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Cinefórum CCCLXXVII: «La escopeta nacional»

En un universo paralelo, ¿podría Luis García Berlanga haber dirigido Mad Max Fury Road? Veamos: Frenesí rítmico en la trama, grandes y complejas coreografías sincronizadas de personajes y movimientos de cámara, personajes bizarros, poéticas metáforas respecto a la realidad… la respuesta es que sin duda, podría. Con esta delirante fantasía ponemos un nuevo eslabón a nuestra particular cadena cinematográfica para volver una vez más, y seguro que no será la última, a uno de los cineastas más universales e inabarcables de la historia del cine español. La película no es Fury Road, aunque algo de furia y rabia sí que hay destiladas de otra manera. Hablamos de La escopeta nacional (1978).

Junto con El verdugo, Plácido y La vaquilla, entre otras, la cinta que nos ocupa es uno de los grandes hitos en la cinematografía de Berlanga, una película tan sorprendente por su audacia como por su vigencia. Ambientada en 1972, nos cuenta las accidentadas peripecias de Jaume Canivell, un interesado empresario de porteros electrónicos que, acompañado de su amante, acude a una cacería financiada por él mismo en el cortijo de un conocido aristócrata. Allí, un nutrido grupo de disparatados personajes, que representan la flor y nata de la clase política y social del país, darán pie a una serie de situaciones a cada cual más descabellada.

Berlanga, junto con Rafael Azcona, firman un guion hilarante donde no dejan títere con cabeza. La trama se mueve a una velocidad desbocada construyendo una sátira mordaz donde se hace un retrato cargado de ironía de la jet-set española de los años finales del franquismo. Como si de un Quién es quién se tratara, aparecen todos los arquetipos esperables: el salido marqués venido a menos, su hijo vicioso, el cura cómplice, el representante del gobierno, el ministro de dudosa moralidad, el fiel criado y un largo etcétera de moralidad decadente. Sin miedo al pudor, a lo escatológico y a lo incómodamente bizarro, Berlanga coloca al espectador en una situación similar a la de Álex, el protagonista de La naranja mecánica, en aquella secuencia en la que era obligado a visualizar una película sin pestañear. Porque, como decía Lobato, si parpadean se lo pierden. Casi sin dejar tiempo a respirar, los disparates se suceden y los diálogos se solapan mientras el bueno de Jaume intenta colar sus porteros electrónicos en un lucrativo contrato con el gobierno, no exento, obviamente, de sus correspondientes comisiones a los facilitadores.

El reparto hace honor a la calidad y ambición del proyecto: Luis Escobar Kirkpatrick (el marqués de Leguineche), Mónica Randall (la amante), José Sazatornil (Jaume), Antonio Ferrandis ¡Chanquete! (el ministro), José Luis López Vázquez (el hilarante hijo del marqués), Rafael Alonso (el conseguidor y organizador del evento), Amparo Soler (la marquesa), Bárbara Rey (como mito y símbolo sexual de la transición en el papel de modelo), Luis Ciges, Agustín González y Rossana Yani. Todos impecables. Tal singularidad y riqueza de matices en los personajes dieron pie a que este ecosistema se reprodujera en dos películas posteriores, conformando lo que se conoce como la Trilogía nacional (Patrimonio nacional de 1981, y Nacional III de 1982).

En La escopeta nacional se aprecia fácilmente la firma técnica de Berlanga. Los planos secuencia en los que numerosos personajes aparecen y desaparecen mientras la cámara se mueve entre ellos como si de un personaje más se tratara, es una marca inigualable del director valenciano. Otra seña de identidad es la profundidad del campo visual y el encuadre casi pictórico en que enmarcar a grandes cantidades de personajes como si del jardín de las delicias del Bosco se tratase.

Sea en una cacería franquista, en un burdel de carretera o en un palco del Bernabéu, lo evidente es que la vigencia de esta película es obvia. Berlanga supo leer bien una sociedad delirante que si bien se encontraba en plena decadencia y evolución, supo transformar sus envoltorio para lograr la prevalencia de sus núcleos fuertes. Mientras lo caótico, lo esperpéntico y la bajeza moral afloran en los medios de comunicación o en las redes sociales de formas diferentes, nos damos cuenta con obras como esta que de aquellos polvos, estos lodos.

Es difícil resumir la magnitud del fenómeno berlanguiano, por eso lo mejor será seguir descubriendo y redescubriendo sus obras para ver y reflexionar sobre cómo éramos y cómo somos.

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