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El cine como transmisor de ideología (II): China y la bilogía de Wolf Warrior

Ya hemos visitado con anterioridad la naturaleza propagandística del cine de masas en las filmografías no dominantes en el panorama cultural. Hoy, seguiremos con un análisis de otras dos películas que se sitúan en esa peligrosa situación en la que la transmisión de una ideología es la clave para entender su mera existencia. Bajo la cubierta de un par de cintas de acción estándar se esconde, cómo no, el refuerzo de un mensaje dominante en el contexto de unas guerras culturales que están alcanzando niveles difíciles de comprender.

El cine chino es un gran desconocido en el mundo occidental. Poco parece importar que China sea el país con más pantallas de cine, que produzca la segunda filmografía que más recauda o que haya conseguido que siete de las diez películas más taquilleras de su historia sean producciones propias. En Occidente, el cine chino es visto con cierta indiferencia más allá de las películas de prestigio que se pasean por diferentes festivales. Y, sin embargo, los grandes éxitos de su cine se sitúan en unas coordenadas completamente diferentes a los grandes títulos que ganan premios en los certámenes.

Wolf Warrior (战狼, 2015) y su secuela Wolf Warrior II (战狼2, 2017) son a día de hoy dos de los grandes éxitos de la taquilla china. La primera triunfó de forma controlada y de hecho, a día de hoy no se encuentra ni entre las cincuenta cintas más taquilleras de la historia. No obstante, preparó el camino para una explosión recaudatoria sin precedentes en China y que llevó a su secuela a convertirse en la película más exitosa de la historia del país. Actualmente, sigue manteniendo una gran ventaja sobre la segunda, la también bélica Operation Red Sea ( 红海行动, 2018).

El cine popular chino ha tendido en los últimos años a tratar de imitar al modelo de Hollywood pero dándole unos contenidos acordes con las intenciones y las guías del gobierno. De esta manera las grandes producciones chinas deben tratar de promover los valores del país y responder a las expectativas de los censores. Muchas de las películas occidentales no llegan al país y entre las que lo hacen muchas son las que lo hacen en régimen de coproducción, lo que lleva a que en las pantallas de todo el mundo sea habitual encontrarse a día de hoy con partes de superproducciones que tienen lugar en China, o con al menos algún coprotagonista de aquel país dispuesto a ocupar una cuota de pantalla que el propio gobierno lucha por conseguir.

El éxito de Wolf Warrior II, que por cierto está disponible ahora mismo en la plataforma española de Netflix, nos puede servir para tratar de comprender cómo la naturaleza ultranacionalista del cine de acción americano de los años ochenta ha conseguido sobrevivir sin problemas hasta nuestro tiempo, llegando a convertirse en un discurso hegemónico en un territorio tan lejano como China. En el lejano oriente también quieren tener a su propio Rambo cueste lo que cueste.

Wolf Warrior, los principios siempre son duros

El mayor éxito del cine chino hasta el momento empezó como un proyecto personal de un director y actor que hasta entonces no había pasado de ser un buen secundario con particular éxito en la industria de Hong Kong. El guion de Wu Jing, una carta de amor al ejército chino, tardó siete años en completarse y terminó convirtiéndose en un buen punto de inicio para construir la gran franquicia de acción que China parecía estar esperando.

La trama, por cierto, no resultará nada novedosa para cualquier espectador occidental. Nos cuenta las peripecias de un soldado, un ejemplar e infalible francotirador llamado Leng Feng; dotado con la mejor puntería del mundo y unas capacidades de lucha cuerpo a cuerpo aparentemente ilimitadas, es un héroe sin fisuras que podría haber sido interpretado sin ningún problema por Jean Claude Van-Damme en el pasado.

Al igual que podríamos esperar en cualquier cinta de acción al uso, los problemas de Leng Feng empiezan cuando decide tomar personalmente las decisiones en el campo de batalla. En su caso, lo hace acabando con un traficante de drogas en mitad de una actuación de la policía. Desde el principio se transmite claramente que el ejército está aquí para ayudar a los chinos. En toda la película, los soldados nunca tomarán una mala decisión, sufrirán una traición o serán condenados de algún modo. Aún no estamos siquiera en ese momento en el que Rambo debe entender que hay que luchar por lo que es justo aunque el ejército y el gobierno le hayan abandonado. Aquí, a Rambo le seguirían cuidando y él seguiría siendo siempre fiel a sus antiguos empleadores.

Como resultado del tiroteo, el protagonista será enviado a la compañía de los Wolf Warrior, los lobos guerreros, los mejores y más peligrosos del ejército chino. Para ello solamente tendrá que ganarse la confianza de la chica de la película, único personaje femenino con nombre propio; ella será la comandante de la fuerza especial pero, por supuesto, el depositario del interés romántico de la cinta. Dicho romance, por cierto, es tan blanco, tiene tan poco sentido, que resulta difícil de perdonar hasta para quien está acostumbrado al nivel habitual de estas tramas en las películas de acción de Hong Kong. Merece la pena mencionar que la primera vez que aparece Long Xiaoyun (interpretada por la estrella china Yu Nan) es a través de un primer plano radiante mientras suena una música propia del John Woo más esteticista y alocado.

Más allá de que nuestro héroe se una a las fuerzas especiales, otro aspecto importante de la historia es que que en el primer tiroteo el protagonista mató al hermano de un poderoso señor del crimen que querá vengarse de él empleando a un grupo de mercenarios liderados por un muy perdido Scott Adkins. De paso, el villano también quiere recoger muestras genéticas de ciudadanos chinos que permitirán a una malvada farmacéutica construir un virus que solamente afectaría a sus ciudadanos… Ese es el plan. Podríamos decir, por tanto, que Wolf Warrior es algo así como Rambo mezclada con un plan de un malo de James Bond, pero protagonizada por un Jet Li de baratillo con cierto aire a Danny Lee.

La película solo arranca cuando el protagonista es emboscado por los mercenarios, que matan a uno de sus compañeros, el más simpático y al que nuestro héroe había aprendido a querer en apenas un par de días, y se dan a la fuga. A partir de aquí, todo será una ensalada de tiros y peleas en medio del terreno agreste; el aderezo incluye todo tipo de helicópteros, armas de alta tecnología, escenas de tensión gratuita que amenazan con la muerte del protagonista, acoso de la chica de la película en su puesto de trabajo y mucho, muchísimo orgullo nacional.

Porque si algo destaca en Wolf Warrior, por encima de sus escenas de acción algo flojas y ciertos momentos de vergüenza ajena como el ataque de unos lobos hechos por ordenador en mitad de la noche, es la idea de que el honor chino está por encima de todo.

Al principio de la cinta se deja claro qué se siente al matar a un criminal cuando le preguntan a nuestro héroe. Su respuesta es que él se siente bien, porque matar a los enemigos de la patria es algo bueno. A partir de aquí, todo sigue el mismo discurso, que sirve de sustento a la idea de que las fuerzas armadas chinas son el epítome de la bondad y la responsabilidad. En ningún momento se ponen en duda las decisiones de los miembros del alto mando, ni siquiera cuando deciden que los hombres deben perseguir a los mercenarios y matarlos a tiros arriesgando sus vidas, en lugar de bombardear la zona. Esa es la última opción, porque hay algo más importante que acabar con los mercenarios: recuperar el honor perdido luchando.

La narrativa clave, de todos modos, se construye con dos escenas diferentes, pero relacionadas de manera íntima. La primera es aquella en la que los protagonistas deciden, precisamente, que hay que perseguir y eliminar a los villanos en el terreno. Entonces, todos los soldados chinos encargados de la misión proceden a quitarse los parches de sus unidades para sustituirlos por uno que lleva la bandera china y la leyenda I fight for China, «yo lucho por China» en español. En ese momento, los soldados pasan de ser meros individuos a convertirse en la representación del propio país; en una fuerza imparable.

Esto se verá sobre todo en la lucha final entre Scott Adkins y Wu Jing. Aquí, como en toda buena pelea de la historia del cine de acción más convencional, el malo está a punto de ganar, pero entonces pasa algo que cambia la situación. Normalmente esto suele tener que ver con una amenaza a alguien querido para el héroe, o el recuerdo de alguna terrible afrenta pasada. Sin embargo, en Wolf Warrior lo que desata la ira del protagonista es que el villano le arranque el parche de su país y le diga que lucha por nada. En ese instante, la suerte ya está echada porque el elemento central del film, el corazón del héroe, no está en el amor por su amada, en su instinto de supervivencia o su voluntad de salvar al mundo de los planes de un villano de opereta. No, lo que realmente puede causar la furia de un buen soldado chino es que se insulte a su país.

Wolf Warrior es una película de acción floja que recupera, por tanto, lo peor del cine ochentero americano y lo une a las experiencias del cine de bajo presupuesto en el que suele moverse su antagonista, Scott Adkins. Lo único que la separa de innumerables cintas semejantes es su posicionamiento ideológico: la idea de que el pueblo chino, encarnado en su ejército, es un rival a tener en cuenta y está guiado por el bien y el honor. No es casualidad que los villanos sean occidentales o chinos exiliados que huyen de un gobierno que les persigue por su maldad. El mundo de Wolf Warrior no tiene sitio para el gris; todo se divide entre blanco y negro, buenos y malos. Chinos y el resto del mundo.

Wolf Warrior II, el cielo es el límite

La primera entrega de la saga fue un éxito bastante destacado en un cine como el chino, en el que las cintas de acción no solían tener demasiado tirón. Recaudó algo más de ochenta millones de dólares y permitió que Wu Jing pudiese plantearse una segunda parte más ambiciosa, que él considera la segunda entrega de una trilogía que afirma tener planeada desde al menos el año 2007.

Para la segunda parte de la misma, el director chino contó con más dinero y medios, algo que aprovechó para darle un lavado de cara absoluto a la franquicia. Para empezar, la acción se irá desde China hasta África. Además, se cambiará la chica de la cinta y para incluir a una actriz con cierta presencia en los Estados Unidos como es Celine Jade, famosa entre otras cosas por haber aparecido en la serie de la CW Arrow. También se gastará mucho más dinero en efectos especiales y se cambiará a Scott Adkins por Frank Grillo, un actor mucho menos dotado en lo físico, pero de mucho más caché.

Wolf Warrior II sigue así las instrucciones más elementales de la secuela estadounidense. Trata de mantener lo que considera lo mejor de la primera y simplemente sube el gasto en todo que puede. Así, el ejército chino seguirá siendo el guardián de todo lo que es bueno en el mundo, pero a cambio tendremos muchos más tanques, escenas locas de lucha submarina, persecuciones casi inacabables… Más de lo mismo, pero a lo grande. Michael Bay estaría orgulloso.

Lo primero que destaca de la película, más aún que su primera escena de acción subacuática, con un disparo de francotirador que acaba con un tipo que va en lancha y armado un bazuca, es que ahora Leng Feng ya no es miembro del ejército. Descubriremos que fue expulsado cuando llevaba los restos de su amigo muerto en la primera entrega a sus familiares y se enfrentó a unos especuladores inmobiliarios que les estaban acosando. Tras pelearse con ellos, matará al cabecilla frente a la policía y, de manera poco sorprendente, será expulsado del ejército. En el proceso descubrimos que estaba a punto de casarse con la buena de Long Xiaoyun, pero que esta ha desaparecido tras morir, aparentemente, a manos de unos mercenarios que usan unas balas muy raras. Una de esas balas cuelga de su cuello y con ella tratará de localizar a los asesinos de su amor por todo el globo.

Puede resultar sorprendente que nuestro héroe abandone a su país, pero lo cierto es que pronto veremos que tiene cierta lógica. Leng Feng es uno más en el país africano sin nombre en el que se encuentra,  cuyo presidente, por cierto, se llama Angola; algo así como si el presidente de una China ficticia se llamase presidente Tailandia. Pero da igual, lo cierto es que él, en su corazón, sigue siendo chino. Así que, cuando la guerra civil del país alcanza un nivel demasiado elevado de conflictividad y sus amigos tienen problemas, no duda en enfrentarse a quien haga falta para llevarlos a la embajada china; un lugar seguro porque hasta los rebeldes saben que China es la amiga de África y no les atacan. Esto último, por cierto, se viene a decir textualmente.

El caso es que una vez consigue poner a salvo a su ahijado, un niño local obsesionado con el crimen a pequeña escala y la comida, que no ayuda a que la película evite ciertos tópicos racistas; una vez rescata al resto de los refugiados, descubre que hay un doctor chino que está en un laboratorio lejos de la capital y que no ha podido huir. Además, la madre de su ahijado está en un puerto del de la zona sur y nadie va a ir a buscarles, porque los chinos no pueden actuar sin el permiso de las Naciones Unidas. Por si fuera poco, hay una plaga de algo llamado «lalanda» que está acabando con los locales y es tremendamente contagioso. Solo una operación especial de un lobo solitario podría salvar al doctor y, de paso, al mundo. Y claro, Leng Feng se presenta voluntario, recordando su rango militar a todos los presentes.

Lo que sigue incluye muchos tiroteos, enfrentamientos entre tanques y todo lo que uno puede esperar de una película de acción de alto presupuesto; pero no vamos a contar aquí la película, sino a centrarnos en aquellos aspectos más ideológicos de la misma, los que curiosamente hicieron que se convirtiese en el mayor éxito de la historia del cine chino.

El primer aspecto que nos llama la atención es que, en todo momento, se subraya la narrativa de China como amiga de África; también la de los Estados Unidos convertidos en una fuerza que no ayuda ni a sus aliados ni a la gente común. De hecho, cuando nuestro protagonista salva a la doctora Rachel Smith (Celina Jade) esta afirma que ha avisado a los marines… ¡por Twitter! Por supuesto, después llama al consulado, pero está fuera de servicio. Es entonces cuando Leng Feng le dice que vio como entre los barcos que se iban del puerto ondeaba la bandera estadounidense. Allí donde los marines huyen, allí donde los americanos dejan a la gente a su suerte, los chinos permanecen dispuestos a agotar cada minuto antes de partir dejando alguien en tierra.

Tendremos otra muestra de la supuesta superioridad moral china, sobre todo en territorio africano, casi al final de la cinta. Un convoy de refugiados debe pasar por una ciudad en plena lucha entre los rebeldes y los fieles al régimen. Sin capacidad de fuego suficiente para abrirse paso, el protagonista decide que la solución es llamar la atención de los combatientes para después levantar la bandera china bien a la vista de los dos bandos. La lucha cesa porque ambos respetan a los chinos mientras pasan. Resulta incluso gracioso imaginarse que segundos después se reanudaría el tiroteo y la muerte, pero eso a la película no le importa. El mensaje ya está enviado: de nuevo, China es la amiga de África. Eso es lo único que importa y por ello todo el mundo la conoce y respeta. Hasta los rebeldes saben que no se debe importunar a los chinos, que hay que respetarlos y que no se puede entrar en conflicto con ellos. Ese es el mensaje central de una cinta que repite hasta la saciedad que china y sus hombres son los únicos que se preocupan de verdad por las demás naciones del mundo.

Igualmente importante en esa narrativa es que, en el momento clave de la cinta, cuando los villanos de la función tienen atrapados a los refugiados y están acabando con ellos, Feng Leng opta por transmitir lo que está sucediendo al principal barco de la armada china. Estos verán las muertes con lágrimas en sus ojos hasta que el oficial superior decide lanzar un ataque contra los tanques que tienen atrapados a nuestros protagonistas, saltándose todas las órdenes. Porque China es el bien, y está dispuesta a saltarse las reglas si es necesario.

En esa misma línea trabaja el hecho de que los verdaderos enemigos de la cinta no sean tanto los rebeldes africanos como los mercenarios occidentales que estos han contratado. Guiados por un Frank Grillo obligado a dar vida a un jefe mercenario conocido como Big Daddy, un nombre digno de la saga Metal Gear Solid por su ridiculez, los villanos más malvados que nadie pueda imaginar incluyen personajes de varias nacionalidades occidentales. Por supuesto, asesinan por placer, traicionan a sus empleadores y, en general, ejemplifican todo lo malo de la sociedad occidental frente a la bondad china.

El discurso es, pues, que China es la verdadera aliada de África y que sus fuerzas armadas son las únicas que consideran el bien común por encima de todo. Son ellos los últimos en irse y los únicos dispuestos a romper las reglas para salvar a un grupo de personas que incluye a varios africanos que ellos ven casi como hermanos. Además, los dos únicos personajes africanos con verdadera personalidad, el ahijado del protagonista y la madre del mismo, caen en todos los tópicos habidos y haber.

El último punto a destacar es que los chinos son también los que curan el virus que azota al país. Fue el doctor Chen el que descubrió la vacuna, el que se sacrificó para salvar a la portadora de la misma y será un chino el que llevará a la chica hasta la flota de su ejército para ponerla a salvo. Finalmente, China compartirá la vacuna con el mundo para salvar a su continente aliado, su querida África.

Dinero, éxito y nacionalismo

Wolf Warrior II fue la séptima película más taquillera de 2017, recaudó más de ochocientos setenta millones de dólares, consiguió la mayor taquilla de la historia de China y la segunda mayor recaudación de una película en un solo país, tras Star Wars: Episodio VII – El despertar de la Fuerza (Star Wars: Episode VII – The Force Awakens, 2015) en los Estados Unidos. Su éxito es difícil de cuantificar cuando saca más de trescientos millones de dólares a la segunda película china más taquillera y además puso de moda las cintas de acción militar en su país.

Sin embargo, desde una perspectiva occidental, ninguna de las dos películas de la saga parece un valor especial que las diferencie de las muchas películas de acción que se estrenan en nuestras salas cada año. Su lenguaje nos resulta tan transparente que hasta duele, subrayando cada decisión de tinte nacionalista que hace referencia, además, a un país que nos resulta extraño frente a los Estados Unidos que todos asumimos como contenedor de todo el mundo occidental.

Es ese orgullo nacional el que se señala como la razón de su éxito en China y entre los emigrantes del país oriental. Aunque aquí nos parezca algo baladí, todo indica que la sociedad china, los habitantes de una nación que lucha por la condición de superpotencia hegemónica contra los estadounidenses, necesitaba una cinta que apelara a su orgullo nacional y estableciera para ella una narrativa propia en la que su país pasa a ser el nuevo guardián de la paz mundial.

Vivimos en un momento de guerra cultural absoluta, a menudo concebida como un choque entre la derecha y la izquierda entendidas de la manera más amplia posible. No obstante, esto puede ocultarnos otros campos de batalla diferentes, aquellos que alimentan a cintas como Wolf Warrior II. Por encima de coordenadas de posicionamiento político, algo que en China no parece que pueda ser empleado como elemento narrativo sin afrontar grandes problemas, la película apela a un nacionalismo militante que sitúa al propio país como padre y guía infalible. Al final de la bilogía y mientras nos amenazan con la tercera entrega, el protagonista sigue soñando solamente con volver a servir a su país en el ejército.

Da igual lo que pase: tú debes estar siempre ahí para China, y China siempre estará dispuesta a protegerte y guiarte. Eso es lo que nos dice la pareja de cintas de Wu Jing, y eso es lo que gran parte del público chino quería escuchar.

Ismael Rodríguez Gómez

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