¿Quién disparó a Benito Mussolini?
Esta es la historia de un atentado o, más bien, de quien lo perpetró. La historia del ataque sufrido por Benito Mussolini hace ahora noventa años. ¿Os imagináis al autor? ¿Varón de unos veinte años, quizás; caucásico, de ideas políticas opuestas al dictador fascista y de clase baja? Un anarquista tendría muchos puntos ¿Alguien como Gavrilo Princip o Mateo Morral? Frío, muy frío. Temperatura polar. Ni habéis acertado el sexo, ni la edad, ni la condición social ni… Bueno, lo de la oposición al fascismo sí, pero esa era fácil. Mujer irlandesa de cincuenta años, hija del Primer Barón de Ashbourne, Lord Canciller de Irlanda durante dieciséis años, y presentada ante de la reina Victoria con dieciocho años, como toda buena dama de alta alcurnia de la sociedad de la época. Casi nada. Su nombre, Violet Gibson.
El 7 de abril de 1926, al finalizar un acto público en la Plaza del Capitolio con motivo de un Congreso Internacional de Cirugía celebrado en Roma, Mussolini, aclamado por el pueblo, saluda a los allí congregados. Las masas enfervorecidas vitorean al Duce, salvador de Italia. Entre la multitud, una mujer de unos cincuenta años, de corta estatura y cuerpo endeble, mira al dictador fascista. En su mente solo existe una idea: matar al dictador italiano. Para ello planea acercarse al coche en que se subirá el mandatario, golpear el cristal con una piedra y dispararle a bocajarro con su revólver. Puede que, pensándolo fríamente, el plan haga aguas por todas partes, pero la suerte es de los valientes… O eso dicen. Violet observa. De repente, un grupo de jóvenes extranjeros comienza a entonar Giovinezza, un himno fascista. Mussolini, embargado por la emoción, no puede evitar detenerse para escuchar junto al vehículo y mirar con orgullo la bandera italiana que allí ondea. Himno y bandera, algo sagrado para todo buen fascista que se precie; más aún para el gran inspirador del movimiento. Violet Gibson no puede creerse su suerte. Su objetivo permanece absorto, inmóvil frente de ella. Saca el arma, apunta y dispara. ¡Bang!
La bala pasa rozando la nariz de Mussolini. Una multitud se abalanza sobre esa anciana de aspecto frágil que acaba de disparar al Duce. Intentan lincharla y sale viva de milagro. No ha podido llevar a cabo el mandato divino que creía que Dios le había encomendado, que es lo que declara tras ser detenida. Las imágenes del atentado, en las que se muestra al dictador con la nariz vendada, corren como la pólvora por la prensa italiana.
Investigaciones posteriores revelan datos sorprendentes de la vida de Violet Gibson. Una mujer que a principios de siglo se convirtió al catolicismo, lo cual fue todo un shock en su familia norirlandesa, y que también tonteó con la teosofía. Una mujer de salud rota por continuas enfermedades físicas padecidas durante toda su vida, pero también por las psíquicas, que la recluirían largas temporadas en varios hospitales psiquiátricos y que le harían acometer varios intentos de suicidio. Una mujer que llegaría a concebir extraños propósitos para asesinar al Papa, por los que fue a Italia, pero acabó descubriendo el monstruo del fascismo. Eso le condujo a forjar un plan para cortar la cabeza de la bestia de la forma más radical posible. Una mujer que luchó activamente por la causa sufragista, firme feminista y acusada de revolucionaria por no adaptarse a las normas sociales que se le presuponían por ser de clase alta. Una mujer que acabaría sus días encerrada en un psiquiátrico en Northampton, treinta años después de tratar de asesinar a Mussolini. Una mujer que, quizá en su locura, fue supo detectar al más perturbado de todos. Quién sabe si ella fue la más cuerda en el mundo de chiflados que le tocó vivir.
A continuación se reproducen los artículos publicados en la portada en el diario La Stampa al día siguiente del atentado. En el primero de ellos, se describen los hechos acaecidos durante el atentado, así como el cruce de telegramas entre Mussolini y el rey Víctor Manuel III tras el suceso. Alerta spoiler: especial atención al último párrafo de esta primera noticia y el halo de santidad en la que se envuelve al Duce, hombre preocupado por la piedad y anhelante por aliviar el sufrimiento humano… Ejem, ejem. Ironías aparte, en la segunda de las crónicas publicadas, el mismo medio se pregunta quién es esa mujer que ha puesto en peligro la vida de Benito Mussolini y por qué podría haberlo hecho. La conclusión a la que llega el diario es cuanto menos sorprendente.
EL ATENTADO DE UNA IRLANDESA CONTRA MUSSOLINI EN ROMA
Disparo de un revólver efectuado casi a quemarropa a la salida del Congreso Internacional de Cirugía. El primer ministro herido levemente en la nariz. Su orden, evitar que el acto tenga repercusiones en el orden público. El Duce embarca hoy para Trípoli.
El comunicado oficial. La noticia de Mussolini al rey y el despacho del soberano
La agencia Stefani comunica:
A las once de esta mañana, en la plaza del Campidoglio, a la salida del Congreso Internacional de Cirugía y mientras el primer ministro atravesaba una multitud aclamante para subir a su automóvil, una desconocida le ha disparado un tiro con un revólver, casi a bocajarro.
El primer ministro, que ha sufrido una levísima herida perforante en el tabique nasal, ha conservado una perfecta calma y una tremenda sangre fría, dando inmediatamente órdenes de que el altercado no afecte al orden público. La mujer, salvada rápidamente de la furia de la multitud, ha sido trasladada a la cárcel de las Mantellate.
Poco después, el profesor Bastianelli ha definido del siguiente modo la herida sufrida por el jefe de gobierno: «herida perforante en el tabique nasal, provocada por un disparo de arma de fuego. No reviste gravedad».
La misma agencia Stefani comunica que, a las doce, el jefe de gobierno ha redactado personalmente el siguiente telegrama para el rey, que actualmente se encuentra en San Rossore:
«Esta mañana, mientras salía del Campidoglio, donde había presenciado la inauguración del Congreso Internacional de Cirugía, una desconocida me ha disparado y me ha herido en la nariz, aunque de manera muy leve. Espero salir igualmente hacia Trípoli mañana mismo. La desconocida, arrestada, al parecer es extranjera. He impartido inmediatamente órdenes severas para que no se produzcan tumultos y represalias. La capital se encuentra algo excitada, pero permanece calmada y, gracias a las medidas que hemos tomado, seguirá así. Me pongo a los pies de su majestad y le envío mis respetuosos saludos. Firmado: Mussolini».
El rey ha respondido desde San Rossore con el siguiente telegrama:
«He recibido ahora mismo su telegrama y me apresuro a transmitirle, también en nombre de la reina, mi alivio por saber que ha salido bien librado de un atentado tan odioso. Esperamos que tenga la mejor de las recuperaciones. Aguardamos buenas noticias. Gracias por su cortesía y cordiales saludos, Vittorio Emanuele».
La noticia del atentado, al cual Mussolini ha sobrevivido milagrosamente, extenderá sin duda una mala imagen de la atacante y despertará las simpatías hacia el Duce de quienes reprueban este tipo de delitos. Mussolini salía de una ceremonia en la cual, como primer ministro, había rendido honores a los representantes de aquellas disciplinas científicas más estrechamente ligadas a la piedad humana. Había cumplido así con su deber de apoyar a una actividad humana dedicada a aliviar el dolor de nuestros semejantes y extender el espíritu de civilización que todo pueblo anhela. Es por ello que haber sido objeto, justo en ese momento, de un atentado perpetrado por una desconocida extranjera, parece un acto todavía más monstruoso.
Quién es la extranjera que ha disparado
Hija de un lord Canciller de Irlanda, baronesa, cincuenta años. El año pasado trató de suicidarse «para sacrificarse a mayor gloria de dios». Estuvo en un manicomio. Su mutismo.
Los detalles de la trepidante escena del atentado
A las 9,30 Mussolini había subido a su automóvil junto a su jefe de gabinete. Después de detenerse brevemente en el palacio del Quirinale para hacer una breve visita al duque y la duquesa de Aosta, al volver a la capital acudió al Campidoglio para inaugurar el Congreso Internacional de Cirugía y pronunciar, como de hecho hizo, el discurso inaugural.
Acabada la ceremonia, hacia las once, acompañado de miembros de la presidencia del Congreso entre los que se encontraban los profesores Giordani, Bastianelli y Alessandri, Mussolini se disponía a abandonar el Campidoglio mientras la multitud, ante su aparición, improvisaba una calurosa aclamación; un grupo de estudiantes romanos cantaba el himno Juventud. A los lados del pequeño camino que el Jefe de gobierno debía recorrer, había un cordón formado por hombres de los cuerpos de seguridad, armados. Mussolini sonreía al gentío saludando con la mano.
El disparo del revólver
Pero no había dado más que unos pocos pasos cuando entre el gentío se escuchó, o al menos escucharon los que estaban más cerca, un ruido seco, como de un bastón que golpea una piedra.
Mussolini se llevó una mano a la boca y retrocedió dando un paso. Un reguero de sangre corría por su mano y manchaba su camisa blanca y su traje. Inmediatamente, se giró hacia el profesor Bastianelli que le sujetó por la espalda; sin embargo, Mussolini se libró de la ayuda alzo su brazo izquierdo y dijo:
– ¡No es nada recuperemos la calma!
Pero si realmente no ha sido nada se debe al profesor Giordani, que se fijó en una mujer de avanzada edad que alzaba una mano con una hoja de papel. Tuvo la impresión de que la mujer intentaba presentar una súplica al primer ministro y se le acercó para hacerle entender que aquel no era el momento de importunarle, desplazando a Mussolini justo en el momento en el que iba a recibir el disparo. Sobre ella caen inmediatamente el superintendente Bodino, un capitán de los carabineros, y otro agente. La mujer comenzó entonces a gritar, pero fue reducida por los agentes y posteriormente trasladada a dependencias policiales para alejarla de la jauría que la amenazaba.
«No temáis, estoy vivo»
Mientras tanto, el primer ministro Mussolini, sujeto por el profesor Bastianelli, que le había colocado bajo la nariz un pañuelo para frenar la hemorragia, había sido conducido rápidamente hacia el interior de un edificio del Campidoglio. Repetía:
– No temáis. Estoy vivo. No es nada.
Al tiempo, se le prestaban los primeros auxilios. Constantemente se revolvía:
– No es nada; no hace falta alarmar a la nación; mantengamos la calma.
Tras las curas, el jefe de gobierno ha subido al automóvil con los profesores Bastianelli y Alessandri, su secretario Grandi y el marqués de Paolucci de Calboli, abandonando la plaza del Campidoglio. Sentidos lalalás de la multitud le despidieron al Primer ministro, mientras el coche oficial le llevaba hacia su residencia. Cuando su coche alcanzó la calle Rasella, el honorable Mussolini se dirigió tranquilamente a sus habitaciones. Allí mismo hubo una reunión de su gabinete de gobierno, al que se había avisado preventivamente y por vía telefónica de la noticia del atentado. Mussolini les tranquilizó pidiendo calma con sus manos y sonriendo:
– Aún estoy vivo – dijo -, no ha pasado nada. Volvamos al trabajo. No es necesario alarmar ni alarmarse.
El revólver y el veneno
La tiradora, una vez apresada, fue trasladada al cuartel del Campidoglio. En el primer interrogatorio respondió con un murmullo incomprensible, borboteando algunas palabras en inglés. El revólver con el que llevó a cabo del atentado es francés, Lebel, y había efectuado un solo disparo, el que alcanzó al presidente. En el momento del arresto, el revólver estaba asegurado a su mano a través de un pañuelo. Cuando se desprendió de él, a la mujer se le cayó también una pequeña botella con una mezcla de algún tinte y un fármaco. Aún no se sabe para qué llevaba consigo este veneno: quizá para ingerirlo una vez cometido el atentado.
En el primer interrogatorio, la mujer parecía postrada en un estado de casi delirio. Tras administrarle un tranquilizante la mujer aceptó escribir, para lo que se le entregó un papel y un lápiz. Luego ha indicado en italiano dos direcciones, una en la calle Nomentana y otro en la calle Sixtina. Poco después, la extranjera fue conducida a la cárcel de las Mantellate en un coche.
La traducción de su escrito se ha realizado con todas las cautelas. Pocos minutos después, tras el mediodía, la sombra cayó sobre la plaza del Campidoglio y un coche cerrado de la Jefatura de policía entró en el patio de los Oriazi e Curiazi. Iban en su interior el comisario Pennetta, el comisario Di Bernardinis y dos agentes de la policía política. El automóvil que entró en el interior del palacio se detuvo al fondo, frente a la puerta de las habitaciones donde estaba provisionalmente recluida la extranjera que permanecía vigilada por algunos agentes de la oficina del presidente. La mujer fue prácticamente cogida en brazos para ser introducida en el coche. Los comisarios no han dudado en esposar a la arrestada. Pudo observarse que presentaba algunas heridas y contusiones.
El automóvil dejó el Campidoglio seguido a cierta distancia de un vehículo de escolta. Pocos se dieron cuenta de su paso y ninguno hizo demasiado caso. La comitiva atravesó el Lungo Tevere hasta la cárcel de las Mantellate. La extranjera no pronunció una sola palabra en todo el trayecto. Finalmente, las automóviles se detuvieron en la oficina de ingreso de las Mantellate y la extranjera descendió del coche. El mismo director de la prisión estaba presente en la lectura formal de las leyes que le fueron explicadas con rapidez. Tras ello, la reclusa fue encerrada en una celda de aislamiento y sometida a una estrecha vigilancia.
«No sé nada; no me acuerdo de nada»
En la pequeña sala de la enfermería de las Mantellate fue interrogada por el Procurador del rey, ante la presencia del comisario Pennetta y otros magistrados. A través de un intérprete, se le fueron haciendo varias preguntas a la extranjera.
La mujer, no sin dificultad, ha declarado al magistrado que es Violeta Gibson, de cincuenta años de edad, irlandesa, afirmando encontrarse en Roma desde hace pocos meses. Cuando poco después se le ha mostrado el arma con la que disparo contra a Mussolini, ha fingido ignorar el acto que ella misma había cometido. Después de que los funcionarios insistieran en sus preguntas la mujer finalmente ha dicho entre sollozos:
– No sé nada; no me acuerdo de nada.
Tras ello continuó respondiendo al interrogatorio con monosílabos, intentando hacer creer que ha perdido la razón. Desde luego, era presa de un gran nerviosismo y por tanto el interrogatorio ha tenido que ser suspendido. Mientras tanto, el Ministro del Interior estaba siendo informado en todo momento de la situación y se ha efectuado un registro de la habitación en la que la extranjera se estaba hospedando.
Encerrada en el manicomio
Todas las pesquisas realizadas por la autoridad competente han podido establecer con precisión la identidad de la mujer y conocer su pasado. Responde al nombre de Violeta Albina Gibson, soltera, nacida en Dalkey (Irlanda) el 31 de agosto de 1876, ciudadana inglesa. El 27 de febrero de 1925, mientras vivía en una pensión en la calle gregoriana, intentó suicidarse con un disparo de revólver en el pecho.
El suceso se desarrolló del siguiente modo: aquella tarde, una detonación desató la alarma en toda la casa. Al principio se creyó que era una broma, pero más tarde una señorita decidió llamar a la puerta de la habitación de Gibson y vio que estaba cerrada por dentro. Al cabo de un tiempo, la escuchó responder desde dentro:
– No es nada, no es nada. Ahora mismo abro. Que no me vea nadie.
La señorita esperó. Entre tanto, Gibson volvió a introducir la pistola en su maleta, la cerró con llave y si dirigió a la puerta. Tras abrir, dijo:
– Adelante.
Para después desfallecer, cayéndose al suelo, y exclamar:
– Que nadie me vea. Le ruego que llame a un confesor.
La mujer la ayudó a volver a meterse en la cama. Cuando acudió a conseguir ayuda en la pensión, la mujer respiraba con dificultad. Del pecho le brotaba sangre. Cuando se encontró el revólver, aún estaba caliente por la detonación, pero se comprobó que solo se había efectuado un disparo. Rápidamente, la mujer fue trasladada al hospital de San Giacomo. Allí se comprobó la gravedad de la herida, provocada por un pequeño proyectil disparado a bocajarro. Creyéndose al borde de la muerte, Gibson requirió a un cura para confesarle que había intentado suicidarse como sacrificio a la gloria de Dios.
Según las informaciones de El Imperio, Gibson ha pasado dos meses encerrada en un manicomio. No habla italiano, tiene un hermano, que es un lord, en París. Ella misma es baronesa. En los registros efectuados en la calle Delle Isole, se encontraron un pasaporte y balas para el revólver. Tras sucesivos interrogatorios, parece que puede descartarse la posibilidad de un complot. No obstante, se ha averiguado que leía diarios extranjeros violentamente antifascistas. También se ha encontrado correspondencia de la que por el momento desconocemos el contenido, a la espera de los análisis de la policía política.
Un detalle interesante es que Gibson, en sus conversaciones con las monjas que la atienden, ha comentado que siempre ha tenido miedo de volver a Irlanda por temor a volver a ser encerrada en una institución de salud mental en la que ya fue encerrada en otras dos ocasiones. Al parecer ha añadido que la primera vez fue encerrada por molestar en la calle a una niña. Otro detalle extraño es el siguiente: en el interior del guante de la mano con la que disparó ha sido encontrada una piedra.
Hija de un ministro
Lord Ashbourne vive entre una villa de Dalkey, en Irlanda, y su residencia en Londres, donde frecuenta casi cada día los selectos clubes conservadores de la capital. Entre 1890 y 1900 parecía ir encaminado a liderar el Partido Conservador inglés, que finalmente le encargó el puesto de Lord Canciller de Irlanda, tras ostentar el mandato de tres ministerios. Lord Ashbourne conocía los pormenores del intrincado problema irlandés, hasta el punto de que una de las leyes que, a finales del siglo XIX, trató de solucionarlo, lleva su nombre: la Ashbourne Act. Ha tenido varios hijos entre los que destaca su primogénito y varias hijas.
La señora Violet Gibson, nacida en Dalkey en 1876, es su segunda hija y le corresponde el título de Honorable. Los periódicos de las islas, que la reconocen como culpable del atentado, se refieren a ella como la Honorable Violet Gibson. Diversos detalles familiares fueron telegrafiados tras el suceso por el corresponsal del Daily Telegraph: «nada se sabe de la presunta actividad política de la Honorable Violet Gibson. Su padre, Edward Gibson, barón de Ashbourne, fue Procurador General de Irlanda de 1877 a 1880 y, en la Cámara de los Comunes, participó activamente en los grandes debates sobre la Home Rule, distinguiéndose como un potente orador. En tres ocasiones fue Lord Canciller de Irlanda y miembro del gobierno».
Su hijo, el actual Lord Ashbourne, es un activo miembro del movimiento cultural que en la isla reclama el restablecimiento de la vieja lengua irlandesa y su figura es conocida por mantener las pintorescas costumbres del país.
Excéntrica
Para el gran público, la señora Violet era totalmente desconocida. Las crónicas mundanas no habían tenido la más remota posibilidad de ocuparse de ella, ya que vivía en el extranjero, y su familia (actualmente establecida en Londres), no tenía incentivos para presentarla en sociedad dadas la excentricidad de su carácter. Estas excentricidades eran conocidas sobre todo por su entorno más próximo, que consideraba a Violet como una especie de loca un tanto inocua. Por ejemplo, se había ido exagerando en ella su vocación religiosa, que últimamente se había vuelto casi frenética. El pasado año la señora Gibson había venido desde Irlanda en peregrinaje hasta Roma con motivo del año santo. Los cronistas ingleses ofrecen algunos detalles sobre el asunto.
La señora Gibson quiso viajar al Vaticano con la intención de obtener una indulgencia de la que decía tener una extrema necesidad. Junto con una amiga, estuvo en Roma en la Pensión Gregoriana, regida por monjas francesas. El estado de exaltación religiosa en el que se encontraba la desgraciada era palmario. Cada día hacía el tour de las iglesias, el de las catacumbas y el de los lugares que albergan reliquias de santos. Mantuvo una audiencia con el Papa, junto con el resto de la comitiva de peregrinos irlandeses. Conversando con las monjas de la pensión, la señora Gibson manifestaba de vez en cuando las más extrañas ideas sobre el suicidio. Quince días después de su llegada, mientras estaba en su habitación, las monjas del piso inferior escucharon un disparo de revólver.
La madre superiora y otras monjas entraron en la habitación de la señora Gibson. Al oír ruidos al otro lado de la puerta, gritó que nadie entrase antes de que se pudiera volver a meter en su cama. Cuando entraron en la habitación, la señorita Gibson, palidísima pero muy calmada, se encontraba en su cama bajo una sábana manchada de sangre. Se había disparado en un arrebato de frenesí religioso. «Quise morir por la gloria de Dios, ¡para ir al paraíso!», exclamó la infeliz, que luego exhortó a la madre superiora a llamar a la policía. El incidente no llamó la atención de las autoridades, pero el hermano de la señora Gibson, Lord Ashbourne, partió para Roma en cuanto fue informado de lo sucedido. «La pobre siempre ha estado enferma, desde el día en que nació, y cada cierto tiempo sufre episodios de depresión terribles; horribles crisis de nervios».
«Ningún significado político», dice la hermana
La hermana de la detenida, la honorable Costanza Gibson, interrogada aquí en Londres, ha dicho:
«Violet, en los últimos dieciocho meses, ha residido en Italia, donde trató de matarse disparándose con un revólver. Pero estad seguros que, en el loco atentado contra Mussolini, no existe el más remoto significado político. Mi hermana no se interesó nunca por la política. En realidad, fue a Italia exclusivamente por el año santo. En el pasado, había estado interna en una casa de salud mental, aquí en Inglaterra, pero un tiempo después salió de ella. Fue entonces cuando partió para Italia, donde no existen leyes tan estrictas contra los enfermos mentales. Violet se rebelaba ante cada intento de establecer un tratamiento. Al ir a Italia, la excitación que le provocó el año santo le hizo empeorar de nuevo. Fue entonces cuando se retiró a un convento donde ha vivido hasta hace poco».
La Honorable Costanza Gibson ha añadido:
Ahora intentaremos trasladar a mi hermana fuera de Italia y llevarla a algún lugar donde pueda ser atendida de forma adecuada, recibir las más tiernas intenciones. La noticia de lo sucedido nos ha superado. Últimamente había recibido varias cartas de Violet y todo parecía normal. No teníamos el más mínimo indicio de que mi hermana estuviera psicológicamente alterada. Obviamente, algunos miembros de nuestra familia partirán para Roma a la mayor brevedad.
Un periódico se ha referido a última hora a otra circunstancia: el hecho de que la señora Gibson estuviera en posesión de un revólver no parece haber sorprendido mucho a sus allegados: sabían que sentía una gran pasión por portar armas de fuego.
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