Famélica legión de trescientos millones de bocas – 8 de junio
Más de trescientos millones de personas pasan más de un día sin comer en el mundo. O sea que tienen hambre. Antes de la guerra de Ucrania eran doscientos setenta y seis millones, y el conflicto ha sumado cuarenta y siete millones más. Es un récord dramático, define la egipcia Abeer Etepa, del Programa Mundial de Alimentos, en entrevista a la periodista Irene Savio. Falta grano (sobre todo trigo y maíz) porque los puertos ucranianos están cerrados, y lo que hay es caro. El precio de los alimentos básicos ha causado protestas en Perú, Argentina, Indonesia, Líbano o Grecia. La guerra también globaliza el hambre.
Rusia domina los principales puertos de Ucrania, de donde apenas sale nada. Y el de Odessa está lleno de minas colocadas por los propios ucranianos. Uno de los graneros del mundo tiene millones de toneladas de grano bloqueadas en silos y trenes varados. Ucrania suspendió sus exportaciones a mediados de marzo. Ahora acusa a Rusia de robar su grano y de tratar de sacarlo por los puertos que controla. Estados Unidos advierte a los países que puedan comprarlo de que es material robado. El presidente de Kenia cree que la acusación es absurda: la propaganda también juega con el pan.
En Somalia, la situación es tan crítica que la ONU alerta de que trescientos setenta mil niños pueden morirse de hambre de aquí a final de mes. El grano, o sea, el pan es la diferencia entre un cadáver y un superviviente. En Túnez se han dado prisa por bajar el precio del pan para evitar revueltas como las que dieron lugar al derrocamiento de Ben Ali y aquello que se llamó primaveras árabes. Pero pagan caro y racionan el arroz, la harina y el azúcar. Sabores planos para la subsistencia: no hay espacio para el sabor cuando muerde el hambre. La gastronomía es un hábito de estómagos saciados.
El éxito o el fracaso de la globalización no se mide por su capacidad para alimentar a los seres humanos. La noticia en la primera semana de guerra en Rusia es que cerraba el McDonalds. Los moscovitas no se iban a morir de hambre sino de ostracismo en el templo de consumo. Las sanciones y el cierre de puertos sí producen una famélica legión, pero ya la han desnudado de razón y hasta de género humano: cada hambriento tiene su propia bandera. Geopolítica del gusto, titula el francés Christian Boudan un ensayo donde demuestra, sin embargo, que nuestro paladar no es inocente, sino que es el resultado de siglos de guerras, conquistas y derrotas colectivas.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3. Puedes escucharla aquí.
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