Mi nombre es Khan (Karan Johar, 2010) es una película pensada para toda la familia; un drama romántico con todos los ingredientes para que tanto jóvenes como mayores acaben la proyección con una sonrisa en los labios e incluso, los más sentimentales, con el rastro de alguna lagrimilla rebelde que se les pudiera escapar en algún momento de la película. Planteada para ser un éxito de taquilla, sigue los pasos de Khan, un indio musulmán con síndrome de Asperger que quiere encontrarse con el presidente de EEUU para decirle que no es un terrorista. Tanto el personaje como la estructura beben directamente del Forrest Gump de Robert Zemeckis y, aunque no consigue superar a la original en ningún momento, tiene suficiente elementos diferenciales para no considerarse una mera copia. En este caso, la cinta centra su mirada en la situación de la población musulmana de Norteamérica tras los atentados del 11-S, transmitiendo un mensaje positivo de integración y fraternidad.
Pero si hubiese que incidir en un único rasgo de la película sería su procedencia, ya que el cine indio se alza como el más prolífico del momento actual. Seguramente, si se hiciese una encuesta sobre la mayor industria cinematográfica del mundo, el noventa y nueve por ciento de los encuestados apostarían por la norteamericana. En ese caso, el noventa y nueve por ciento de los participantes se habrían equivocado. Hace unos años que la mayor industria productora de películas a nivel mundial es la india, conocida desde los años 70 con el sobrenombre de Bollywood, y que despunta por la cantidad de películas que produce al año.
Gran parte de esta sobreproducción se debe a que India cuenta con un público objetivo muy numeroso (unos trescientos millones de consumidores de clase media) y unos precios muy asequibles que rondan los tres euros (aquí es donde la industria norteamericana supera a la india, donde un gran taquillazo puede recaudar noventa millones de euros frente a los más de dos mil de los grandes éxitos americanos). No obstante, películas como Mi nombre es Khan demuestran que el cine indio ya está preparado para ser exportado a otros países, elaborado para ser compatible con los gustos europeos o americanos. Otra consecuencia de la globalización.
Por lo demás, sin ser una película excepcional, cumple de forma notable en todos los apartados, demostrando la ya mencionada madurez de la industria. Su director, Karan Johar, consigue un filme sólido y ameno a pesar de sus ciento cincuenta y cinco minutos de duración; su actor protagonista, Shah Rukh Khan (uno de los actores más reconocidos de Bollywood), borda su personaje, recreando de forma muy realista los síntomas de un síndrome que llegaron, incluso, a provocarle lesiones físicas durante el rodaje.
Mi nombre es Khan no puede evitar quedar lastrada por su similitud a la ganadora de seis premios Oscar, Forrest Gump, pero, con sus particularidades, se defiende como un buen entretenimiento para ver en familia y además nos transmite una serie de valores positivos. Un buen cóctel colorista made in India. Vayan acostumbrándose a esta etiqueta.