Cinefórum CCCXLIII: «Noche en la ciudad»
La conexión entre la película que nos ocupa y la anterior es, en este caso, el detalle aparentemente menor de compartir un autor en su banda sonora, el legendario Franz Waxman.
Waxman (o, en su grafía original, Wachsmann), nacido en Silesia (Alemania) en 1906, comenzó su larga carrera musical y cinematográfica en su país natal, participando en la sonorización de El Ángel Azul (Der blaue Engel, 1930, Josef Von Stternberg). Como muchos otros artistas alemanes de origen judío, homosexuales o de simpatías izquierdistas, debió abandonar su país huyendo del ascenso nazi, proporcionando al cine de Hollywood la influencia fundamental de los experimentados cineastas, directores y actores alemanes, a menudo obligados a interpretar a los mismos villanos nazis de los que huían. En el caso del compositor, sufrió un asalto callejero por parte de matones con esvásticas en 1934, lo que le llevó a marcharse a París y luego dirigirse al otro lado del atlántico.
Al poco de llegar a los EEUU la amistad de Waxman con otro genio particular, el británico James Whale, le permitió realizar una de sus primeras grandes obras en el cine americano, la banda sonora para La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, 1935, James Whale). Aunque sus primeros trabajos fueron para la Universal, luego trabajó para la MGM, realizando uno de sus trabajos más recordados en Rebecca (1940, Alfred Hitchcock), y después también para la Warner. Tras la Segunda Guerra Mundial alcanzó la envidiable posición de compositor independiente, ofreciendo su talento a distintas producciones y estudios. Siguió trabajando hasta poco antes de su muerte, en 1967. En este periodo cabe mencionar su trabajo en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950, Billy Wilder), La ventana indiscreta (Rear Window, 1954, Alfred Hitchcock) o Taras Bulba (1962, J. Lee Thompson).
Curiosamente, Noche en la ciudad contó no con una, si no con dos bandas sonoras diferentes, una para el lanzamiento americano e internacional (la realizada por Waxman) y otra para el británico (realizada por Benjamin Frankel), con un acercamiento más melodramático en la versión de Waxman y una orquestación más minimalista. La diferencia de versiones incluye también un final más alargado en la versión británica. Desde el punto de vista puramente sonoro, no es uno de los trabajos más significativos del autor, pero su estilo contribuye sobremanera a aumentar la tensión de las mejores escenas de la película, si bien a veces resulta algo excesivo ante el enfoque más naturalista de la acción.
Dejando de lado la banda sonora, Noche en la ciudad es una historia de género negro, basada en la novela de Gerald Kersh y que en inglés comparte título con la película (en español hay una ligera discrepancia, ya que la novela ha sido publicada bajo el más fiel título de La noche y la ciudad). Ambientada en Londres, la acción sigue a un individuo deleznable, Harry Fabian, en su intento por hacerse con el control del mundo de la lucha libre en Londres y, por supuesto, los negocios ilegales que la rodean. Pero la película no es una adaptación demasiado fiel de la novela, entre otras cosas por las limitaciones impuestas por la censura en la más descarnada imagen del submundo criminal que Kersh muestra en sus páginas. Hay una nueva versión de 1992, La noche y la ciudad (Night and the City, 1992, Irwin Winkler) con Robert de Niro en el papel principal, convertido ahora en un abogado que está mezclado en asuntos turbios, trasladando la acción al mundo del boxeo de Nueva York.
El Fabian cinematográfico es encarnado por el habitual del género negro, Richard Widmark, mientras que su pareja Mary Bristol tiene las encantadoras facciones de Gene Tierney. La película no tarda mucho en presentarnos a los personajes ni su principal trama, a la que se acerca rápidamente tras una serie de melancólicos planos de Londres envuelto en las tinieblas. Sin solución de continuidad, encontramos a Fabian por primera vez huyendo, entre las sombras, escapando de las consecuencias de sus propios actos; refugiándose en el piso de Mary y no dudando en privarla de su dinero mediante promesas, que suenan huecas, y planes absurdos para los que necesita un dinero que no tiene; buscando la forma, en definitiva, de financiar sus planes, enredándose en un sinfín de deudas y promesas rotas que poco a poco irán cerrando todas sus salidas. La película acaba como empieza, con una persecución. Como si se tratara del castigo infernal de un condenado a un oscuro eterno retorno.
Entre medias, la película sigue caminos previsibles, siendo esto, probablemente, lo peor que se puede decir de su argumento. Sigue de una forma tan esencial los presupuestos del género negro y su psicología que las traiciones y los giros que se suceden en la trama se hacen casi aburridas. En el submundo donde Fabian se mueve, en que podemos destacar también la presencia de Herbert Loom, Googie Withers o Francis L. Sullivan, todos engañan y mienten; pero, al contrario que nuestro protagonista, disponen de unas fuerzas (principalmente el poder del dinero, que obsesiona a Fabian) que arrojan un único desenlace posible. Quizás pueda decirse que es una intención consciente del director, Jules Dassin, optar por esa sensación de inevitabilidad, como si Fabian fuera prisionero del hado tanto como de los tópicos del género; o quizá, teniendo en cuenta las simpatías comunistas de su autor, la película sea una denuncia de las fuerzas no menos imponentes del mercado, aplicadas también al mundo ilegal.
De hecho, el realizador resulta una interesante contrafigura del compositor con quien empezamos nuestra reseña: si Waxman huye de Europa en pos de la seguridad y libertad que prometía América frente al ascenso del fascismo, Dassin era un director que se vio perseguido por el reverso de esa América. Habiendo sido ya señalado como un subversivo por el comité de actividades antiamericanas, el rodaje de esta Noche en la ciudad en Inglaterra fue una forma de evitar, temporalmente, la lista negra. Poco después de este rodaje, Dassin se vio obligado a seguir su propio exilio y trabajar en el cine europeo, donde destaca la magnífica Rififi, que ya vimos aquí tiempo atrás.
El trabajo de Dassin destaca en las tensas escenas de persecuciones, especialmente la dramática secuencia final, y en el uso, muy interesante, de la sombra y el ambiente nocturno y cerrado (de tugurios y rings de lucha) que prima durante casi la totalidad del metraje.
Aunque podamos vislumbrar o intuir algunos de los compromisos políticos del realizador este, ante todo, un film de género centrado en ofrecer una historia dentro de sus propios límites. El resultado es una eficiente película que precisamente por su fidelidad a sus principios resulta menos interesante que propuestas más rompedoras.
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