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Joe Bullet, o por qué se censuraban películas

A menudo es sencillo olvidarnos de lo que sucedía en la Sudáfrica anterior al final del apartheid de 1991. Hay que reconocer que, de cara al exterior, se ha conseguido imponer una nueva narrativa ayudada por éxitos a nivel internacional, como serían la organización de los mundiales de rugby en 1995 y de fútbol en 2010. A esa nueva imagen contribuyó, por qué negarlo, la inexistencia de una anterior y la opacidad de un país que abrazó el aislamiento al que supuestamente le condenaba el resto del mundo, renunciando en gran medida a proyectarse al exterior. Se sabía muy poco de Sudáfrica, y Sudáfrica quería que a ser posible se supiese aún menos.

Es cierto que existieron algunas películas sudafricanas que llegaron a proyectarse internacionalmente, y que incluso a partir de 1965 llegaron a producirse algunas cintas en el exterior. Sin embargo, y por situarnos, el principal exponente era Jaime Uys de la mano de Los dioses deben estar locos (The Gods Must Be Crazy, 1981). La cinta, grabada en Botsuana y redoblada en inglés para el extranjero debido a que tenía diálogos en afrikáans, fue destinada a ser explotada por continuaciones grabadas en Hong Kong, siendo ejemplo de una visión amable de los sucesos que rodeaban a las tribus nativas en África. Pero aquí no queremos hablar de la proyección al exterior del régimen sudafricano, sino de la censura efectuada en su propio territorio. Y lo haremos de la mano de Joe Bullet (id., 1971).

Una curiosa historia de proyecciones y censuras

Joe Bullet es una obra mucho más curiosa por su proceso de producción que como película en sí. Se trató de la primera cinta de un productor llamado Tonie van der Merwe, un afrikáner al que delata su apellido y que llegaría a estar al cargo de unos cuatrocientos títulos, en un sistema que buscaba producir films para la población negra, pero cumpliendo siempre con unos contenidos que el gobierno entendiera como los mejores para ese público.

Podría pensarse que, en ese contexto, una cinta de acción con un nivel de violencia de lo más comedido para la época, y en el que los buenos son muy buenos y los malos son muy malos, sería algo hasta aplaudido. Sin embargo no fue así: tras dos proyecciones en un cine de Soweto se ordenó que la película no volviese a ver la luz, siendo censurada de manera fulminante. Joe Bullet durmió el sueño de los justos aproximadamente cuarenta años en el garaje de su productor, hasta que afortunadamente fue recuperada y restaurada, reestrenándose en 2014 y permitiéndonos ver lo que la naciente industria sudafricana podía ofrecernos en un momento tan temprano.

Aprovecharemos aquí para señalar que el trabajo de restauración realizado por Gravel Road Distribution es realmente sobresaliente. La película mantiene, por supuesto, todos los rasgos de una obra realmente barata de hace más de cuatro décadas; a saber: su pista de sonido existe en un universo separado al de la imagen, la falta de calidad del celuloide hace que puedas poner nombre a sus granos, y hasta existen pequeños cortes de manera aleatoria. Pero todo eso estaba en el original, y desde luego la restauración aún no puede hacer magia. Se ha hecho todo lo que se podía hacer, o al menos eso parece.

Una historia de blaxploitation y fútbol

La blaxploitation es una de esas palabras que no pueden traducirse de ninguna manera sin acudir a poco menos que un ensayo explicativo. Para andar por casa, podemos acotarla refiriéndonos a las películas que en los años 70 respondieron a la aparición de un público negro y a los avances en la lucha por los derechos sociales en los Estados Unidos. Como suele suceder, Hollywood fue el primero que vio la oportunidad de negocio y puso en camino toda una serie de producciones que aprovecharon la situación y regalaron al mundo las primeras estrellas afroamericanas de la gran pantalla (Sidney Poitier a la cabeza) y los primeros grandes personajes como Virgil Tibbs o Shaft.

La mayoría de la blaxploitation seguía los caminos de las películas de acción de la época, pero también se abrió para incluir obras inspiradas en James Bond, remakes de clásicos con protagonistas afroamericanos, cintas carcelarias, títulos con personajes femeninos fuertes y activos… Su universo es tan amplio como uno pueda imaginarse, pero al final a todos los aficionados nos remite a un modelo de thriller urbano ejemplarizado por Shaft (id., 1971) y que es, precisamente, el que inspira a Joe Bullet.

La historia se basa en los problemas de un equipo de fútbol, los Eagles (águilas), entre el primer partido de una final de copa y el segundo, que tiene lugar debido a su empate previo contra los Falcons (halcones). Aparece entonces un grupo de malhechores llamado el Vulture Gang (la banda buitre), que quiere manipular la final logrando que los dos mejores jugadores de los Eagles vuelvan a jugar con los Falcons, y que así estos ganen la copa. Por cierto, es verdad que el guionista debía tener una extraña obsesión con las aves rapaces.

Tras el asesinato del entrenador del equipo y las amenazas contra el presidente y sus dos mejores jugadores, los Eagles piden la ayuda de Joe Bullet, un personaje de esos que solamente existen en las películas de este periodo. Nunca sabremos de dónde viene Joe, a qué se dedica, por qué hace lo que hace, o a dónde va. Tampoco es que nos importe, sabemos que práctica el karate, que se debe pasar el día en el gimnasio, que dispara con una puntería solo comparable a la que tiene lanzando cuchillos y que puede entrenar a un equipo de fútbol (o algo parecido). ¿Realmente necesitamos algo más? No.

La cinta se construye a partir de ese punto de partida, con una serie de escenas casi independientes entre ellas en las que podremos ver las diferentes perrerías que los villanos realizan al equipo y lo que le rodea. Por el camino conoceremos a la hija del presidente del equipo, que evidentemente caerá rendida a los encantos de Bullet y que, al estar interpretada por la cantante sudafricana Abigail Kubeka, tendrá que disponer de la inevitable actuación musical obligatoria en estas lides. No vamos aquí a explicar las diferentes aventuras que veremos, pero baste señalar que son más divertidas que las presentes en la mayoría de las películas de acción de bajo presupuesto de la época.

Por último, merece la pena señalar un par de detalles graciosos e interesantes: en primer lugar, el hecho de contar con Ken Gampu como protagonista, un actor que ya llevaba unos años dando vueltas por la industria tras su trabajo en Dingaka (id., 1964), y que da la talla y dota de sobrado carisma a su personaje; en segundo lugar, el hecho más anecdótico aún de que, para su producción, la película contó con la ayuda de los Orlando Pirates y con la de un equipo de rugby, el Rand Leases Rugby Club. El deporte de la mano del cine.

Vamos a aprovechar para comentar por última vez, antes de irnos a otros temas, la calidad de la película. Como ya se ha dicho, nadie debería esperarse una obra maestra, pero tampoco un desastre cinematográfico. Uno de los peligros de los títulos de bajo presupuesto de entonces era el caer en un ritmo soporífero e irregular, haciendo la experiencia de su visionado más cercana a una tortura que a un espectáculo cultural. Por suerte, aquí eso no pasa: el director, de nombre Louis de Witt y que al parecer nunca volvió a ejercer detrás de las cámaras, consigue mantener un dinamismo inesperado y presentar un producto más digno de lo que uno pudiese esperarse.

El por qué de la censura

El apartheid era un régimen racista que a día de hoy nos cuesta entender. En nuestra cultura, la idea de la segregación en los Estados Unidos está desapareciendo poco a poco, así que no digamos ya la de que un sistema aún peor estuviese funcionando hasta el inicio de los años 90, en una nación que actualmente consideramos como una más de nuestra esfera occidental. En Sudáfrica los negros no tenían casi derechos y estaban convertidos en poco más que esclavos.

En un contexto en el que los negros no podían portar armas, conducir coches caros o entrar en hoteles de lujo, no es tan extraño que lo más subversivo que algunos pudieran imaginarse fuese un héroe de acción, el cual no dejaba de ser una traducción sudafricana de Shaft u otro personaje semejante. A esto hay que sumarle el hecho de que en Joe Bullet no aparece en ningún momento un personaje blanco por la pantalla; todo allí parece realizado por y para un público negro que espera una obra que les hable a ellos solamente. Lo que se les ofrecía era un arquetipo al que aspirar, un héroe que no tenía nada que envidiar en su fortaleza a los que les podían llegar desde el extranjero, siempre interpretados por algún blanco ajeno a su entorno.

La cultura en general, y la de masas en particular, tiene el poder de ayudar a transformar el mundo que la produce. Esa retroalimentación existe siempre de manera soterrada, imponiendo ideas, tendencias y modas de manera lenta pero segura entre los espectadores (en el caso del cine). En algunos casos puede pasar que esas tensiones subterráneas salgan a la luz y se hagan evidentes, ya sea por la existencia de una intención proselitista o porque el contexto permita que las claves se hagan evidentes. Joe Bullet es un claro ejemplo de esto último; de hecho resultó tan clara en su contenido que a los censores no les tembló el pulso a la hora de hacer que desapareciera de las salas comerciales.

Acercarse a Joe Bullet es un ejercicio recomendable para todo cinéfilo. No solamente podrá así conocer un ejemplo de thriller sudafricano enmarcado en la blaxploitation, lo que no es poca cosa, sino que también podrá reflexionar sobre los elementos que convirtieron a una inocente cinta de acción en una amenaza para el poder establecido. El poder del cine es algo que no se descubre solamente en las grandes películas, sino que brilla aún más en aquellas pequeñas cintas que se convierten en paradigmas de diferentes movimientos culturales y que, a menudo, solo pueden ser leídos a posteriori. Posiblemente nuestra lectura de Joe Bullet solo pueda ser correcta tras el final del apartheid, lo que en el fondo no hace más que subrayar su posición histórica.

Ismael Rodríguez Gómez

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