Es solo sangre. Una realidad determinada por el tabú
Existen muchos tipos de libros. Los hay que atrapan y, también, que no. Los hay que, directamente, engullen. Los hay que provocan la huida. Los hay que atornillan. Los hay que entretienen. Aunque también los hay que aburren, y mucho. Los hay que enseñan. Los hay que están y los hay que, sencillamente, son. Es solo sangre (Editorial Navona), de la sueca Anna Dahlqvist, tiene todos los ingredientes para ser considerado del montón de los buenos, al que pertenecen esos que atrapan, atornillan, entretienen y enseñan; esos que son, sin más. No es demasiado difícil darse cuenta.
Pertenecer a ese selecto grupo tratándose, como es el caso, de un reportaje, es algo todavía más meritorio. Hay pocos reportajes convertidos en libros capaces de competir en interés y enganche con buenas novelas; que logren algo más que la simple exposición de ciertas realidades complejas. Por una cuestión de falta de interés o de costumbre, supongo. El caso es que toparse con ese tipo de casos no es, ni de lejos, lo habitual. Las excepciones como Es solo sangre son, cuanto menos, un motivo de celebración.
¿Qué ocurre cuando la vergüenza que existe en torno a la regla se entremezcla con la pobreza y, por la senda de esa vergüenza van sucediéndose continuas vulneraciones de los derechos humanos; del derecho a la libertad y a la dignidad, del derecho a la igualdad, del derecho a la educación, la salud y el trabajo? Es la premisa de la que parte Anna Dahlqvist; el punto desde el que arranca un viaje, por una realidad tan silenciada como injusta, tejido al detalle con cientos de testimonios de niñas y mujeres de países como Uganda, India, Kenia o Bangladesh.
Rompiendo el tabú de la menstruación es el subtítulo del libro de Dahlqvist. La etiqueta de la regla como un tema tabú, la idea suprema desde la que la autora construye el relato. Para la sueca, también periodista de profesión, todas las problemáticas que existen en los países en los que ha recogido testimonios, se derivan precisamente del tabú que se cierne sobre el tema.
Un tabú es eso de lo que, por algún motivo, no se habla. En la configuración y, sobre todo, en la permanencia de los tabúes, la vergüenza juega un papel importante. Claro que tampoco es ningún secreto. La lista de tabúes que nos rodean en la actualidad es eterna. A la mayoría, parece no preocuparle demasiado. Imagino que todavía no somos tan inteligentes como para pensar en poner remedio a algo que no podemos ni ver ni tocar. La muerte, la masturbación, el suicidio o incluso la vejez son algunos de esos abismos oscuros que nos cuesta pronunciar en alto. Por eso inventamos los eufemismos, para no mirarlos directamente a los ojos. Para hacerlos, de palabra y hacia fuera, menos nuestros. El tabú del que habla Dahlqvist en su libro, es otro de nuestros tabúes por excelencia; de los que sin duda encabezaría la larga lista de recurrentes líneas rojas si a alguien le diese por escribirla.
Los tabúes dependen de muchas cosas. Su supervivencia está condicionada a la realidad y estructura social de cada lugar particular. La muerte, por ejemplo. Un gran tabú en Occidente que sin embargo no lo es en la parte oriental del planeta. El entorno lo define todo. A nosotros y, también, a nuestros tabúes. Con la regla, sin embargo, ocurre algo distinto. Es un tabú global sin excepción, que experimenta, eso sí, diferencias de intensidad determinadas por la cuestión geográfica. Pero es, en cualquier rincón del planeta. Puede que, en muchos casos, no seamos todavía tan observadores (o estemos tan preocupados) como para poder dar cuenta de ello. O que, simplemente, prefiramos mirar para otro lado. Pero la realidad, es esa.
Es evidente que, entre la realidad en los países subdesarrollados y la nuestra (en la parte, digamos, privilegiada o acomodada del planeta) existe una diferencia de años luz. Sobre todo, claro, por una cuestión de recursos. Sin embargo, la sociedad de la parte afortunada del mundo, por avanzada que parezca, no está tampoco cerca de acabar con dicho tabú. Estamos en una posición mucho más favorable y, aun así, queda mucho por hacer.
Una encuesta realizada en 2015 por la aplicación menstrual Clue junto con la organización Womens’s Health Coalition, en la que participaron más de noventa mil personas de ciento noventa países, determinó que en el mundo existen más de cinco mil eufemismos para referirse a la menstruación. Para aludir a ella sin nombrarla de manera directa. Bastante significativo, ¿no?
Ese mismo año, Instagram retiró una serie de imágenes publicadas por la poeta Rapi Kaur bajo el título Period por «incumplir las normas de la comunidad». Kaur, confesó entonces a la BBC que la reacción de la aplicación «era la respuesta exacta que estaba tratando de criticar con su obra: la reacción de odio», además de reconocer que la censura confirmaba que «la regla continúa siendo un tabú social».
Una encuesta realizada por la organización Plan International UK, concluyó que un cuarenta y ocho por cuento de las niñas de Reino Unido entre catorce y veintinún años afirman haberse sentido o sentirse avergonzadas de su menstruación y un setenta y un por ciento que suelen, por costumbre, sentir vergüenza al comprar productos relacionados con la regla.
Hace un par de semanas, saltaba la polémica en Twitter a raíz de declaraciones del periodista Adam Garrie. Su peculiar modo de celebrar la abolición del impuesto que gravaba los productos de higiene íntima en Reino Unido, hizo estallar la bomba de modo inmediato. «Buena política pero, ¿es esta imagen obscena realmente necesaria?», preguntó a través de un tweet (haciendo referencia a la imagen de un tampón en el anuncio de la supresión del impuesto). Más tarde, se justificaba en los comentarios ante las réplicas de los usuarios. «Hay implicación de fluidos corporales y la particular curvatura de la imagen específica es demasiado sugerente».
Ejemplos, creo, suficientes para entender que, en este caso, no se trata de una cuestión propia de sociedades «menos desarrolladas», como argumentan algunos. Es global, sin excepciones.
En España, el IVA que aplican los productos de higiene íntima es el mismo que el del caviar, el diez por ciento. En países como Hungría, alcanza el veintisiete. ¿Aplicarían, estos productos, impuestos tan altos si la regla no fuese un tema tabú? No lo creo. La pasividad política y el silencio social predominan en ese tipo de situaciones. Y, todos sabemos que, aquello de lo que no se habla, no existe.
Es solo sangre es un recorrido necesario para todos; para conocer, comprender y concienciar sobre las consecuencias que tiene, en partes del mundo menos favorecidas que la nuestra, que tabúes como el de la regla sigan sobrevolando las cabezas. Los peligros. Esos que, desde nuestra idílica burbuja de cristal nosotros ni siquiera alcanzamos a imaginar. ¿Qué ocurre exactamente en aquellos países donde la pobreza, las creencias religiosas y culturales convierten la regla, además de en un tabú, en un serio problema en todos los aspectos? En Es solo sangre Dahlqvist reúne una inmensa suma de voces que dan respuesta a esa pregunta. Una respuesta, claro, terrible.
«En todo el mundo, novecientos millones de personas viven en condiciones de pobreza extrema, conforme a la definición del Banco Mundial. ¿Qué es, entonces, la protección menstrual? Un lujo. Igual que la intimidad, el jabón y el agua limpia. En Uganda, situada al este de África, una quinta parte de la población no dispone de acceso a agua limpia. Es decir, casi ocho de sus treinta y ocho millones de habitantes» señala Dahlqvist. «Según UNICEF, la falta de baños limpios, que dispongan de agua, papeleras, puertas y pestillos representan un enorme escollo para quienes menstrúan y aqueja al treinta por ciento de las escuelas de todo el mundo. En las regiones más pobres del planeta, la cifra es superior al cincuenta por ciento. Para muchos simplemente no cabe la opción de ir al baño mientras se está en el colegio».
En países como Uganda, en los que los recursos son limitados, por no decir nulos, la cuestión se convierte en una especie de dominó gigante. Una pieza hace caer la siguiente y, así, hasta derribarlo todo. La incapacidad de garantizar un mínimo de higiene en los centros educativos, deriva en unos altos porcentajes de absentismo escolar o laboral. «El porcentaje de personas que se quedan en casa en conexión con la regla varía: del veinte por ciento registrado en los estudios de Ghana, Etiopía y Sierra Leona hasta algo más del treinta por ciento en Nepal, Sudáfrica y Afganistán, el cuarenta por ciento en Senegal y el cincuenta por ciento en Kenia. En algunas partes de la India se alcanza hasta un setenta por ciento», sostiene. «En Uganda se llevó a cabo una investigación relativamente amplia en la que participaron más de mil alumnas de distintas escuelas. El sesenta por ciento de ellas afirmó que se ausentaba entre uno y tres días cuando tenía la regla. Haciendo cuentas, supone perder el once por ciento del curso».
En los países objeto de análisis del reportaje, las creencias culturales y religiosas que rodean absolutamente todo, aprietan. Mucho. La regla se considera algo impuro y la sociedad actúa ante ello en consecuencia. «Los primeros días después de que me viniera la primera regla tuve que comer sola y no podía dormir en la cama, tenía que tenderme sobre la alfombra. Nadie podía ir a verme y no me dejaban salir de casa», narra Kushala, una de las muchas voces que recoge Es solo sangre.
En Nepal, se practica la tradición del chhaupadi, que obliga a las mujeres a apartarse durante la regla. Desde 2005 es una práctica prohibida por el Tribunal Supremo del país, sin embargo, en ciertos puntos del país se ha seguido practicando. Varias muertes por dicho motivo han causado la agitación internacional en los últimos años. Según refleja la autora, «una investigación realizada entre alumnas nepalíes, determinó que el veintiocho por ciento se separaba de su familia mientras estaba con la regla».
Las sociedades cerradas y con falta de recursos, donde domina el desconocimiento, son el caldo de cultivo perfecto para los tabúes. En la mayoría de los países visitados por Dahlqvist, las mujeres son presas de absurdas creencias que determinan sus vidas en un sentido negativo. «No se puede cocinar», «no se puede estar cerca de los animales ni tocar las plantas porque se secan», «nadie puede ver la sangre o te volverás infértil». Creencias que empujan a perpetuar peligrosas tradiciones, como la chhaupadi. Es el peligro del desconocimiento. «En un asentamiento informal de la ciudad india de Bijapur, al sur del país, el ochenta por ciento carecía de conocimientos acerca de la regla cuando le vino por primera vez», confirma Dahlqvist. «Antes de que me viniera la regla no sabía nada de nada de ella… Se trata de algo sumamente secreto. Se supone que no ha de hablarse de ello con las más pequeñas, aquellas a las que aún no les ha venido la regla», relata una de las niñas entrevistadas por Anna.
A la cuestión de las creencias se suma la más importante: la carencia de los recursos necesarios. La falta de productos de protección, sumada a la ya mencionada dificultad para llevar a cabo una mínima higiene, eleva la situación a una dimensión tremenda. En esos países, en los que las compresas, tampones o demás artículos de protección son un lujo, las mujeres emplean retales (hechos con tela) para protegerse durante esos días. La vergüenza y, de nuevo, las creencias, hacen que las mujeres se vean obligadas a secar los retales a escondidas; en lugares donde nadie pueda verlos. Debajo del colchón, en altillos… Lugares alejados del sol que necesitan para secarse (y desinfectarse) de manera correcta. En su mayoría sucios, con humedad. Las infecciones son por ese motivo muy comunes. Las muertes por infección, también. «No todas las personas tienen acceso a retales. El porcentaje que en muchos estudios se agrupa bajo el epígrafe otros utiliza lo que pille: papel de periódico, el relleno de un colchón, hojas, hierba o boñiga seca de vaca».
Es solo sangre es un viaje obligado. Duro, sí, pero necesario. Muy necesario. Para entender lo que ocurre en esos lugares alejados del foco, para ser altavoz de esas miles y miles de voces silenciadas, para entender el daño que hacen los tabúes; que es mucho más del que podemos llegar a imaginar desde nuestra óptica privilegiada. Colaborar en la desestigmatización de ciertos temas como este es sencillo. Basta con no conjugar el silencio. Porque, como refleja Dahlqvist al final del recorrido, «el silencio es una tragedia, nos vuelve impotentes. El silencio y la vergüenza están dotados de una dimensión añadida cuando se combinan con la pobreza. Mientras no hablemos de la regla, los problemas y carencias serán invisibles y, entonces, tampoco podremos exigir un cambio».
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