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Más allá de la picardía: inventores españoles

Es parte de la idiosincrasia de toda nación el sentirse mejor o superior al vecino y los pertenecientes a grupos diferentes al propio. El español, como colectivo, cumple con eficiencia esta regla, salvo en una excepción que la confirma.

Inventores españoles 01

Recuerdo que cuando era un niño, en la década de los ochenta, escuchaba decir que España acumulaba un retraso de veinte años con respecto a Estados Unidos, referente tecnológico. Confirmábase, una vez más, esta regla no escrita en mi conciencia infantil al visionar en las series televisivas de moda prodigios asombrosos como hornos microondas, coches deportivos con puertas que abrían como alas de gaviota, rascacielos inmensos con ascensores acristalados, cámaras videograbadoras de uso familiar o televisores en color. Sensacionales innovaciones todas ellas que veía a través de un viejo Telefunken en blanco y negro con capacidad para emitir cinco canales.

Contemplaba estos prodigios las tardes de lluvia, sentado en el suelo a los pies del tresillo de la salita de mi abuela, mientras con un palo con una goma Milán en la punta (mando a distancia casero del que me sentía muy orgulloso) cambiaba constantemente de canal. La uno, luego la dos, la uno, otra vez la dos…

Creo que es también un sentimiento hondamente asentado ese por el que, con falsa humildad, aceptamos que lo americano, alemán o nipón es mejor que lo nacional, y admitimos así indirectamente que estos otros son y han sido mejores inventores, ingenieros y emprendedores. Gente, en definitiva, más avispada que nosotros.

Sepa pues que en España no solo hemos sido expertos en empalar objetos (el chupa-chups, la fregona y el futbolín) y en desarrollar continentes para darle mejor al vicio, como la bota, el botijo y el porrón. Grandes investigadores patrios como Ramón y Cajal o Severo Ochoa compartieron nacionalidad con ingenieros e inventores como Juan De La Cierva, Isaac Peral o Manuel Jalón, que desarrollaron el autogiro, el submarino y la jeringuilla desechable. Pero probablemente el mayor inventor español de todos los tiempos haya sido Leonardo Torres Quevedo, en cuyos logros nos fijaremos pero no sin antes hacer justicia a otros ilustres genios de la inventiva que le precedieron.

Inventores españoles 02 - Martin Cortes de Albacar

Las exigencias de un mundo nuevo

El Siglo de Oro español, que en realidad abarca más de cien años (desde la publicación de la Gramática castellana de Nebrija en 1492 hasta la muerte de Calderón de la Barca en 1681), fue un periodo de prodigiosos descubrimientos. Con la llegada a las Indias, además del beneficio económico por la explotación de las riquezas coloniales, los campos de la botánica, la antropología y la lingüística sufrieron una revolución sin precedentes. Además, la unión dinástica de los Reyes Católicos y la conquista de Granada habían conformado un estado que, por primera vez en siglos, tenía paz para recrearse en las artes. El resultado fue el comienzo de un apogeo cultural que daría prestigio a la monarquía española en toda Europa. El saber que comenzaba a acumularse en las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares y las soluciones que exigía (en el campo de la agronomía, la navegación y defensa) la conquista del Nuevo Mundo propiciaron grandes avances, descubrimientos y, cómo no, inventos.

Martín Cortés de Albacar, nacido en Zaragoza en 1510, se trasladó a Cádiz con veinte años para formarse en la Escuela de Pilotos, donde aprendió cartografía y navegación. Fue el primer investigador en desvincular los polos geográficos de los magnéticos, que hasta el momento se creían una misma cosa. Inventó la carta esférica marina, fundamentada en la separación progresiva de los paralelos, y publicó estos estudios en su obra Breve compendio de la Sphera y de la arte de navegar en el año 1551, una fecha en la que muchos aún cuestionaban que la tierra fuera redonda, a pesar de las evidencias que lo demostraban. Introducía el propósito de su escrito con las siguientes palabras: «Considerando el peligro de los que allá van a descubrir el nuevo mundo (…) he querido sacar a la luz mis vigilias y manifestar en público este nuevo compendio poniendo principios infalibles (…), dando regla verdadera a los marineros, mostrando camino veraz a los pilotos, haciendo este instrumento para saber tomar la altura del sol, ordenándoles cartas y brúxulas». También perfeccionó el nocturlabio, un reloj de estrellas fundamental para el cálculo preciso de mareas y la navegación en alta mar. Lo había inventado, por cierto, el mallorquín Ramón Llull hacia el 1300.

De Diego Ribero se desconoce el lugar y la fecha de su nacimiento. Se sabe que fue marino mercante al servicio de un armador portugués hasta que en 1518 entró al servicio de Carlos I de España. Participó en la elaboración de las cartas llevadas en la expedición de Magallanes y Elcano, la primera que circunnavegaría la tierra. En 1523 fue nombrado Cosmógrafo Real después de inventar la bomba de achique metálica, un ingenio de bronce que permitía evacuar de los barcos diez veces más agua que los rudimentarios instrumentos de madera usados hasta el momento. En 1527 presentó ante la corte del rey el Padrón real, primer planisferio basado en observaciones empíricas de latitud, gracias a las mediciones recopiladas en el viaje de Magallanes y la exploración de Norteamérica que Esteban Gómez había realizado en 1525.

Inventores españoles 02 - El ingenio de toledoJuanelo Turriano, nacido en el Milanesado español hacia 1501, era relojero de la corte e inventó, por encargo del rey, el Cristalino, un reloj astronómico que indicaba la posición de los astros en todo momento. Sin embargo, el artefacto que le daría fama y reconocimiento en vida sería el llamado Ingenio de Toledo, una máquina hidráulica que, mediante poleas, palas y engranajes, era capaz de desviar cien metros el torrente de agua desde el río Tajo hasta el Alcázar de Toledo.

Blasco de Garay fue capitán de la Armada Española. Al igual que en el caso de Diego Ribero, desconocemos su origen. En 1539 presentó al emperador un proyecto con el que pretendía mover los navíos prescindiendo de remos y velas. Su máquina para propulsar naos constaba de una caja de desmultiplicación, un eje rotor y dos ruedas de paletas. De construcción económica y susceptible de ser fabricado en serie, pretendía equipar las embarcaciones con varias máquinas a la vez, incrementando la tracción de las naves y eliminando los remos de las galeras. El objetivo era sustituirlos por tan solo cuatro hombres que, mediante un sistema de engranajes, lograrían multiplicar su fuerza bruta. El principal inconveniente del invento era que, si bien en las maniobras en puerto la máquina resultaba útil, pasado cierto tiempo los hombres eran incapaces de sostener esa carga de trabajo, precisando relevos. Por este motivo se descartó la idea al no existir, a la larga, ahorro en personal.

Benito de Morales, sevillano, llegó a la corte en 1570. Ingeniero y arquitecto, construyó innovadores molinos y batanes, y se ocupó de las obras de ingeniería hidráulica en el Palacio de Aranjuez. En 1572 terminó de construir lo que llamó la máquina de agua clara, la primera depuradora de agua existente, con la que descenagó las aguas estancadas de la comarca, permitiendo su utilización para regadío. En 1584, valiéndose del mismo ingenio, propició el primer abastecimiento público de agua potable en Valladolid.

Muchos otros pusieron sus conocimientos al servicio de la armada y desarrollaron numerosas novedades en los campos de la artificiería y la construcción naval: Juan de Bracamonte, Francisco de Nieva, Benedicto Pelliter, Juan de Herrera o Bautista de Toledo figuraron entre la larga lista de ingenieros bélicos de la época, que cerraría Jerónimo de Ayanz y Beaumont. Este navarro, nacido en 1553, fue, además de militar, un auténtico humanista: pintor, músico, arquitecto, fue reconocido héroe en la Batalla de San Quintín, desmanteló la conjura francesa para asesinar al rey Felipe II en Lisboa, prestó un enorme servicio a la corona combatiendo en Flandes. En 1587 ostentó el honor de ser nombrado Administrador General de Minas del Reino, puesto idóneo para su alma de inventor y que le llevó a patentar numerosos prodigios. Uno de los más relevantes fue un sistema de desagüe y purificación de aire para las galerías más profundas de los yacimientos (quizá el primer aire acondicionado de la historia) que introducía, mediante un sifón con un intercambiador, aire limpio en la tierra; aprovechando la presión atmosférica, hacía ascender el agua estancada y la expulsaba al exterior aplicando el primer principio de la termodinámica dos siglos antes de que fuera definido. Desarrollando esta idea, Ayanz inventó también un horno para destilar agua marina a bordo de los barcos, diversas bombas de riego y achique, el primer molino de rodillos metálicos, la piedra cónica de moler y un traje de buceo cuya efectividad mostró en el río Pisuerga ante el rey Felipe II. Falleció en 1613 y sus restos fueron enterrados con honores en la catedral de Murcia.

Inventores españoles 04 - Locomovil de Valentin Silvestre

Luces en mitad de la noche

A principios del siglo XX, en el transcurso de una discusión da las muchas que mantenía con Ortega y GassetMiguel de Unamuno acuñó la célebre frase «que inventen ellos». Y es que con el final del Siglo de Oro, España entró en la penumbra de una larga etapa de decadencia, crisis económica y corrupción política que ensombrecerían su ciencia hasta hacer olvidar los logros de todos estos ilustres hombres. Durante doscientos cincuenta años no encontraremos inventores o descubridores merecedores de reseñar: esta tarea fue legada a los prohombres de los imperios francés e inglés, que tomaron el relevo de España como potencias mundiales. Tanto fue así que, tras mucho debatir si europeizar España o españolizar Europa, no les quedaba duda de que el pueblo español era negado para la ciencia. Pero la verdad era otra: sí había científicos, ingenieros e investigadores patrios; la mayoría, eso sí, estaba exiliada. Aquella larga noche que duraba casi tres siglos había provocado una masiva fuga de cerebros que buscaban financiación, laboratorios y talleres acondicionados (o simplemente una oportunidad) en los países más desarrollados de Europa y América. Castradas por la indiferencia y el dogmatismo católico, mentes brillantes se vieron obligadas a salir de la península, en muchos casos, sencillamente para escapar de la miseria.

Inventores españoles 05 - cupula FortunyLuis F. Álvarez, nacido en Salas (Asturias) en 1853, ejemplificó esta situación. Quedó huérfano a los siete años y emigró primero a Cuba y más tarde a Estados Unidos. Con treinta y cuatro años se graduó en medicina en la Stanford University y aceptó un trabajo en la leprosería de la hawaiana isla de Oahu. Allí inventó un nuevo método de diagnóstico que, en la actualidad, sigue siendo el básico de detección de la lepra. Uno de sus nietos, Luis Walter Álvarez, fue premio Nobel de física en 1968 y fue también el primer científico que propuso la teoría del meteorito como causa de la extinción de los dinosaurios. También Fernando Casablancas, catalán nacido en 1874, abuelo de Julián Casablancas (cantante de The Strokes), patentó un mecanismo para conseguir grandes estirajes en hilaturas que se popularizó en todo el mundo tras su exilio durante la Guerra Civil. Julio Cervera Babiera, ingeniero militar, trabajó con Marconi tras la guerra hispano-americana y patentó lo que llamó la telegrafía sin hilos, creando el primer sistema eléctrico de radiofrecuencia. Si bien Marconi desarrolló antes la telegrafía sin hilos para transmitir señales, Cervera transmitió la voz humana once años antes que él. Mariano Fortuny y Madrazo, exiliado en Venecia, inventó la iluminación escénica indirecta, es decir, la aún hoy utilizada Cúpula Fortuny. Manuel García, barítono y profesor de canto madrileño, inventó el laringoscopio en 1855 y fue maestro en la Royal Academy of Music de Londres, ciudad que nunca abandonaría. Por último, Ramón Verea, un gallego nacido en 1833 que emigró a Nueva York, patentó allí la primera calculadora mecánica capaz de realizar las cuatro operaciones básicas (sumar, restar, multiplicar y dividir) en 1878. Después de fundar varios periódicos en español en la ciudad estadounidense falleció en Buenos Aires, en 1899.

De los inventores que se quedaron en España podemos citar a Joaquín Bustamante y Quevedo, inventor del torpedo eléctrico, y a Valentín Silvestre, que patentó el Locomovil (un automóvil de propulsión a vapor), la máquina de liar cigarrillos y la primera pierna ortopédica articulada.

Leonardo Torres QuevedoPor fin, resulta necesario destacar al que probablemente fue el mayor inventor español de todos los tiempos y que hoy día es una figura incomprensiblemente desconocida en su país: Leonardo Torres Quevedo fue hijo de un ingeniero de caminos bilbaíno y vino al mundo en Molledo (Cantabria) en 1852. Debido a la profesión de su padre, que supervisaba la construcción de ferrocarriles por todo el territorio nacional, y los continuos viajes familiares, quedó siendo niño al cuidado de unas parientes, acomodadas solteronas, que al fallecer le declararon heredero universal de todos sus bienes. Esta suerte económica le permitió completar sus estudios de bachillerato en París, para a continuación realizar los superiores en la Escuela Oficial de Ingenieros De Caminos de Madrid. Solo interrumpió sus estudios en 1873 para acudir a la defensa de Bilbao durante la tercera guerra carlista.

Tras el fin de la contienda y su posterior graduación, en 1876 realizó un extenso viaje por gran parte de Europa, centrando sus investigaciones en el recién nacido campo de la electricidad. De nuevo en España financia la construcción de un taller-laboratorio en Santander, donde emprenderá diversas actividades de investigación y desarrollo mecánico que le valdrán, en 1901, ser nombrado director del Laboratorio de Automática Aplicada de Madrid y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Dedicado a la fabricación de instrumentación científica, supervisa la elaboración del cinematógrafo de Gonzalo Brañas y el espectrógrafo de rayos X de Cabrera y Costa, además de colaborar en varias ocasiones con Santiago Ramón y Cajal, entre otros.

Con el paso de los años ingresará en la Real Academia Española sustituyendo a Benito Pérez Galdós, será presidente de la Sociedad Matemática Española, miembro asociado de la Academia de Ciencias de París, y doctor honoris causa por la Sorbona. Patentó entretanto un nuevo tipo de dirigible que adquirieron los ejércitos inglés y francés, y un funicular llamado Spanish Aerocar que cien años después aún atraviesa las cataratas del Niágara. En 1903 presentó el Telekino, autómata dirigido remotamente mediante ondas hertzianas, adelantándose al invento del mando a distancia de Nikola Tesla.

Inventores españoles 06 - El Ajedrecista de Leonardo Torres QuevedoConstruyó y diseñó multitud de máquinas analógicas de cálculo, facilitando el trabajo  de científicos como Albert Einstein, que adquiriría varias a lo largo de su vida, evitando al genio alemán y a muchos otros autores la tarea de realizar manualmente extensas ecuaciones algorítmicas. Fruto de estas y otras investigaciones relacionadas crearía, en 1914, el ingenio que marcaría el clímax de su carrera: el Ajedrecista (primer juego por computación de la historia) fue un ordenador autómata que resolvía un final de torre-rey contra un oponente humano y que lograba el jaque en todas las ocasiones. En el ensayo en que describe la mecánica de su artefacto, Torres Quevedo sienta las bases de lo que más tarde se llamará «inteligencia artificial», planteando por primera vez la posibilidad de que una máquina sería capaz, con el tiempo, de desempeñar tareas propias de humanos. Dicha idea propiciará pronto la aparición de un nuevo y prolífico género literario, la ciencia ficción, cuya gestación el propio inventor parece acariciar en sus escritos: «Siempre será posible construir un autómata cuyos actos, todos, dependan de ciertas circunstancias más o menos numerosas, obedeciendo a reglas que se le puedan imponer arbitrariamente en el momento de la construcción». Inspiraba así la creación de las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov,  adelantándose varias décadas a los teóricos de las ciencias de computación del siglo XX.

Torres Quevedo dedicó los últimos años de su actividad profesional al desarrollo de ingenios pedagógicos como el puntero láser, varias máquinas de escribir o un modelo automático de proyector de diapositivas. Por otra parte, impulsó la difusión de su otra gran pasión, el esperanto. Su muerte fue metafórica: falleció en Madrid en 1936, durante un bombardeo sobre la ciudad en plena Guerra Civil.

Desde entonces, las principales creaciones de los inventores españoles fueron utilizadas como propaganda por el régimen franquista. Creadores como De la Cierva, Monturiol e Isaac Peral, el traje espacial de Emilio Herrera, el tanque de aire de Adrián Álvarez Ruiz,  la máquina portátil de rayos X de Mónico Sánchez y el famoso e inviable motor de agua de Arturo Estévez Varela han pagado con el olvido, como tantos otros pensadores españoles del siglo XX, su relación con la dictadura. Su anonimato, como el de todos los anteriores, es sumamente injusto.

Si en algún momento, como cuando yo era niño, sospechara de la capacidad del pueblo español para la inventiva, la técnica o la ingeniería, recuerde a Leonardo Torres Quevedo y los otros grandes inventores españoles. Agradézcales poder cambiar de canal desde la comodidad de su sillón; la existencia de videojuegos, calculadoras, robots fabriles, ascensores y transbordadores; agradézcales haber ayudado a inspirar Star Trek y La guerra de las galaxias y laméntese, como yo, porque tengan que ser una errada excepción de la idiosincrasia española. Porque grandes inventores españoles hubo, y eso demuestra que no fallan las mentes sino la inversión y la divulgación. La larga noche del siglo XX sigue cerniéndose sobre nosotros, pero está en nuestra mano que la historia no se vuelva a repetir: debemos exigir que nuestros estudiosos reciban la atención que se merecen, porque de ellos depende el desarrollo científico, cultural y económico de cualquier nación. De ellos depende, en definitiva, el futuro. Y si no nos escuchan, algo tendremos que inventar.

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5 comentarios

  1. Una aclaración. Mónico Sánchez pagó con el olvido por otras causas. Además de la mala suerte de que falleciera el hijo que se había preparado para sucederle, lo fundamental es que era de esa tercera España que se llevó las tortas de las otras dos. En 1936 su empresa, después de más de 20 años sigue yendo bien y abriendo nuevas líneas de productos. Pero llegó el maldito 18 de julio. Aunque era republicano de centro, algo que nunca ocultó, los republicanos incautaron su fábrica (cargándosela naturalmente) y finalmente debe huir a Valencia cuando recibe un soplo de que le van a dar el paseo. Cuando vuelve tiene que volver a reconstruir su obra, pero su empresa es de alta tecnología y necesita importaciones… las cuales no las puede conseguir fácilmente porque como era republicano y además durante la guerra no había podido tender puentes con los militares como los que cayeron en el otro bando, no podrá progresar. El franquismo posteriormente lo ignoró de un modo completo.
    Esa es la realidad.

  2. No le falta razón, Francisco López, Mónico Sánchez valdría por sí solo un extenso artículo, más que la pobre referencia que representa en este. En los últimos tiempos se ha hablado mucho, y sin demasiado criterio, tanto de su figura y obra como de su legado. Al decir «pagó con el olvido su relación con la dictadura», creí dejar dicho que, en su caso concreto, fue una «mala relación con la dictadura», como usted bien aclara.

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