Cinefórum CCCLVI: «¡Vampiros en la Habana!»
Los vampiros son (y en LaSoga apostamos a que lo serán siempre) una presencia constante en el cine; también están presentes (y apuesto a que lo estarán siempre) en la vida diletante de mi eterno predecesor en esta semanal rueda de molino cinéfilo. A Marcos García Guerrero le gustan los vampiros (y sabe mucho, mucho, mucho de ellos), así que ver cualquiera de sus apuestas y subir un murciélago parece jugar sobre seguro. A pesar de ello, aunque en La visita que Mr. Night Shyamalan nos hizo la semana pasada pasaron cosas turbias, a nadie le chuparon la sangre. No pasa nada: hoy les traigo una película de animación, producida en Cuba en 1985 y que mezcla de forma artesanal el humor, la crítica política y los ritmos de la música cubana. Como comprenderán, ¡Vampiros en la Habana!, de Juan Padrón, lleva dentro el espíritu del metraje recuperado. Y con eso nos vale para extender nuestras pálidas alas y echar a volar…
Y es que esta película es tan única como su premisa: ¡Vampiros en la Habana! entrelaza dos historias ambientadas en los años 30 a través del personaje de Pepito que, convertido en una especie de Blade caribeño, es perseguido por los vampiros y por el régimen. Con estos mimbres construyó Juan Padrón una película animada bajo el paraguas del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) y RTVE, combinando sin el más mínimo complejo comedia, acción, música y crítica. Lo más inaudito de todo es que, con el paso del tiempo, las cuatro columnas del edificio siguen resistiendo: todavía en 2009, una encuesta que pretendía elegir las 100 mejores películas iberoamericanas de la historia la colocó en el número 50 de la lista (fue, además, la única cinta de animación que entró en ella). Justo reconocimiento para un producto que no puede quedar encerrado en la difusa categoría de las buenas películas. Aunque la expresión haya quedado vacía de contenido, esto es algo más: ¡Vampiros en la Habana! es una experiencia. Es una película tan auténtica que se instala directamente en nuestra memoria a largo plazo sin pasar por recepción.
Como decía, el bueno de Pepito, que es un buen trompetista y anda preparando la revolución, acaba metido en un lío descomunal cuando roba unos papeles oficiales y, sin solución de continuidad, su tío le revela que es un vampiro. Él no se ha dado cuenta porque, desde pequeño, le han ido administrando un suero mágico (¡Vampisol!) y ahora la noticia ha corrido como la pólvora por el mundo vampírico: la vieja nobleza europea coge inmediatamente sus ataúdes de viaje y se encierra en la bodega de un barco para controlar el producto; los vampiros yankees, mafiosos de campeonato, quieren destruir la fórmula porque… porque controlan una red mundial de discotecas vampíricas con luz artificial (capitalism at work). Al final, todas las escenas de vampiros nos hablan de los hombres y todas las escenas de hombres nos hablan de vampiros (y por lo tanto, aunque de otra forma, nos hablan de los hombres).
El cubalibre mezcla bien y permite a Juan Padrón hablar de lo que pasaba en Cuba en 1985 (y también de lo que no): la crítica superficial (y no por ello menos honesta) a la codicia humana y la dictadura cubana ocultan en su interior varias cargas de profundidad. En poco más de 60 minutos, vemos a Pepito tirar de amistades, recursos, retranca, tirar de trompeta y escapar de sus enemigos, mortales e inmortales, entre los tendales de sus azoteas. Permite a la película, en definitiva, trascender todos los géneros en los que tendríamos la tentación de encajarla y recordarnos que Cuba es, sobre todo, inclasificable. Como su isla, esta película es vampírica y política: bajo un sol de justicia, la revolución y el freno de emergencia bailan a ritmo de mambo.
¡Vampiros en la habana! es una obra maestra de la animación cubana; también de la animación en habla hispana y quizá de alguna categoría más que ahora no se nos ocurre. De momento, resiste el paso del tiempo como un testimonio del ingenio creativo de un autor que supo recoger los talentos de quienes bailaban a su alrededor y echarlos todos a la misma cazuela. Eso es, por encima de todo, esta película: ropa vieja cubana, ¡Vampiros en la Habana!
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