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Cinefórum CCXXII: «El otro»

Regresamos, una semana más, a un lugar común de la historia del cine: el maridaje entre los niños y el miedo. Un binomio que en el séptimo arte suele casar como el vino tinto y la carne, enfrentando el sabor de la inocencia a la acidez del terror; pero también puede relacionarse, de forma quizá más tenebrosa, como el vino blanco y el pescado: regando el dulce desasosiego del pánico con la candidez de quien todavía no tiene conciencia. Niños, no solo como conductores, sino como productores del miedo.

El otro (The Other, 1972) es una película de Robert Mulligan (Matar a un ruiseñor, 1962) basada en la novela homónima de Tom Tryon, un escritor que empezó su carrera como actor de Broadway, probó el western y las series de televisión y, un poco harto de ponerse frente a las cámaras, dio un paso atrás para despachar varias novelas de género (y de culto) entre las que destaca la que nos ocupa. Tryon regresó al set para asistir a un ya consagrado Mulligan en la adaptación de su obra pero, a pesar del excelente resultado de su trabajo, sus pasos transitaban por un camino distinto a  las de Hollywood: el guionista de la película, una figura interesante que dejaremos aparcada para mejor ocasión, siempre renegaría de esta obra. Pero, más allá de su texto, El otro contaba con el pulso firme de Robert Mulligan y la atmósfera creada por la música de Jerry Goldsmith, fiel compañero de alguno de nuestros mejores miedos en Alien, el octavo pasajero o Poltergeist. Mucho talento junto y mucha madurez creativa para permitir a los dos jóvenes protagonistas de la película, Chris y Martin Udvarnoky, dos hermanos que jamás volverían a actuar, que acaparen con todo descaro nuestra atención.

Algo lógico y necesario, dado el argumento de la película, pero no exento de mérito: Niles es un preadolescente que afronta un largo verano en la América profunda de la década de los 30. Su mundo, una calurosa y brillante pradera salpicada por algunos vecinos y familiares poco interesantes, se le queda pequeño. Vive por tanto dentro de su mente, encerrado en el lugar en el que anidan unos problemas que pronto serán los del resto: para empezar, porque Niles, al más puro estilo Bran Stark, es capaz de entrar en el cuerpo de otros seres, de ver, sentir e incluso controlar todo lo que experimentan. Una capacidad apasionante, pero peligrosa en manos de quien ha encerrado en su mente el recuerdo (o quizá el espíritu) de su malvado hermano gemelo. Entre susurros, imaginarios o no, y primeros planos de dos rostros casi idénticos y sin embargo sutilmente diferentes, va transcurriendo una película que logra enredarnos en su angustia.

El otroA día de hoy, la estructura de El otro puede resultar un tanto previsible. Quizá porque su narrativa ha sido replicada por un sinfín de películas de terror psicológico, alguna de las cuales revisita incluso su título. A pesar de ello, pocas obras exploran como esta el verdadero horror de la infancia, el vértigo del espectador ante la tabula rasa de los primeros años de nuestra vida. Esos niños idénticos que nos miran, tan parecidos a nosotros, son buenos o terribles por naturaleza. Los grises adultos que les rodeamos, que vivimos en una América deprimida a la que solo le queda un granero desvencijado, solo podemos dejarnos arrastrar por el American Gothic en movimiento que discurre a nuestro alrededor. Mientras tanto, seguimos acumulando cadáveres y Niles, o quizá Holland, nos observa impasible por la ventana…

Víctor Muiña Fano
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