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Mi año en Rotterdam: una fábula holandesa

Imagina que eres Johan Cruyff. Imagina que eras Johan Cruyff y tienes treinta y seis años, que tu padre ha muerto por segunda vez y que el club de tu vida te desprecia. Imagina que eras Johan Cruyff, que pides refugio por un año más y que tu presidente, el presidente del club de tu vida, donde tu madre limpiaba, donde tu segundo padre, Henk Angel, cuidaba el césped, aparece en la prensa diciendo: «Cruyff no tiene nivel para jugar en la Eredivisie».

El Ajax, que sin ti ni existiría, te cierra la puerta, te niega la retirada y te humilla en público. Tom Harmsen, un imbécil que resulta ser presidente de tu equipo porque tú le permites serlo, porque tú te inventaste el Ajax moderno y todo el fútbol holandés, dice en la prensa, le dice a la gente, lo dice en público, que ya no sirves, que ya no puedes.

Y tú, que solo querías una año más para disolverte en el banquillo, tú que volviste al Ajax con treinta y cuatro años para regalarles algo de fútbol de verdad y otro par de ligas, decides que ese año que te niegan no se les va a olvidar. Decides irte entre rayos y truenos y no entre palmadas en el hombro y apretones de manos. Que se jodan todos.

Y tú, que naciste al lado de De Meer, que fuiste la mascota de los jugadores del viejo Ajax, tú que idolatrabas a Faas Wilkes, aquel extremo flaco y diabólico, decides ir a donde más duele, a donde sabes que más duele porque te duele a ti mismo. Te acuerdas de otro héroe, de otro extremo flaco y diabólico con quien compartiste selección cuando eras muy joven y él ya viejo. Te acuerdas de Coen Moulijn a quien tanto admiraste. Coges el teléfono y llamas a Rotterdam, directo a las oficinas de Feyenoord: «Soy Johan Cruyff, ¿queréis que juegue para vosotros?»

Y el fútbol holandés se queda bocabajo.

Nadie esperaba demasiado de ti cuando volviste a Holanda en el 82, después de pasearte por Estados Unidos y hacer medio año en el Levante. Solo querías disfrutar un poco y ver qué pasaba, si todavía lo tenías. Jugabas cómodo, rodeado por un aura de respeto que te lo ponía todo un poco más fácil. Ahora eso va a cambiar también. En el Feyenoord se te va a buscar, se te va a medir y eso es lo que te hace falta: el estímulo, la rabia, el objetivo.

Esquelético en la camiseta del Feyenoord rejuveneces veinte años. No estás allí para otra cosa que no sea ganar. Ya no se trata del dinero americano (si por eso fuese te hubieses ido a París, al PSG) ni del reconocimiento cómodo en Amsterdam. Estás fuera de casa, estás con el enemigo y vas a ser un traidor ejemplar.

El equipo está en reconstrucción. Hace nueve años que no gana una liga y tanto el PSV Eindhoven como el AZ Alkmaar lo han superado. El año pasado fue distinto. Fueron segundos gracias al fichaje de un demoledor todocampista del HFC Haarlem. Allí actuaba por la banda, pero This Liebrejs lo había trasladado en Feyenord al centro del campo, siempre corriendo de frente a la portería con una zancada larga, inalcanzable. Era un jugador natural, tenía la capacidad de elaboración de un medio, la sangre de un extremo y el optimismo de un delantero. Va siempre y regresa a todas. Tu mejor amigo. Tus nuevas piernas. Solo hay que ponérsela al espacio, ni mirar hace falta. Ruud Gullit siempre aparece: doblando, rompiendo.

A Liebrejs lo conviertes en entrenador testimonial. El Feyenoord es tu equipo. No es uno malo. André Hoekstra y Van de Korput, que acaba de volver del Torino, te hacen sentir cómodo. Son escuderos fiables, jugadores expertos para anclar el medio y la defensa. Andrey Zhelyazkov es un búlgaro rápido y listo, con una malicia para el gol a la que vas a sacar rendimiento. Vermeulen es otro jugador valiente, más técnico de lo que parece. En el Roda era delantero, pero aquí será centrocampista.

Nielsen es el otro central. Un danés alto y brusco que fue uno de los que levantó la Copa del 80. Se marchará al PSV en un par de años y ganará la Copa de Europa. Wijnstekers y Troost ocupan los laterales. Uno lleva toda la vida aquí, el otro se la pasará. Hiele en la portería y Houtman abren y cierran el equipo. A Hiele la defensa le hace parecer mejor de lo que es. Houtman te gusta, sabe el oficio. Nunca ha sido un espectáculo verlo jugar pero produce como un reloj y sabe moverse y aguantar.

Todo empieza bien. Tres partidos, tres victorias. Entonces el Ajax. Os aplastan. Te aplastan en el Olímpico. El estadio de los días grandes. 2 a 8. El condenado Marco Van Basten te deja tres en la red. Asesino y bailarín. Más arrogante que tú, más joven que tú. Lo segundo seguro, lo primero, nunca: «Da igual; vamos a ganar la Liga», dices. Nunca más arrogante. Nunca. Nadie.

El Tottenham os echa de Europa y tú les das la gracias. Has ido a Rotterdam para una venganza local y no hay lugar para distracciones. Avanzas en la Copa y a mitad de Liga ya sois líderes. La paliza del Ajax solo será uno de los dos partidos que perderás en todo el año. El otro será contra el Groningen; el único partido de la temporada al que faltas. Al Ajax se la devuelves dos veces. Primero eliminándolo de la Copa, competición que le ganarás al Fortuna Sittard y luego en De Kuip por 4 a 1, con dos goles de Gullit y otros dos tuyos para un año que terminarás con once.

A esas alturas del campeonato ya levitas sobre el césped. Eres imparable, el mejor de siempre. Te plantas en mitad del campo y le dices a todo el mundo lo que tiene que hacer. El balón obedece telepáticamente. Ya no corres como antes, ya no eres una flecha y tampoco te hace falta. Las dos temporadas anteriores en Amsterdam fueron el entrenamiento para esto. Juegas poseído, dominas como nunca. Todo es tan fácil, nada requiere esfuerzo ya. Solo juegas al fútbol. Tú lo sabes, todos los que te ven los saben: este es el mejor, el mejor Cruyff de siempre con una camiseta que pidió prestada por despecho.

Invictos en casa. Cinco puntos al PSV y seis al Ajax. Dos títulos. Con treinta y siete años te dicen lo que ya sabes: jugador de la temporada. Nada mal para un viejo, nada mal para no tener el nivel de la Eredivisie, nada mal para no servir ya para el Ajax. Nada mal.

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