ve atrapado con un grupo de colegialas, una joven profesora y una madura institutriz con un pasado más oscuro, en una escuela privada en la que incluso el aire parece malsano y las tensiones entre los personajes parecen impregnar prácticamente el fotograma.
El seductor es una película en la que el ambiente lo es casi todo. Los personajes se ven atrapados por pasiones incontrolables y casi incomprensibles. El amor y la lujuria parecen intercambiables y la locura se esconde en cada esquina. Junto a Eastwood, auténtico centro de la película, nos encontramos un gran plantel de actrices con Geraldine Page a la cabeza, que consiguen que la suerte de cuadrado lujurioso en el que se convierte la película funcione perfectamente. Las tres mujeres diferentes, la veterana institutriz, la virginal profesora y la seductora adolescente; son a la vez cazadoras y presas de un protagonista que parece haber sido liberado en medio de una función sin que nadie le dejase leer el guion.
Hay muchas razones para recomendar El seductor, algunas ya las hemos comentado. Su situación en el sur durante la guerra civil estadounidense, el logro de un ambiente pesado y enfermizo, la magnífica actuación de Eastwood en un papel casi contrario a los que habitualmente realiza, una impecable dirección de Siegel… El seductor es una película que merece más suerte popular de la que ha tenido desde que fuese un fracaso en su estreno en los Estados Unidos allá por 1971. Pero también es una muestra más de que hay directores y actores cuyas filmografías siempre merecen miradas más detenidas de lo que uno espera.
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