Dos días. Incierto presente y futuro del pueblo saharaui.
Dajla es una prometedora ciudad de la costa atlántica africana. Posee una costa envidiable que hace las delicias de muchos aficionados a los deportes acuáticos y un clima agradable. Dajla es, también, un campo de refugiados situado en la hamada argelina, una planicie desértica de dudosa habitabilidad, donde, desde hace ahora cuarenta años, parte del pueblo saharaui resiste y espera la solución a un conflicto varado en el tiempo.
Un día de fiesta
Al igual que Dajla, otros cuatro campos de refugiados saharauis ubicados en la región argelina de Tinduf reciben el nombre de localidades ahora ocupadas por Marruecos. Son habitados por más de cien mil personas, parte de las cuales huyeron en su día de los bombardeos con fósforo blanco y napalm del ejército de Hassan II; otra parte de esa población son jóvenes y niños nacidos con posterioridad a esos eventos grabados a fuego en la memoria colectiva.
A las ocho de la mañana del veintisiete de febrero de 2016, un bocinazo de camión despierta a todas las haimas cercanas al dispensario médico erigido por la cooperación española en la daira (o distrito) de Argub. Hay un trasiego importante de militares. Hoy es un día especial: se cumplen cuarenta años de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y la agenda de eventos está colmada. A las nueve y media nos dirigimos con el grupo hacia la zona de seguridad donde tendrá lugar el desfile militar y folklórico, una suerte de día de las Fuerzas Armadas. El efímero control de seguridad es el paso previo a una tribuna de invitados donde se escucha hablar en varios idiomas. El frío no cesa y aunque el sol ya está visible, sopla el viento. La gente se agolpa en las vallas, se sube a los camiones y en los postes de la luz, hay ambiente festivo. El recinto está bordeado por mástiles donde ondean varias banderas saharauis, así como las de los estados que reconocen a la RASD. La mayoría son africanos, latinoamericanos y asiáticos. Con algo de retraso, comienzan los actos: en un todoterreno blanco y robusto que causa revuelo, llega el presidente Abdelaziz. La gente se pone en pie y suena el himno nacional mientras izan la bandera. Un speaker incombustible no para de hablar en árabe a todo volumen. Comienzan a pasar uno tras otro los pelotones de infantería. El viento no cesa y se empieza a levantar una nube de arena que dificulta la visión progresivamente. Los soldados son muy jóvenes, vienen en grupos de unos cincuenta. Desfilan con convicción aunque no siempre con sincronización. Unos armados, otros con banderas; aparecen grupos de operadores de radio y desactivadores de minas, cuerpos extremadamente necesarios en el territorio adyacente al muro fronterizo de más de dos mil kilómetros que Marruecos levantó en el territorio ocupado para impedir las incursiones guerrilleras del Polisario. La nube de arena va creciendo. Tras ellos, vienen grupos de jinetes en dromedarios, carrozas con muestras de las costumbres saharauis y grupos de niños. El viento no cesa y se hace imposible seguir quieto en el mismo sitio. El público también ha hecho lo mismo: unos se han ido a su casa y otros han pasado el vallado poniéndose delante de la tribuna, así que optamos por irnos a capear la tormenta de arena a otro lado. Durante la tarde, ya en un amplio espacio cerrado, a salvo del siroco, se suceden los discursos conmemorativos de la efeméride, participan diferentes delegaciones extranjeras que muestran su apoyo a la causa saharaui y se realizan varias muestras de la cultura autóctona y de la fusión del patrimonio musical occidental y saharaui.
Entre el pasado y el futuro
Es extraña la situación del Sáhara Occidental. Para el Comité Especial de Descolonización de Naciones Unidas se trata de un «territorio no autónomo», estatus que comparte con otras diecisiete regiones, con la particularidad de que en este caso, España, a pesar de los Acuerdos Tripartitos de Madrid de 1975 y de la renuncia en 1976 a través de una carta del embajador español ante el secretario de la ONU, sigue siendo, de iure, la potencia administradora. Es una situación extraña, ciertamente, que un pueblo como el saharaui, formado por varias tribus de tradición nómada, perviva con tesón y dignidad defendiendo la lucha por un territorio olvidado para muchos, pero del que se aprovechan discretamente unos pocos. Durante la ocupación española, el descontento de una parte de la población saharaui engendra un movimiento nacionalista que cristaliza primero en el Movimiento de Vanguardia para la Liberación del Sáhara y más tarde, en 1973, en el Frente Polisario (acrónimo de Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro), partido único que actualmente representa políticamente al pueblo saharaui, administra el territorio «liberado» así como el área cedida por Argelia en Tinduf para los campos de refugiados y gestiona el ejército, la política militar y de seguridad.
Pasaron dos días desde el desfile. En Bojador (el campo de refugiados, no el cabo) un grupo de niños de entre ocho y doce años nos acompañó en la visita al Centro de Interpretación de Museos de la República Árabe Saharaui Democrática. Es un espacio dignamente musealizado. Dividido en secciones en las que se muestra la Historia reciente y lejana (existen un gran número de yacimientos arqueológicos, sobre todo del Neolítico, documentados pero aún no investigados, ni preservados convenientemente), el patrimonio natural, los ecosistemas (más abundantes y ricos de lo que se pudiera pensar a priori), los recursos económicos (pesca, fosfatos, petróleo, hierro, uranio, etc.) y las tradiciones y costumbres de vida del pueblo saharaui. Algunos niños nos hacían de guías, otros simplemente jugaban entre las vitrinas al escondite y al pilla pilla. Resultó ser una imagen sugerente ver en un mismo espacio el abandono parcial de un pasado petrificado, la ingenuidad de aquellos chiquillos con su entorno presente y el futuro incierto que personificaban.
Recientemente, ha tenido lugar la visita a los campos de refugiados saharauis del secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon. Una vez más se han lanzado brindis al sol sobre los esfuerzos por favorecer la reanudación de las conversaciones entre las partes implicadas en el conflicto, pero la realidad es que la situación se halla en un nivel máximo de enquistamiento. La opción de un referéndum de autodeterminación se ha diluido en el tiempo por diferentes causas, los planes Baker de Naciones Unidas se han demostrado insuficientes para llegar a acuerdos y el contexto internacional no ayuda a la causa saharaui. La enconada diplomacia marroquí al respecto, se ve refrendada por su privilegiada situación geoestratégica y por la red de poderosos aliados que mantiene (EEUU, España, Francia…). Mientras tanto, en los campos de refugiados más antiguos que existen sobre la tierra, el pueblo saharaui espera y resiste.
Fotografías: Fernando Iglesias Llanio
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