«El estrecho sendero entre deseos», de Patrick Rothfuss
Hace mucho tiempo, un libro provocó un auténtico terremoto en el mundo de la fantasía. Corría el año 2007, hacía dos años que se había publicado la última entrega de Juego de tronos y quedaban otros cuatro para el lanzamiento del próximo; también para el apoteósico estreno de la serie de HBO. Martin había sido un auténtico rompehielos literario: vendió tanto y creó tal sed de aventuras (y culebrones) en los lectores, que su declive dejó espacio para cien universos fantásticos. Aquel lustro vio la aparición, entre otros, de Abercrombie y Sanderson, que desde entonces han escrito mucho y muchísimo respectivamente. Pero, durante un tiempo, fue otro el nuevo niño bonito de la espada y brujería. Y aunque tales afirmaciones son arriesgadas ante un fandom como el del fantástico, especialmente presto a la trifulca, quizá unos y otros sean indulgentes y, en este caso, me permitan decir (o incluso compartan) que en 2007 Patrick Rothfuss vino, vio y venció con El nombre del viento; que por un momento se sentó en el trono de un género en el que, más que en cualquier otro, es el irrefrenable entusiasmo de los lectores el que aúpa a los escritores. Lo que vamos a contar es ya una especie de metahistoria en la que un autor acaba por parecerse demasiado al protagonista de su obra. Porque roto y avergonzado, Rothfuss es hoy la sombra de lo que fue. De vez en cuando, como este año, todavía trata de contar alguna historia, pero ninguna es la que todos esperamos. Y así, lo que antes fue adoración poco a poco se ha ido convirtiendo en escarnio.
Debe de ser duro: ir todos los días a dar clase en la Universidad de Wisconsin (su ciudad natal) y luchar contra la ansiedad y, se dice, se comenta, diversos problemas mentales para sacar adelante El estrecho sendero entre deseos (Penguin libros). Una novela corta de reciente publicación, inscrita en el universo que está ocupando toda su obra y que, a pesar de ello, ha suscitado una reacción colectiva que supone la enésima constatación de su trayectoria declinante: el nuevo libro de Rothfuss «está mejor que La música del silencio, que era una basura», «pero no a la altura de El temor de un hombre sabio» (segundo libro de la inconclusa Crónica del asesino de reyes) que, a su vez, «era bastante peor que el primer libro». Por cierto, «¿para cuándo el final de la trilogía?». Desde El nombre del viento, que se pronunció hace ya demasiado tiempo, nada ha vuelto a ser lo mismo.
No es el primero al que le sucede. Sin ir más lejos, le pasó al primer rey de la fantasía del siglo XXI. Lo que pasa es que, allí donde parece que a Martin todo le resbala (igual no es así, pero él parece feliz con sus cosas, su dinero, sus figuritas y su cordero a la estaca), lo de Rothfuss es un padecimiento. Por su edad y actitud jovial (es un tío verdaderamente majo), las mieles del éxito vinieron acompañadas de un contacto más o menos directo con sus lectores, tanto en diversas ferias y convenciones como a través de las ubicuas redes sociales. Y todo eso ha terminado por volverse en su contra. Cada aparición, cada tuit, se convierte en un lacerante recuerdo de su fracaso, de su incapacidad para concluir una historia cuyo final se supone escrito y que, por alguna razón, nunca ha llegado a imprimirse.
Lo que sucede solo puede saberlo el propio autor y, quizá, su círculo más cercano. Y digo quizá porque es público y notorio que su editora, alguien importante en toda esta historia, ha confesado en más de una ocasión no haber leído «ni una sola palabra del tercer libro» de su trilogía y que duda que el escritor haya trabajado en ella desde 2014. Mientras tanto, Rothfuss ha seguido siendo noticia: a veces, por sus deslices (en 2021 prometió publicar un capítulo de Las puertas de piedra si recaudaba más de x dinero para una fundación y luego no cumplió su palabra); casi siempre, por lo que su situación nos cuenta del mundo en el que vivimos (otros autores han reivindicado su derecho a tomarse tiempo o incluso a abandonar un universo que, quizá, después de tanto tiempo ya no le motiva); y en un par de ocasiones porque algún relato y un par de novelas cortas lograron escapar de su bloqueo creativo relacionando, de forma un tanto enfermiza, todo lo que acabamos de contar.
Porque cualquier persona tiene derecho a cuidar su salud (o descansar ante su ausencia) y cualquier escritor puede e incluso debe tomarse su tiempo para escribir. Pero lo cierto es que Rothfuss sigue monetizando todo lo que rodea la Crónica del asesino de reyes y el dinero siempre tiene un precio. Quien esto escribe, sin ir más lejos, pagó 20 euros por El estrecho sendero entre deseos porque quería saber algo más sobre el enigmático Bast (el protagonista de esta novela); porque quería poner el libro en la estantería, junto a los otros, esperando que algún día estén todos juntos; y porque le tiene cariño al bueno de Rothfuss y empatiza con su situación. Ninguna de esas razones me da derecho a hablar del autor e ignorar su libro y, sin embargo, este es el mejor trato que hoy puedo ofrecer a un escritor cuya obra, hace casi dos décadas, devoré con devoción. Discúlpame, Patrick. Espero que algún día puedas vencer a Kvothe y al poder de las expectativas, los grandes asesinos de reyes de la fantasía épica.
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Demasiada caña se le da. Yo no sé que preferimos, si darle voto confianza, o que nos haga un Salvatore o un Tad Williams y acabe todo con un chim pún terremoto y murieron todos. Creo que el prefeccionismo puede ser un gran enemigo… Las novelas cortas pueden ser un campo de experimentar para desbloquearse…
winsconsin no es una ciudad
…y los nombres propios se escriben con la primera letra mayúscula pero, que opinas sobre el post?
Me ha encantado el artículo Victor!
Un saludo,
Otro admirador de patrick
Gran artículo! enhorabuena.