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El Seriéfilo

Seriéfilo: febrero de 2022

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Aunque el año no haya hecho más que comenzar, parece que las expectativas de una gran temporada seriéfila se van cumpliendo. Y es que ni siquiera el mes más corto, que otros años era sinónimo de cuatro semanas de transición, se permite un mínimo respiro: febrero nos trae series top que, auguro, estarán en multitud de las listas de lo mejor del año. El mérito es aún mayor cuando la gran candidata del mes no ha resultado todo lo buena que se esperaba… Pero, no adelantemos acontecimientos. Vamos con lo más destacado de este febrero seriéfilo de 2022.

El títulio que debía marcar la agenda del mes es el último estreno del universo Star Wars. El libro de Boba Fett (Disney +) estaba apuntado en nuestro calendario, tanto por el éxito de las anteriores series de la saga como por la entidad del personaje que la protagonizaba. Por desgracia, antes o después tenía que llegar el primer pequeño resbalón de Dave Filoni al frente de la galaxia y le ha tocado al cazarrecompensas más famoso del universo comerse el marrón. Por suerte, no hablamos de un batacazo en toda regla gracias a la ayuda de su digno heredero, el mandaloriano más molón de la galaxia: Din Djarin (Mando para los amigos), y también, por supuesto, su buen amigo Grogu.

Y es que no se puede hablar de una serie sin referirse a la otra: la nueva entrega de Disney parece la marca blanca de El Mandaloriano: misma estructura, misma ambientación, mismas localizaciones… pero más insípida. Incluso el protagonista, que debería ser un referente del universo lucasiano, palidece en la comparación con el nuevo ídolo mandaloriano. Es innegable: Din Djarin, interpretado por Pedro Pascal, tiene más carisma sin quitarse el casco que el Boba Fett de Temuera Morrison a cara descubierta. Y aunque su mano derecha, la también cazarrecompensas Fennec Shand, tiene algo más de chicha, nadie puede competir en esta serie con Mando, y mucho menos con el adorable Grogu. Por eso El libro de Boba Fett mejora en los últimos capítulos, cuando hacen aparición estos personajes convirtiendo la temporada en una suerte de El mandaloriano 2.5 y dejando todavía en peor lugar, si cabe, a Boba Fett y su tropa. Funcionan como secundarios, pero no les alcanza para llevar el peso de una serie con su propio nombre.

Pero sigamos, porque tras el bluff del universo Star Wars cabría preguntarse quién podía salvar el mes. Y el campeón que nadie estaba esperando se encontraba en una serie de superhéroes que nadie había pedido: El pacificador (HBO Max) no solo tiene la intro más extraña y adictiva de la Historia (podría verla en bucle, sin descanso, una y otra vez), sino que además demuestra que, a pesar de la sobresaturación del género, todavía se pueden hacer cosas interesantes en el mundo superheroico. James Gunn agarra un personaje de segunda división con una misión nada glamurosa y crea a partir de él una historia entrañable, llena de acción, humor negro y un puñado de perdedores que, de tanto cagarla, nos llegan a la patata.

Los personajes del Pacificador y de Vigilante son tan esperpénticamente patéticos que acaban generando en el espectador una mezcla de pena y empatía extraña y difícil de definir. Por cierto, John Cena y Freddie Stroma bordan los papeles de los dos justicieros más desequilibrados y Robert Patrick lo hace genial como el padre más indeseable del mundo mundial y principal culpable de que Peacemaker tenga una personalidad tan detestable. Si a todo esto le añadimos una banda sonora llena de glam rock, hard rock y heavy metal, nos queda una mezcla explosiva que supone un soplo de aire fresco y una patada en culo a los superhéroes mainstream.

Por su parte, Netflix sigue con la explotación (que tanto rédito de ha dado) de las series coreanas. En esta ocasión nos detenemos en Estamos muertos, título que agita el fenómeno zombi con mucho ruido pero con pocas novedades. Sus infectados son similares a los de la película que citan en la serie y de la cual tiene muchas influencias; también a los de Tren a Busan (Yeon Sang-Ho, 2016): son zombis muy violentos, que pueden correr y son muy difíciles de neutralizar, provocando angustiosas persecuciones por el instituto que provocan momentos de mucha tensión. Sin duda, esto supone el punto fuerte de la serie, por lo que no se entiende que se hayan decidido por capítulos de mas de una hora que rompen el ritmo frenético que pide a gritos la historia. Al tratarse de estudiantes en un instituto se intenta abordar otros temas como el bullying, la soledad, la amistad o los estudio, pero cada una de estas escenas, alargadas y en ciertos momentos redundantes, perjudica el ritmo de una serie que, a ratos, cae en el tedio. Una pena, porque la producción, como casi todo lo que llega desde Corea, maneja muy bien los momentos de acción más frenéticos y no tiene reparos en eliminar personajes que, en principio, podían parecer protagonistas. Eso invita a que mantengamos el interés, pero, finalmente, ese intento de ir más allá de los zombis lastra el resultado final.

Continuando, solo hay un placer culpable más tentador que una serie coreana de zombis: una producción de bajo presupuesto, australiana y de vampiros. Eso es, justamente, lo que nos ofrece Firebite (AMC+): una ambientación sucia y sudorosa, vampiros violentos y sádicos y el típico protagonista perdedor con perfil de antihéroe. La serie bebe mucho de los vampiros de John Carpenter. Con pequeñas dosis de humor y mucha mala leche, la trama deja barra libre a la acción con pequeñas pinceladas de historia para aportar contexto, aunque tratando de no cortar el ritmo de los mamporros. No sienta cátedra en el género, pero da lo que promete. Ni más ni menos.

Siguiendo con la testosterona a tope, Reacher (Prime Video) nos retrotrae al cine de acción de los noventa. Para lo bueno y para lo malo. El protagonista, Jack Reacher, aunque basado en el personaje literario homónimo, poco tiene que ver con aquel que encarnó Tom Cruise. En esta ocasión es una mole de músculos que suelta guantazos acordes a su complexión, aunque también mantiene una mente ágil y despierta. Una fusión perfecta y letal entre Sherlock Holmes y Terminator que, a base de deducciones o puñetazos, según convenga, va desentrañando el misterio que se extiende alrededor de unas extrañas muertes en un pueblo perdido de Georgia (EEUU). Sorprendentemente, la serie es muy divertida y tiene bien tomada la medida de su propio ritmo, y nunca llega a aburrir ni a empalagar con una acción excesiva. Fuera de eso, mejor no pensar en los agujeros de guion, en los deus ex machina continuos y en unos personajes que son estereotipos con patas. Ya lo dijimos, cine acción de los noventa: lo tomas o lo dejas.

Para terminar el mes quiero recomendar una de esas series que han pasado algo desapercibidas, pero que son caviar del bueno. Puede que no haya mayor disfrute visual que un western bien rodado. Lamentablemente, no se prodigan mucho en el mundo de las series: las grandes del género, como Deadwood (HBO) e Infierno sobre ruedas (AMC), quedan lejos. Por suerte, parece que por fin ha llegado una digna sucesora: 1883 (Paramount+) es la precuela de otra gran serie de vaqueros, Yellowstone (también de Paramount+), pero funciona perfectamente como producción independiente. Personalmente, he de decir que la estoy disfrutando incluso más que su predecesora.

1883 nos lleva a través de la odisea de la opresión de la civilización frente a la libertad de lo salvaje, con el peaje que ello conlleva. Atravesando las Grandes llanuras, desde Texas a Montana, experimentaremos la cruel belleza de la naturaleza, que mata con solo mirarla, y la inmutable ley del más fuerte que reina allí donde no llega la civilización. Una ley que, claro está, dista mucho de ser justa. La serie deja atrás el romanticismo del cowboy solitario y los duelos de salón para mostrarnos una realidad más sucia, más cruel e impasible, más egoísta. Aun así, a pesar de romper con esa idealización del salvaje Oeste, es capaz de mostrar la belleza de la naturaleza virgen, el equilibrio entre el hombre y el medio representado a través de nativos y la melancolía del viajero. Toda una poesía hecha a base de bellas imágenes y bellas palabras, pero, perdónenme la licencia, con final triste. Un nuevo clásico.

Y con este canto a la melancolía me despido hasta el próximo mes, donde parece que se están cocinando cosas muy gordas. No puedo esperar a que explote la primavera para poder quedarme en el sofá viendo todo lo que se viene. ¡Nos leemos!

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