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Cine y TV

«Nebraska»: la familia y el tiempo

A su modo, Nebraska (Alexander Payne; 2013) descomprime el tiempo. Se mueve a ritmo pausado, en la parsimonia y la contemplación, en el bla, bla, bla cotidiano, en la espera. Es un film que, cuando lo necesita, prefiere el silencio, las tomas fijas, los amplios planos, a veces repetitivos, de un viaje en la carretera. Se preocupa por las personas, por los gestos, el acercamiento y la distancia. Las personas, en vez de ir más rápido (como supuestamente deberían) van cada vez más lento, hablan con cuidado, o no hablan, si no lo requieren. Aquí hay poco más que el elogio de la rutina. Personas normales en circunstancias normales. Quizás una pizca disruptiva de humor, pero eso es todo. Es la vida, a su ritmo.

La película indaga profundamente en los nudos familiares: las vinculaciones que se quiebran y se estrechan, que se retraen y se expanden, que permanecen en el tiempo. Esta historia, como otras películas de Alexander Payne, refleja, a partir de la familia, una serie de evidentes contradicciones. Woody Grant, ex alcohólico y padre medianamente ausente, decide, a sus casi ochenta años de edad, ir hasta Lincoln, Nebraska, para reclamar el millón de dólares que cree haber ganado. Kate, su mujer, cansada de la creciente confusión de su esposo, no le apoya, igual que Ross, hijo mayor. El único que cree en su padre es David, sin muchos prospectos en su vida, quien decide llevarle hasta Lincoln. En el camino, la familia se reúne en Hawthorne, el pueblo de la infancia de Woody. Una vez más, el subgénero de road-trip movie hace del viaje por carretera un ritual que, a pesar de su disrupción en la rutina, finalmente replica y reafirma lo cotidiano.

La odisea de Woody alegoriza la caída de un héroe: un hombre que ya no encuentra su lugar en el mundo. Un sujeto que no se reconoce en la parca rutina con la que convive, que no entiende a sus hijos ni a su esposa, que probablemente ni siquiera ha hecho el intento de entenderse a sí mismo. Lo paradójico es que, al no reconocerse en su pasado (ni en su familia de entonces) Woody no tiene de donde aferrarse, lo que hace que su búsqueda del millón sea incluso más intensa y relevante. De hecho, el Woody de Bruce Dern, con su marcha tullida y su mirada cabizbaja, es un sujeto que percibe el mundo a partir de categorías distintas que los demás, que minimiza las cuestiones importantes para otros y más bien maximiza lo imposible, incluso cuando no le conviene.

En una escena, en camino a Lincoln, Woody y David ven de lejos el Mount Rushmore:

-¿Qué opinas, papá?

-Me parece inacabado. Como si se hubieran aburrido a medio camino. Washington es el único con ropa. ¡Lincoln ni siquiera tiene oreja!

Creo que la cita se explica por sí sola. Woody es fiel a su versión de sí mismo y su versión del mundo, aunque esta no encaje con ninguna otra. Es un hombre de extremos: muy generoso o totalmente fijo en sí mismo; de corazón enorme, pero casi siempre inexpresivo, ido. A través de la compasiva mirada de David, entendemos los vicios y manías del protagonista, que, como en cualquiera, resaltan en una conversación. Respuestas simples ante preguntas complejas. Una falta de atención a las repreguntas. Justificaciones poco detalladas. Pienso, por ejemplo, en una escena en el bar, en la que David y Woody discuten sobre la familia. David le pregunta a su padre sobre el amor por su madre y si en verdad quería tener hijos. Casi cualquiera en su lugar, daría una respuesta positiva, inclusive insincera, para zanjar el asunto. Pero no Woody:

-Nos gustaba coger. Y tu madre es católica, así que ya ves.

El texto de Bob Nelson se compone de diálogos así. No sorprende que Payne haya elegido una historia original (algo poco común en sus proyectos) con el enfoque de Nelson. Se nota la influencia de otros filmes suyos El humor en la tragedia y en lo cotidiano, como en The Descendants (2011), que, como Nebraska, depende más de las ocurrencias que de chistes elaborados. El choque intergeneracional, que retoma el conflicto encarnado por Warren Schmidt en About Schmidt (2002). La insolencia y la acidez en el carácter, que los personajes transmiten cuando interactúan entre sí. Y, en el oxímoron, se da una suerte de ternura insolente, dado que los personajes siempre regresan al afecto y la confianza entre ellos, como sucede con Woody y su familia.

Así, parece que Nebraska también es una historia sobre lo que le debemos a nuestros padres. Pensemos en David. El hijo que va con su padre, porque sigue creyendo en él. Y pensemos en Woody, una figura tan conflictiva y contradictoria, pero, a la vez, un punto de referencia para David, a dónde retornar cuando las cosas se ponen difíciles. Pero, con un padre como Woody, David no logra obtener las respuestas que quiere. Las relaciones padre-hijo, aun cuando sirven para solventar conflictos y ofrecer una suerte de alivio mutuo, también pueden verse como el origen de la culpa o el rechazo. Es común, pero no por eso sencillo: muchas veces (y aunque lo intenten) padre e hijo no se entienden.

Una vez más, Woody, quien representa bien otro de los puntos medulares de Nebraska: más allá de la distancia intergeneracional, está la distancia de las épocas, mucho más emotiva y difícil de asumir. La distancia entre Woody y David parece ser la misma que la de Woody y sus padres. En una serie de emotivas escenas, descubrimos que el hermano de Woody murió de niño, azotado por una muy contagiosa enfermedad. Woody, a pesar de dormir junto a él, no se enfermó. Así viene la culpa. Y la desazón. Woody las ha asumido como emociones primarias, lo que refuerza su actitud testaruda.

La culpa y la desazón no solo se originan en la familia, sino que tienen una dimensión mucho más amplia. En muchos casos, tiene que ver con lo que ya no se dice. Con los olvidos y las omisiones. Con los nombres que ya no implican nada. Así lo dice Woody:

-Solía conocer a todos aquí.

En ese sentido, quizás Nebraska podría entenderse, a su manera, (y con el riesgo de exagerar sus significados) como una sutil crítica a la sobre-modernidad, a los tiempos de extrema rapidez, poca familiaridad, movilidad incontenible, crisis de identidad. Ojo que no es una crítica a la sobre-modernidad desde un modo nostálgico (dado que la película también sabe burlarse de las viejas costumbres y quienes todavía las siguen), sino la recreación de los malestares modernos con suficiente empatía y buen humor. Todos los personajes están en perpetuo descontento. David no tiene un buen trabajo, ni una relación estable, ni sueños. Va a la deriva. El pueblo entero de Hawthorne, prácticamente olvidado a su suerte, ya no parece encajar. Es entendible que Woody o Kate no se entiendan bien en este mundo nuevo, pero, en teoría, David, Ross y el resto de su generación sí deberían hacerlo. Pero no es el caso. En una suerte de bisagra entre pasado y presente (como lo es el propio David) Hawthorne no encuentra sentido en un mundo globalizado e hiper moderno. Curiosamente, el que mejor se da cuenta de todo esto es el propio Woody. Eso parece decirle a David, reafirmando su búsqueda de sentido:

-Toma una cerveza con tu viejo. Sé alguien.

Naturalmente, el sentido y la identidad se constituyen socialmente, aunque a veces lo olvidemos. A partir de un empaque bastante pintoresco y casi siempre entrañable, Nebraska reúne, gracias a su narración de Hawthorne, los principales arquetipos del pequeño pueblo estadounidense, al menos desde cómo se entiende desde el cine. No falta ningún personaje. El low life sin empleo ni estudios, que bebe para pasar el rato. El pequeño triunfador de la comunidad. La sanguijuela del barrio, que impunemente se aprovecha del resto. Los niños problema, famosos por sus fechorías. La mujer que atrae a la mayoría de sujetos del pueblo. Nelson y Payne nos recuerdan que, a pesar de cambios sociales abruptos y determinantes, ellos siguen aquí.

Por supuesto, se resaltan los círculos de chisme, validación y vigilancia, que atan a los personajes a su pueblo, sin importar el tiempo. El poder de la narración oral. Las anécdotas. Los chistes. Los nombres plegados en el cementerio, portadores de historias. Woody y Kate no han ido al pueblo en muchísimos años y aun así les importa. La cruzada de Woody implica ocupar un lugar privilegiado entre los logros comunitarios. Irónicamente, si la victoria de Woody fuese cierta, no sería un logro en el estricto sentido de la palabra, dado que sería un acto de suerte. Pero no se trata de ganar el millón, sino de lo que implica para él y el pueblo. Conducir un coche nuevo. Tener una fotografía en el periódico. Donar a la iglesia y prestarles a los amigos. Ser alguien.

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