«Soror. Mujeres en Roma»
Hay tareas que recuerdan el castigo interminable de Sísifo; cosas que, desde que tengo memoria, llevan siendo asignaturas pendientes que, cada cierto tiempo, alguien tiene que volver a poner sobre la mesa. Pareciera que tienen que enfrentarse siempre a las mismas resistencias y protestas, incluso las mismas burlas. Una de estas tareas es la sempiterna reforma educativa real, que siempre se promete pero nunca llega. Otra, es la inclusión del papel de las mujeres en la historia y, en particular, en la historia del mundo antiguo (por no hablar de las reconstrucciones prehistóricas). Más aún cuando, desgraciadamente, una corriente popular en la divulgación histórica (vinculada a una gran corriente política general) pretende continuamente deshacer el camino andado y retomar los modos, contenidos y materias de una historiografía que creíamos, afortunadamente, superada. Soror. Mujeres en Roma de Patricia González Gutiérrez (Desperta Ferro, 2021) se convierte, por tanto, en un libro aún (o quizás más que nunca) necesario.
La autora no evita, cuando le parece pertinente, traer a colación los conflictos contemporáneos, en que la reacción ante el feminismo se ha vuelto extremadamente visceral. Estas referencias sirven para recalcar la forma en que las imágenes del pasado, especialmente de uno tan idealizado como el grecorromano, actúan como vía para reforzar las imágenes normativas del presente.
Conocemos una Roma de grandes hombres togados y sus discursos en el foro, en perfecto latín clásico, rodeados de pulcros edificios de mármol. Una imagen que debe contraponerse, necesariamente, a la realidad diversa y casi muda de los grupos marginados e ignorados, precisamente, por dicha visión. La autora ejemplifica como la mujer se convierte en el paradigma de alteridad frente a esa sociedad patriarcal masculinizada.
Pero la obra no solo se centra en la mujer, abstracta y única, como objeto de una única condición femenina; si no que despliega también una sucesión de diferentes gradaciones, de mujeres concretas y diferentes. Se señala así que dicha condición única se superpone necesariamente a otra multitud de realidades, de alteridades, desde la esclava a la emperatriz y desde las sociedades provinciales a la mismísima Roma. Quizás esas dos generalizaciones, la decisión de cubrir un amplio espectro de grupos sociales y un marco cronológico y espacial tan amplio, provoquen la sensación de que el libro abre muchos temas, pero, inevitablemente, no puede llegar a agotarlos.
Soror. Mujeres en Roma cuenta con una abundante bibliografía en la que destaca el uso de las fuentes primarias, interrogándose no solo por lo que dicen si no, necesariamente, también por lo que dejan de decir; por las preguntas que dejan en el aire y que dibujan a la mujer muchas veces como un espacio negativo, como aquello que se evita definir pero que se perfila en los límites de lo masculino. Es una interrogación activa a autores que, no podemos olvidarlo, no son inocentes ni ajenos a esa misma sociedad que describen. Fuentes históricas y políticas, pero también epigráficas, médicas o literarias, sirven para argumentar y construir un discurso que permite observar las grietas de ese edificio ideológico y quizás hacer visible a algunas de esas mujeres «borradas de la historia».
Así, reevaluamos la visión de los escasos personajes femeninos que escapan al silencio general sobre su existencia, pero que igualmente requieren una consideración más allá de lo que los autores clásicos nos cuentan sobre ellas. Hablamos, por supuesto, de Cleopatra, Livia o las dos Agripinas, que hacen su aparición revisando brevemente la visión heredada que de ellas tenemos. Pero los momentos más interesantes o incluso emotivos, desde mi punto de vista, son aquellos en los que se vislumbra a las más humildes u olvidadas de las mujeres: sucede, por ejemplo, con la mención de la pequeña artista Phoebe Vocantia, muerta con solo 12 años, o las dos libertas (esclavas que dejaron de serlo) Fonteai Eleusis y Fonteia Helena, representadas en una lápida conservada en el British Museum con un gesto, la unión de las manos (o dextrarum iunctio), asociado tradicionalmente a una simbología matrimonial.
Este no es un libro revolucionario ni contiene grandes revelaciones desconocidas. Pero es especialmente interesante en cuanto que sirve como condensación y creación de un marco común desde el que podemos hilvanar conclusiones que, como decía, deberían haber sido asumidas hace tiempo. No sólo en el mundo académico (donde contamos con referentes como mi alma mater, Rosa Cid López, abundantemente citada en la bibliografía) si no también en la percepción popular de la historia de Roma, dominada aún por concepciones caducas.
Como suele ser habitual en las producciones de Desperta Ferro, el apartado gráfico es destacable, ofreciendo reproducciones de objetos relacionados con el texto: los habituales bustos, mosaicos o lápidas y algunas obras más modernas como referencia a su trascendencia cultural, pero también objetos menos habituales, asociados a la vida cotidiana, como juguetes, joyas o instrumentos médicos. Todo ello, unido a un estilo claro y accesible, hacen de esta obra una referencia obligada para lectores no especialistas que, sin embargo, no se agota en dicha función.
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