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Cinefórum CDXVII: «Contraté a un asesino a sueldo»

 

Aun habitando en lugares geográficos y estilísticos alejados, tanto la anterior Yawar Mallku (La sangre del cóndor) como la película de esta semana, Contraté a un asesino a sueldo (I Hired a Contract Killer), comparten el reflejo de seres oprimidos por un vacío existencial. Seres rodeados de una monotonía compleja, zarandeados y arrojados a la cuneta por un sistema que les anula. Coordenadas estas en común a partir de las cuales sus rumbos se alejan a narrativas muy diferentes.

Es esta una película que nos produce un cierto regusto de déjà vu; no en vano, hace unos meses  visitamos la filmografía del director finés Aki Kaurismäki con su cinta más reciente, Fallen Leaves. Ambas cintas son dignos productos de una misma mente. Personajes aparentemente planos, anodinos, perdidos en un mundo urbano decadente, sórdido… y que a su vez se reivindica en su belleza.

En Contraté a un asesino a sueldo (1990), vemos la historia de Henri Boulanger, un hirsuto hombre de mediana edad que, viéndose sin rumbo y sin trabajo y ante la imposibilidad de quitarse él mismo la vida, decide recurrir a los servicios de un sicario para que sea eliminado lo antes posible. Sin embargo, la aparición repentina de Margaret en su vida le hará replantearse su existencia y tratará por, todos los medios, de evitar que el asesino lleve a cabo su misión.

Si bien la propuesta inicial puede orientarnos hacia un thriller con tintes románticos, Kaurismäki lleva de la mano al espectador al terreno de la comedia negra y dramática. Con un estilo muy particular, lento y pausado, el guionista y director finés nos muestra un lienzo urbano decadente hasta en los más mínimos detalles. Humo, suciedad, puertas destartaladas y habitaciones mohosas donde los personajes se mueven en una casi total ausencia de diálogos, como si de una película muda se tratara. Interpretaciones secas, ásperas, casi robóticas que no hacen sino enfatizar esa alienación humana de seres vacíos y perdidos que echan mano a los instintos más primarios para sobrevivir. Excentricidad y absurdo que supuran una afilada crítica social.

Una forma de hacer cine arriesgada, que apuesta por generar picor e incomodidad a un espectador que se mueve entre la curiosidad y el escepticismo. Kaurismäki mueve a sus personajes en entornos ruinosos, como sus propias vidas. Escenografías en las que el director de fotografía, Timo Salminen, tiene como en Fallen Leaves un estilo muy personal que apuesta por el minimalismo y una paleta de colores básicos. Pero al igual que los personajes se revuelven contra el fatal destino, también el mundo que les rodea supura una belleza intrínseca. Escenas que forman cuadros en sí mismos, con personajes secundarios y figurantes ahogados en la decrepitud y el alcoholismo, que dirigen sus miradas perdidas al vacío o al fondo de sus vasos. La pantalla rezuma sudor y abotargamiento.

Contraté a un asesino a sueldo
Villealfa Filmproductions, Svenska Filminstitutet

Como un rayo de luz en la oscuridad, Kaurismäki inserta una actuación musical efímera y excéntrica, que no encaja, o sí, con el entorno. En esta ocasión es el mítico guitarrista de The Clash, Joe Strummer, quien canta acompañado de su guitarra y de unas hipnóticas congas, el tema de Burning Lights. Destellos de iluminación e ironía en antros de desilusión. No hay puntada sin hilo.

Kaurismäki da vida a personajes extravagantes ayudado por un elenco traído de la cresta de la novelle vague: Jean Pierre Léaud (Los cuatrocientos golpes) y Margi Clarke (la icónica dueña del bar de Amelié) se ven perseguidos por la mirada lacónica y piadosa del mítico Kenneth Coole.

Contraté a un asesino a sueldo deja bien sellado un estilo cinematográfico que Kaurismäki replicaría en el futuro ya pasado, y que torna la película en una suerte de cuento de una sencillez tan solo aparente.

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