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El cholucidio de Maradona

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«Primum non nocere», Juramento hipocrático.

«Ante todo, no hacer daño», reza una de las máximas del documento que regula la práctica de la medicina desde un punto de vista ético. Esto es, que un profesional de la salud debe considerar los posibles daños que sus acciones puedan provocar porque incluso sus acciones bien intencionadas pueden desencadenar una catástrofe.


El cholulismo es una palabra made in Argentina que define la devoción de una persona por su ídolo o por el mundo de la popularidad. Aunque este fenómeno no es solo argentino. En India, por ejemplo, los actores consagrados tienen un estatus de dios terráqueo, de mito en vida. Shah Rukh Khan, estrella de Bollywood, lo sabe muy bien: «para mí, soy un extraño (…), un empleado del mito de Shah Rukh Khan. Trabajo para ese mito. Para mí es mitológico». La palabra cholulo no está en el Diccionario de la Real Academia Española. Internet aporta definiciones generales: «admirador del mundo de la farándula», «persona que busca relacionarse con famosos». La mejor definición de cholulismo me la brinda generosamente un colega español experto en argot argentino. Porque, claro está, el fenómeno tiene tantos matices como una paleta de pintor: «Es parecido al fanatismo, comprende a aquellos que sienten admiración por cualquier cosa que pueda ser famosa, los que se prenden por sacarse una foto en un restaurant con alguien que salió en una peli aunque ni siquiera sepan su nombre, y que a la vez se sacan otra foto con la novia del asesino de no sé quién. Es filiación por lo (supuestamente) trascendente, aunque sea de forma efímera, como los ávidos de saber sus datos personales, por ejemplo, dónde se corta el pelo; son capaces de ir al salón de belleza a sacarse una foto donde se hace el color de pelo la novia del exmarido de una modelo que tuvo un trance (otra expresión argentina) con un futbolista de cuarta».

El cholulo devoto está dispuesto a hacer lo que sea con tal de tener un objeto o la mínima atención de su ídolo. Un autógrafo, a veces, no es suficiente. «Nunca fui muy cholulo, pero con Maradona era cholulo todo el mundo. Cuando tenés enfrente a la cara más conocida del mundo (…) es imposible no quedarte embobado», encontré surfeando para estudiar el fenómeno. ¿Realmente es imposible? El autor del comentario también decía que pudo obtener unos mechones de pelo de Maradona cedidos por su peluquera. ¿Seré una admiradora bizarra? Porque no me imagino contemplando extasiada un mechón embalsamado de Martin Luther King (uno de mis ídolos) enmarcado entre dos cristales; o persignándome ante un frasquito con sudor de Rosa Montero, otra de mis ídolas. ¿Me conformo con poco? ¿Seré una fan conformista que es feliz releyendo los discursos de King o leyendo los libros de Rosa, aunque no la cultive en mi propio balcón? (o quizá sea una fan serena, como Luca Prodan: «tengo fans que se pelean por un pedacito de cualquier cosa que les tire desde el escenario. Yo ya fui un gran fan de Led Zeppelin o Pink Floyd, pero era un fan sereno, curtía por dentro mi admiración»).

Hace muchos años, trabajando en Radio Uno en Buenos Aires, vi muy de cerca los riesgos concretos, no solo filosóficos, del cholulismo. La emisora, dirigida por el famoso moderador argentino Marcelo Tinelli, festejaba su primer año de éxito de audiencia en una discoteca. Tinelli y yo coincidimos casualmente en la entrada; una fan se arrojó sobre su cuello, sujetó su sweater y comenzó a jalar de él. El forcejeo, aunque duró unos segundos, fue suficiente para desesperar al casi ahorcado: quería recuperar su sweater (y su cuello) pero temía dar un tirón y lastimar a su fan. En ese momento, pensé con cierta incredulidad, ¿puede el cholulismo matar? Claro que sí. La noche del 8 de diciembre de 1980, cuando John Lennon volvía a casa con su esposa, Mark Chapman le disparó por la espalda. Ese mismo día, el de su muerte, Lennon había autografiado a Chapman una copia de su póstumo álbum, Double Fantasy. Cuando en la última audiencia de libertad condicional un mandatario le preguntó al asesino si había cambiado su forma de pensar, este contestó: «Era solo gloria propia y punto». El comisario cargó: «Usted lo llama gloria y otros lo llamamos infamia», a lo que Chapman lanzó: «La infamia trae la gloria». Traducción del Diccionario de la Real Academia de Cholucidas: Te amo hasta que la muerte nos separe.

Hay un aspecto saludable en el mundo de admirables y admiradores. Somos primates de la especie Homo Sapiens que desarrollamos sensibilidades artísticas, científicas y deportivas, que admiramos a otros bípedos por sus virtudes y por el bienvenido placer que nos brindan. No todos soñamos con poseer un pelo o la amistad de nuestro ídolo y simplemente disfrutamos con lo que su talento ha producido y nos es accesible, como su música, sus goles, sus avances científicos… su humor. También es posible ser fan con gracia. Tal el caso de la Iglesia Maradoniana fundada en 1998 en la ciudad argentina de Rosario y que se expandió a España, Italia, Reino Unido, Escocia, Japón, Afganistán, Perú, Brasil, Uruguay, Estados Unidos, entre otros. La iglesia tiene sus diez Mandamientos y su Padre Nuestro: «Diego nuestro que estás en el cielo, santificada sea tu zurda, venga a nosotros tu magia, háganse tus goles recordar, así en la Tierra como en el Cielo….». Sorprendente: en países donde la religión no se toca (y menos para jugar con ella) a los seguidores de Maradona sí se les permite la herejía del humor. Quizá porque Maradona no quería asumir el rol de divinidad; quizá porque, como dijo el poeta uruguayo Eduardo Galeano, él fue «el más humano de los dioses». Humano por vocación o endiosado a la fuerza, el 25 de noviembre la noticia de su deceso recorre el mundo.

Vivo en Alemania, me cruzo en la calle con un vecino cien por cien berlinés que conoce mi dicotomía cincuenta por ciento argentina-cincuenta por ciento alemana y me comenta al pasar algo que suena a pésame; salto sobre mi PC en busca de alguna fuente informativa que confirme sus palabras: «Es tut mir Leid, dass Maradona gestorben ist». ¿Siento mucho que Maradona haya muerto, dijo? El gugleamiento me llevó a un video recién salido del horno mediático en donde el doctor Leopoldo Luciano Luque, miembro clave del círculo íntimo del astro, recibía a la prensa luego de que allanaran su casa y su consultorio. Básicamente, todas las preguntas apuntaban a lo mismo: entender cuál era su rol en la vida de Maradona y medir cuán responsable era ese ¿médico, amigo, hijo del corazón, fan con doctorado? de la muerte de Maradona. En principio, al propio L.L.L. le costaba definirse. «Soy neurocirujano, no era su clínico de cabecera», pero Maradona era «mi paciente favorito». «Yo era su amigo» y también «un papá para mí». «¿Función de Luque? (dijo en tercera persona, como solía hacer Diego): hacerle entender algo a Diego». «Yo le llevaba médicos, coordinación de todo tipo…», lo cual constituye la tarea de un médico de cabecera. «Soy el primero al que llaman por una emergencia», of course, Doc, ¿qué esperaba?: lo llaman antes que al 911 porque le consideraban (o usted se había hecho considerar) honorable médico personal del Diez. Hay más, una variante peligrosa, combinación fatal, cholulismo condimentado con egocentrismo: «yo creo que Diego se la bancó por mí» (argentinismo por aguantó, resistió todo por mí). Una pena que este médico abriese la boca; se cavó su propia fosa, dicen (en este caso, cavó dos). Le hubiese ido mejor si respetaba al menos un consejo del maestro: «La pregunta es tan buena que no quiero estropearla con mi respuesta» (Robert Koch, Premio Nobel de Medicina 1905). Pero siguió hablando, enceguecido por los flashes, y entonces nos enteramos que «lo veía triste», que era consciente de que «un ataque cardíaco en un paciente con sus características era lo más común del mundo que muera así»… pero siguió (¡siguió!) hablando, «dale Diego, levantáte», en vez de secarse las lágrimas y convocar a una junta médica. Ya que, evidentemente, L.L.L. no podía coordinar ni sus propios criterios: «se hacía todo lo posible para reducir un ataque cardíaco», pero, segundos después: «el control no era para prevenir un evento coronario sino para controlar que no haya alcohol». Finalmente, no pudo ser un cholulo sereno y perdió la única posibilidad de ser un cholulo diligente. La ambulancia hubiese superado la velocidad de la luz si, en vez de solicitarla para una persona hubiese hecho uso inteligente del cholulismo invocando el apellido Maradona. Se llama ser práctico en situaciones de emergencia. ¿El ataque de discreción le da al Doc justo en el momento en que el nombre de su paciente favorito hubiese acelerado las cosas?

Lo que el cholucida percibe como amor incondicional puede terminar como placer mezquino de estar cerca del ícono y también muy cerca de la figura jurídica del abandono de persona, un delito de omisión que comete quien pone en peligro la vida o la salud de una persona incapaz de valerse por sí misma, por hallarse en situación de desamparo o abandono por parte de quien tiene la obligación de cuidarla y la posibilidad objetiva de evitar el riesgo. La posibilidad objetiva de evitar el riesgo actuando con pericia profesional existía, pero ganó la subjetiva. Naturalmente, un cholulo sereno no tiene las mismas características que uno devoto o fanático, para quien la admiración se convierte fácilmente en obsesión, le nubla la visión y todo se complica. Se complican las emociones, el admirador y el admirado pueden perderse en una relación que no es tan maravillosa ni transparente como uno u otro creen. En su trabajo ¿Cómo se fabrica un fanático?, Teresa Sánchez, de la Universidad de Salamanca, lo sintetiza claramente: «Lo que distingue al fanático del simple seguidor no es la causa, razón de ser o naturaleza del impulso, sino la dimisión de la capacidad crítica, la incondicionalidad, ceguera y abnegación que deposita en la idea, la cual termina por enajenarle y despersonalizarle». L.L.L., entre lágrimas: «Si de algo soy responsable de Diego es de haberlo amado, de cuidarlo, de extenderle la vida y mejorársela hasta lo último…». Este abnegado neurocirujano, que comenta orgulloso su esfuerzo desmedido de recorrer setents kilómetros para ver a su paciente famoso (cómo calificar entonces los esfuerzos de un profesional de Médicos Sin Fronteras, que abandona su continente por miles de anónimos niños desnutridos) es señalado como autor de homicidio culposo (involuntario). Pero ¿fue el único? ¿O fue el último engranaje de una cadena que incluye a la psiquiatra en funciones y otros íntimos devotos del círculo maradoniano? (del cual sería deber moral excluir a la familia del difunto; cualquier intento por coresponsabilizarla es abominable; es difícil, sino imposible, tomar decisiones correctas sobre un ser amado en grave estado de salud; para eso están los médicos). Una larga historia de desidia y devoción ególatra protagonizada por cholulos de variada estirpe fueron los autores del cholucidio de Maradona. Neologismo construido no para frivolizar la tragedia sino, por el contrario, para mostrar cuán lejos puede llegar la devoción de un vanidoso si se cruza con la abnegación.

A diferencia del homicidio culposo o negligente, el cholulismo culposo tiene algo de fetichismo. Y más si se trata de Diego Armado Maradona quien fue, muy a su pesar, calificado de Dios. ¿O debería escribir dios con minúscula? Como sea, nada fácil ser llevado al altar de lo divino padeciendo (y haciendo padecer) las penurias terrenales de este mundo. Maradona: «Esto es demasiado para una persona, demasiado para un jugador de fútbol…» (10.11.2011). «Estuve con gente que por ser quizá quién soy, se creían que yo era de goma. No, a mí el Santo Padre me trata como un ser humano» (23.04.2015). «Yo no soy modelo de nada, soy un simple jugador de fútbol», me dijo en un breve reportaje en 1996 para América TV, un canal de televisión argentino. Fueron palabras de Diego; no nuestras, no de los cronistas ni de los observadores externos, los peritos o los juristas. Para el propio Maradona, ser idealizado, haber sido considerado un modelo de perfección que no se correspondía con la (su) íntima realidad, fue una exigencia insoportable. Murió solo y triste, escucho decir, quizá precisamente porque esa compañía de admiradores que no miran sino que secuestran, no fueron compañía. Otra circunstancia que suele caracterizar el mundo de los cholucidas: una especie de amistoso secuestro. Cualquiera que, por la razón que sea, haya conocido de cerca el mundo de la fama (a veces simplemente siendo cronista, entrevistando estrellas, astros y agujeros negros) sabe de qué se trata: en el mejor de los casos, el mito viviente puede rodearse de gente que lo ama más que a sus medallas (o a pesar de ellas); en el peor de los casos, su círculo íntimo termina cerrándose sobre sí mismo hasta tal punto que lo ahorca y/o lo mata. Todos los testimonios coinciden en que la única forma de permanecer al lado del ídolo era no contradecirlo (después de todo, «él siempre hace lo que quiere y no podés dirigirlo en nada»). Ser condescendiente, cómplice, compinche acrítico era la forma de permanecer en el mundo maradoniano; elegir permanecer junto al Dios sin considerar que algunos dioses son mortales. El regocijo mágico de ser parte del círculo del astro es tan enorme que el fan antepone su devoción por sobre las necesidades vitales del ídolo. Admirar en vez de mirar, ese es el fundamento del cholucidio. Muchos creemos que si a Maradona lo hubiesen mirado en lugar de admirado, todavía tiraba unos años más.

¿Es esto una conjetura periodística, un comentario irresponsable? Para saberlo, hay que hay ir a la única fuente verdaderamente confiable: la médica. El doctor Fabián Piedimonte es un neurocirujano con treinta años de experiencia (cuando comenzó a ejercer, L.L.L. tenía nueve añitos) y ha creado la Fundación CENIT para la Investigación en Neurociencias. A nuestras preguntas, ofrece respuestas concisas y concretas. Luego de chequear con el profesional, información extraída del no-siempre-confiable-Gúgl sobre hematomas subdurales y condiciones de su post operatorio, llegan las últimas dos preguntas:

– Si usted operase exitosamente de un hematoma subdural a un paciente con antecedentes cardíacos (y diversas adicciones), ¿continuaría con un control post operatorio especialmente intenso?

– Efectivamente, no solamente por el neurocirujano, sino también por un cardiólogo. Y evidentemente su periodo de convalecencia sería mayor.

– Según su opinión, ¿Maradona podría haber sobrevivido al paro si hubiese contado con un control cardiológico?

La última respuesta del experto neurocirujano llega con ese toque de modestia que no suelen tener los glamurosos médicos de las celebrities:

– En confianza y sin ningún prurito, cualquier paciente con severos antecedentes cardíacos cuenta con mayor probabilidad de evolucionar favorablemente luego de una intervención de esa envergadura si se ajusta a un estricto control cardiológico.

Punto y aparte.

El resto solo lo sabe Dios. O dios. O Maradona, un simple jugador de fútbol, según sus propias palabras.

QEPD.

Ana Valentina Benjamin
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7 comentarios

    1. periodismo narrativo, que es eso? yo flipe por la investigacion de la periodista, opina pero con fuentes y datos, mola. Maradona? el rico mas pobre del siglo.

  1. Hermosa y triste nota sobre cómo el chollo puede incluso matar a su idolo.
    Un tono lindisimo y descontracturado.
    Felicitaciones a la periodista.

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