¡Purgandus populus!
En 1991 Els Joglars, compañía teatral nacida en 1966 y activa hasta nuestros días, rodó una miniserie de cuarenta episodios cortos, de casi cinco minutos, que fueron emitidos en estreno en lo que se conocía como canalillo o UHF, recientemente convertido en en La2 de TVE. Fue entre enero y abril de 1992 y la ficción en cuestión se llamó Orden especial, pero seguramente los que la vimos la recordaremos más por su grito de guerra: ¡purgandus populus!
Detectado e identificado el personaje merecedor de purga, el abad proclamaba la urgencia de justicia ciudadana y al grito de ¡purgandus populus! se desataban las actuaciones necesarias: humillación pública, exposición, reeducación con tortura televisiva y garrotazos purganderos, eran la base del programa de reinserción mazmorril.
Célibes espías, inquisidores del siglo XX, recogían las pruebas necesarias, ayudados por un equipamiento de última generación para que el abad juzgara intervenir y reconducir diferentes desórdenes. En la moderna central secreta, equipada con un muro de televisores de tubo de ocho pulgadas, máquinas de escribir y ordenadores personales, un panel de realización de televisión y muchas cintas betamax archivadas, las monjas trabajaban sin descanso reuniendo y clasificando actividades nocivas, cuasi delictivas. Donde la ley no llegaba, llegaba la Orden especial.
Dirigido y protagonizado por Albert Boadella, con guion de los propios Els Joglars, y con la actuación de Jesus Agelet, Jordi Costa , Eduard Fernández, Josep M. Fontserè, Ramon Fontserè, Montse Pérez, Jordi Purtí, Pilar Sáenz, Joan Serrats, Xevi Vilà, Paulina Gálvez y Teresa Urroz, junto a muchos otros invitados, desde una oculta abadía cuyas actividades discurrían ajenas al conocimiento de la sociedad, un grupo de monjas y monjes observaban, con tecnología punta de la época y una serie de cámaras ocultas dispuestas por la geografía, los comportamientos incívicos o reprobables de diversos ciudadanos.
Traído hasta nuestros días, parecería mentira que un guion como el del capítulo titulado El macho ibérico, con un comienzo tan prometedor, se resolviera de una forma tan burda. Resumamos este caso concreto: la Orden especial identifica, localiza y graba a un sujeto previamente señalado como machista. Acosador en la rue, homófobo, llega a su casa para culpar a su esposa de ponerle poca sal en la comida, amenazar con partirle la cara y denigrar a su suegro por viejo; en el bar presume de macho. «Las mujeres, lo que yo te diga: para zurcir los calzoncillos, para la cama y lo demás una carrucha (…). A esta no me la tiro yo porque no quiero». O, colándose en el servicio de ellas, exclama: «a las mujeres os gusta que os violen, que sois unas guarras». Al ser expulsado del cuarto de baño, susurra para sí: «menuda reunión de bolleras, feministas, cagüen dios»; ante una mujer tomando el sol con el torso desnudo exclama: «veo así a mi hermana y la mato». El machista «faloibérico», como proclama el abad, debe ser capturado por la orden especial y llevado al Santo Oficio Psiquiátrico para ser reconducido.
Hasta aquí, pinta bien: el macho machista, ofensor y primitivo queda retratado por sus actos. Será reconducido paródicamente, imaginamos. Castigado, llevado a tratamiento y encerrado hasta que sea capaz de empatizar con el resto de sexos. Pero niet. No pueden con su libido. Su psiquiatra relata con una sonrisa que intentó tratarle pero fue violada varias veces, así que la única penitencia que le imponen es recompensar con su falo a las féminas necesitadas que harán cola, ansiosas, para recibirlo… ¿Cómo lo ven?
Orden especial llegó a reunir a una audiencia de seis millones cuatrocientos mil espectadores, cifras casi imposibles de alcanzar en los tiempos actuales para una serie de tan bajo presupuesto. Era el inicio de los años noventa, y a los niños y adolescentes nos parecía una serie graciosa. Ese era el equivocado mensaje. Eran otros tiempos, tiempos de… ¿un pueblo más puro? Otra vez niet. Si acaso, mucho más ignorante, más machista y misógino, cuando menos. Sea lo que fuere, ¡purgandus populus!
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