Los años nuevos
Hay en el título de la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen un cierto aura de conjuro, como de susurro que se dice con los ojos cerrados. Algo que, a base de repetirlo, nos permite invocar la realidad y llenarla de todo lo que puede ser aún distinto. Hay también en él un tipo de luz que invade la mañana del uno de enero y que está hecha como de yeso. Una luz quieta y pesada, que tiene la capacidad de detener el tiempo sobre la mesa a medio recoger y las sillas desordenadas de la noche anterior, propia de ese día imposible en el que el calendario se viste de primicia y nos engaña a todos con su ternura. Porque si bien a la Nochevieja hay que disfrazarla y arrojarle destellos de confeti, los años nuevos son siempre, y a pesar de todo, luminosos.
Antes existía una divinidad para eso. Lo llamaban Jano y miraba con su doble rostro tanto al pasado como al futuro. Era el dios de las llaves que todo lo abren y todo lo cierran, de los umbrales que marcan el límite entre lo que se tiene y lo que se desea y, sobre todo, de las puertas, pues estas no solo simbolizan un acceso, sino también el espacio que se esconde tras de él. Con el tiempo, Jano pasó a llamarse Enero y tal vez sea por eso por lo que en la ficción de Sorogoyen, Óscar (Francesco Carril) cumple treinta años el 31 de diciembre con la vida casi resuelta: un buen empleo como médico, un apartamento bonito, amigos fieles y una ex que no lo es del todo. Por su parte, Ana (Iria del Río) celebra su trigésimo aniversario el 1 de enero con la vida aún por resolver: sin gustarle su trabajo ni sus amigas, viviendo en un piso compartido y soñando con mudarse a otro país. Ambos, como no podía ser de otro modo, se conocen en una fiesta de Nochevieja.
A través de diez capítulos que se corresponden con diez días, los de año nuevo, Sorogoyen y su equipo (la serie ha sido creada y escrita junto a Sara Cano y Paula Fabra, en cuyo guion también han participado Antonio Rojano y Marina Rodríguez Colás), nos hablan sin flashbacks ni elipsis de la cotidianidad que conforma la década que va de los treinta a los cuarenta y que sí, es bonita, pero perra. Porque es la época en la que toca ser felices e irse a vivir juntos, compartir familia, futuro, mantel; pero también la de los amigos que dejan de serlo y la de las promesas lamentables, como esa que hacemos a todo aquel que quiera oírnos de que nunca más nos volveremos a enamorar. Tinder, qué te voy a decir, es una mierda. Una década en la que preguntarnos si este será el año en el que tengamos que empezar a cuidar de nuestros padres y en la que aceptar, aunque sea a regañadientes, que hay una vida ahí fuera que ya no será.
Tal vez por eso de vez en cuando todavía aparecen por sorpresa preguntas estúpidas, como esa que se empeña en querer saber cómo está su madre, sus hermanas, o esa otra que insiste en averiguar dónde estará aquella servilleta de bar en la que con destreza te dibujaron un plano de una casa a las afueras. Y te cortas el pelo y un buen día te sorprendes intentando descifrar tu vida y la vida de tus amigos hablándole a la tele. Reconociendo heridas, disimulando. Porque unas veces eres Ana; otras, Óscar. Incluso dependiendo del capítulo te reconoces en algún que otro personaje secundario. Y estás tentada a irte a la cocina cuando ellos se hacen los valientes y aceptan ir a ese café cutre de barrio solo para conversar. Solo para descubrir, como tú bien sabes, que al otro le sientan bien las canas, los hijos, otra compañía.
«¿Recuerdas aquella vez que, sin dormir, decidimos ir a comer a 500 km de distancia? Y cuando, al brindar, derramaste toda la copa porque estabas nervioso». «¿Sigues viendo a las chicas?» «A veces sueño con el día en el que nos subimos a aquel tejado y vimos a la gente tan pequeñita, tan lejos de nosotros». «Me encantaba emborracharme contigo». «¿Tú crees que se vuelve a ser invencible?» «Te he echado de menos». «Quédate un poco más». «Este hotel está mejor que el de Berlín». «No me puedo creer que sigas empeñada en no conducir». «Entonces, ¿ahora solo es mía o sigue siendo de los dos?».
Por eso cuando salen los títulos de crédito haces lo que se hace ahora en estos casos: coger el móvil y escribir en redes sociales que lo que resulta tan especial de esta serie no es todo lo que reluce (el amor, la amistad y la magia que los envuelve), sino haber logrado que Los años nuevos lleguen al calendario como llegamos las personas de cierta edad a cualquier sitio.
Con toda la vida a cuestas.
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Los años nuevos de Saray García. Me ha encantado tu descripción 😊
¡Gracias! 🥰