Sería fácil continuar esa joya que es El tiempo de los gitanos con alguna otra variante del cine de mafiosos al estilo de El padrino cambiando tan solo la etnia del protagonista. Ninguna obra, además, más famosa que la dedicada a los italianos; pero si Kusturica puede hacerlo con los gitanos es porque otros lo hicieron antes con irlandeses, chinos, afroamericanos… En cualquier caso, no vamos a fijarnos en la terrenal historia de un gangster sino en los retazos de realismo mágico, de género fantástico, que Kusturica va soltando durante la película. Así podremos acercarnos a una obra en la que nunca sabremos si lo que pasa es real o no; si existe el cielo o todo es tan solo una enfermedad.
A vida o muerte se llamó originalmente A Matter of Life and Death en su Inglaterra natal. La diferencia es escasa, ya que, literalmente, el título vendría a traducirse como «un asunto de vida o muerte». Sin embargo, en los Estados Unidos se titularía Stairway to Heaven, es decir, «escalera hacia el cielo». Es una pena que Led Zeppelin no estuvieran pensando en la película cuando pusieron título a su obra maestra, porque habría sido algo maravilloso que dos joyas como estas estuvieran emparentadas.
A vida o muerte es una de las cumbres indudables del cine británico, y por extensión del mundial. Una cinta que nace del final de la Segunda Guerra Mundial (se grabó en 1945 y se estrenó un año más tarde), y que aprovecha para reflexionar sobre el Reino Unido tras la contienda, enfrentándolo a los Estados Unidos que estaban empezando a cambiar la faz del mundo, para terminar hablando del amor. Mientras, abundan las reflexiones sobre el cielo y el infierno, la eternidad y la fugacidad, la amistad y el deber… Todo un universo condensado en una cinta de menos de dos horas.
La pareja formada por Michael Powell y Emeric Pressburger fue, posiblemente, la gran autora del cine británico de su tiempo. A ellos les debemos grandes cintas como la que nos ocupa, Narciso negro o Las zapatillas rojas. En solitario ya hemos conocido aquí las correrías de Powell con el El fotógrafo del pánico, cuando ya dejaba de ser una gran estrella y sus películas empezaron a dejar de ser grandes éxitos. Pero, en 1946, haciendo pareja con Pressburger, sin duda era lo más grande del cine de su país y se podía permitir la primera actuación de David Niven tras participar en la guerra, dando además el primer papel protagonista a Kim Hunter, la misma que alcanzaría la inmortalidad como la Stella Kowalski de Un tranvía llamado deseo.
Todo en A vida o muerte funciona como un reloj. El guion, los efectos especiales, la fotografía, el uso del color y también la ausencia del mismo, las actuaciones… Es una de esas películas que parece esconder algo entre sus imágenes que solamente unos pocos pueden lograr; una obra que guarda ese auténtico santo grial del cine que otorga la inmortalidad tan solo a algunas cintas.
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