«El retrato de casada» de Maggie O’Farrell: la duquesa enjaulada
Un trapo empapado en vinagre y alcohol es un arma de doble filo: aplicando la cantidad justa y frotando con precisión puede revelar las capas subyacentes de un cuadro, pero si se excede la dosis o la presión ejercida, la pintura se disuelve por completo. En el siglo XVI, antes de la llegada de la radiografía y los microscopios, el trapo empapado en vinagre y alcohol era la técnica que utilizaban los valientes para descubrir las capas profundas (correcciones o auténticos cuadros acabados) de un lienzo.
¿Merecía la pena arriesgarse para hallar el misterio? Maggie O’Farrell toma partido en su última novela, El retrato de casada (Libros del Asteroide; 2023). La escritora británica parece frotar y frotar hasta revelar con éxito todos los estratos que constituyen a su protagonista, Lucrezia di Cosimo de’ Medici, hija del influyente y riquísimo duque Cosimo de’ Medici, y casada con Alberto II d’Este, con quien fue prometida a los trece años y desposada a los quince, siendo doce años menor que su marido.
Si acabo de describir la figura de Lucrezia a través de los hombres que conformaron su vida, lo que hace O’Farrell con su personaje literario es, como ya sucediera en su anterior novela Hamnet (Libros del Asteroide; 2021), justo lo contrario: desgranarla a través de una personalidad arrolladora que eclipsa por completo las figuras masculinas.
La premisa histórica con la que arranca la novela atrapa al lector: una duquesa adolescente muere durante su primer año de casada, sin saber si fue por causa natural o a manos de su marido. Hay que aclarar que, a pesar de ser cautivador, la existencia real de los personajes es lo de menos (como lo es en cualquier obra de ficción, por más que sirva para despertar el ingenio de la autora o ganarse la expectación del lector). La historia está al servicio de la novela, no al revés. Que el futuro lector no espere una biografía al uso ni una radiografía milimétrica del Renacimiento; ni viene ni se la espera.
Lo que nos ofrece El retrato de casada es una mirada intimista a un personaje introvertido y valiente, marginado dentro de su familia pero a merced de sus intereses. Forjamos la personalidad de Lucrezia a través de distintos sucesos, siendo su encuentro con la tigresa enjaulada quizá el más revelador, el espejo en el que mirarse. A través de su corta vida, ponemos capas y capas sobre la Lucrezia anterior a su marido: curiosa, sensible, fascinada por los animales salvajes y la pintura; hasta convertirla en la muñeca engalanada, la esposa títere, la mujer encorsetada en la vida doméstica y brutal del matrimonio.
La escritura de O’Farrell es magnética, infalible. Su narrador, sombra de Lucrezia, se revela siempre más interesante que sus diálogos. Las descripciones minuciosas, uno de los sellos de identidad de la autora, ponen en relieve su capacidad para adentrarse en la mente de la protagonista, transmutando al lector en Lucrezia. La acompañamos a través de su angustia y soledad, creando una historia de terror y lucha por la supervivencia, buscando la forma de burlar al destino irrevocable, del que la protagonista es conocedora desde el primer párrafo de la novela: «[…] él desdobla la servilleta, endereza un cuchillo, acerca una vela y de pronto, con una claridad particular, como si le pusieran un cristal de color ante los ojos, o tal vez se lo retiraran, a ella se le ocurre que tiene la intención de matarla».
Tal vez O’Farrell sea magnánima; tal vez antes de que ocurra lo inevitable nos deje frotar las capas superficiales del lienzo, corroer la pompa y la opresión del palacio, y revelarnos por última vez la imagen de una adolescente libre, con los dedos manchados de pintura y el pelo cobrizo flotando en el aire, esgrimiendo un pincel y retratando a la tigresa que duerme a sus pies.
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