Fue el Che Guevara, a quien muchos consideran un asesino prestigioso, el que dijo aquello de que eran necesarios uno, dos, tres, ¡mil Vietnams! para despertar al mundo de su letargo político en plena época de la Guerra Fría. Entendía, el Che, que la proliferación de manaderos de sangre en zonas del Tercer Mundo impondría a los más desfavorecidos la conciencia de que debían hacer la revolución para sacudirse la opresión de los dos bloques. Y sí, algo de asesino instrumental tendría Ernesto Guevara, puesto que deseó una Tercera Guerra Mundial tras la cual la historia podría volver a arrancar desde bases más limpias. Por eso estuvo en África, por eso luchó en Bolivia, donde le mataron, etcétera.
Hoy somos mucho menos maximalistas, afortunadamente. Las circunstancias también aconsejan mayor prudencia, puesto que el proceso (ya en marcha de modo irreversible) del cambio climático es global, y por tanto debería concitar el esfuerzo de toda la humanidad en su conjunto, por primera vez desde que H.G. Wells escribió La guerra de los mundos. Sin embargo, no es así. La amenaza del progresivo calentamiento de la Tierra es mayor en las zonas más castigadas del mundo, y menor para los países más desarrollados, en una forma de cumplimiento hiperbólico y terrorífico de aquel refrán que dice que a «perro flaco todo son pulgas». De ahí que alguna gente haya criticado la irrupción mediática de Greta Thunberg, esa niña (parece más niña que adolescente) sueca con cara de no haberse reído en su vida. Una chica sueca, rubita y afortunada parece que no puede decir en voz alta las cosas que los indígenas de América Latina llevan diciendo décadas, precisamente porque cuenta con los atributos y la posición privilegiada para decirlo. O sea, que se le recrimina, a Greta, ser la persona adecuada en el momento adecuado, que es como recriminar a Fleming el haber descubierto la penicilina siendo blanco, con estudios y trabajando en una laboratorio bien provisto. A menudo pienso, no sin cierta pedantería, que hace falta que renazca un Voltaire para que nos saque las vergüenzas a golpe de tuit ingenioso y satírico… pero luego me doy cuenta de que pocos se acordarán ya de quién fue Voltaire, y quizá prefirieran las gracias youtuberas de Auronplay.
Otra pega que se le pone a Greta es que es una muñeca muy conveniente manejada por esa industria que aguarda la caída de los combustibles fósiles para hacerse con el inmenso negocio futuro de las energías renovables. No consigo entender esta objeción. Si ya existe el reemplazo técnico de las trasnacionales del gas y del petróleo no veo por qué acusarle de estar guiado por intereses económicos, siempre que esos intereses coincidan con los de la entera humanidad en trance de peligro supremo, como es el caso. Personalmente, les doy la bienvenida. Obtener beneficios es un derecho perfectamente racional y humano, lo que no lo es ha sido obtener beneficios engañando y explotando al personal. El cambio climático no es como la vida privada de Meghan Markle, el cambio climático es un asunto muy serio y real. Tan serio, tan real, que toda la ayuda que pueda prestarse a su ralentización es de agradecer aunque venga del mismísimo Satanás. Quiero decir que aunque la propia Greta fuese un holograma muy avanzado dirigido desde un bunker secreto del Doctor No, habría que estar de su parte mientras siga diciendo las cosas que dice, que son las que es necesario decir porque las avala la comunidad científica. Con el Doctor No ya lidiaremos más adelante (en vez de a James Bond, le enviaremos al ex-comisario Villarejo…), pero antes hay que hacer lo que esa chica decidida, con síndrome de Asperger, nos está urgiendo a hacer. Y lo que tenemos que hacer es pelear donde se libran las peleas en el siglo XXI, es decir, en la dimensión comunicativa, en el ágora planetario, en ese Scalextric virtual donde las imágenes circulan a gran velocidad y condicionan sin apenas discurso ulterior todas las decisiones.
Greta, se dice también, es un producto demasiado perfecto, una imagen como hecha aposta, una niña (no un niño, en tiempos de combates de género) con aspecto de no haber roto un plato en su vida que de manera desinteresada pega la bronca a los poderosos porque no quiere que su potencial hija futura sea como la del Mecanoscrito del segundo origen de Manuel de Pedrolo. Yo lo encuentro muy razonable. Hace falta ser muy cínico para pensar que todos los regalos tienen trampa, que a la larga te van a salir caros de un modo u otro. Y desde luego hace falta ser muy tonto para rechazar a la pareja, casa o trabajo de tus sueños precisamente porque es demasiado semejante a tus sueños. Si Greta Thunberg parece hecha a propósito para ser una protesta viviente, un reproche viviente a tipos como Trump, Bolsonaro o el dueño de Repsol, lo mejor que podemos hacer es felicitarnos por nuestra suerte. Los poderosos jamás serán nuestros amigos, esto sí que es un montaje formidable que debemos aprender a deconstruir. Primary colors, Las sandalias del pescador o Gandhi eran buenas películas, pero del género fantástico. Los poderosos, de la clase que sean, habitan un círculo de influencia en el que la gente corriente jamás ingresará, lo cual casi es mejor, porque una vez que ingresas el retorno es imposible. Hazte a la idea: Santiago Abascal no se iría de montería contigo, Pablo Iglesias no te va a invitar a su chalé. Ni aunque seas la mejor escopeta de tu región, o el mejor conocedor de Antonio Gramsci. Greta, en cambio, como tiene Asperger (y es irónico que se lo diagnostiquen a ella y no al autista de Trump, por ejemplo), por el momento parece que no se entera de las tentaciones de su popularidad y persigue su objetivo con testarudez admirable. ¿Y por qué, pregunta el incrédulo, el decepcionado, al que le han llovido ya cien palos? Caramba, pues porque es un objetivo tan claro, tan poco ambiguo, tan rematadamente justo (ni comparación siquiera con los desvelos del Che), que no nos topábamos con una causa tan objetiva desde que había que parar los pies a Adolf Hitler. Y, recuérdese la historia: el tratado de Múnich, donde muchos mandatarios europeos antes de la invasión de Polonia fueron partidarios de hacerle la rosca a Hitler, en vez de detenerlo… (solo dos personas, por cierto, entre las célebres e influyentes entonces, vieron lo que había detrás del histriónico Führer: el conservador Winston Churchill y el cómico Charles Chaplin).
Pues bien, el problema al que nos enfrentamos ahora es mucho más grave que el nazismo. Es lo más grave que nos ha ocurrido desde el Diluvio Universal, solo que el Diluvio Universal es un hecho bastante dudoso. Pero al menos el Diluvio Universal, Deucalión, no lo provocamos conscientemente nosotros. Fue Dios, el dios de según qué civilización, que se pasó tres pueblos ahogando al todo el reino vivo porque hacíamos mucho ruido o por un quítame allá esos desahogos en Sodoma y Gomorra… Lo bueno de que lo hiciera Dios es que Dios lo deshizo acto seguido y nos dejó el arcoíris de recuerdo. Ahora no. Ahora o aparecen una, dos, tres, mil Gretas Thunberg, o tendremos un gran problema. O hay un portavoz mundial del lamento de las generaciones venideras o no nos va a salvar ni el arcoíris de Greenpeace…
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Como la gente se siga tragando este asqueroso engaño sí que lo tenemos claro.
Las técnicas de modificación climática se usan desde al menos los años 70, las antenas de telefonía influyen en el clima, las antenas HAARP las inventó Tesla hace unos añitos, las deforestaciones y los incendios provocados casi siempre por los poderosos con muy malas intenciones nos llevan a donde estamos.
Sigámosles creyendo y nos lloverán aun más leyes represivas y controladoras, prohibiciones, impuestos, multas, etc. Vaya negociazo para los del nuevo orden mundial, con sus políticos corruptos (valga la redundancia) y sus medios de comunicación vendidísimos y subvencionadísimos.
Eso sí, el que piense distinto se le llama negacionista o de extrema derecha y se le censura. Censura por nuestro bien, claro.