Cinefórum CCLXXXIV: «El diablo»
Seguimos con directores polacos, pero pasamos del Kieślowski de Tres colores: Azul (Trois couleurs : Bleu, 1993) al Andrzej Żuławski de El diablo (Diabel, 1972), autores y películas que no podrían ser más distintos, en muchos sentidos, pese a tener una edad similar (ambos parte de la generación nacida durante la Segunda Guerra Mundial) y desarrollar una parte de su carrera como directores en Francia.
Żuławski pertenece a una dinastía intelectual polaca: su tío abuelo fue el filósofo y escritor Jerzy Żuławski (1874 – 1915), cuya trilogía de la Luna adaptaría el director en Sobre el globo de plata (Na srebrnym globie, 1988), mientras que su padre, Mirosław Żuławski (1913-1995), sería también poeta y diplomático. La posición de su padre como representante de Polonia en la UNESCO permitió al joven Andrzej vivir parte de su juventud en París, matriculándose en el Institut des hautes études cinématographiques (IDHEC) para estudiar cine y filosofía en la Sorbona. De vuelta a Polonia se convertiría en ayudante de dirección de Andrzej Wajda, con quién terminaría enfrentado por diversos motivos.
Al igual que su primer largometraje, La tercera parte de la noche (Trzecia część nocy, 1971), Żuławski utiliza como telón de fondo la historia de su país, aunque mezclada con elementos de horror. En la primera utiliza el trauma de la reciente guerra mundial y la experiencia de la misma de su propio padre; en El diablo, Żuławski se retrotrae a otro gran trauma nacional, las particiones. Este es un periodo convulso que se extendió entre 1793 y 1795 que llevó finalmente a la desaparición de Polonia como Estado independiente, con su territorio repartido y despedazado entre las potencias circundantes. Dicha situación se extendió durante los siguientes ciento veintitrés años.
Pero este contexto es utilizado por el director, que es también el guionista de la película, como metáfora de una situación mucho más reciente: la crisis política de Marzo de 1968. Fue esta significación política (aunque también se argumentó el exceso de violencia y desnudos de la cinta como un motivo) lo que posiblemente explique que esta película no tuviera un estreno oficial hasta 1988 (junto con la ya mencionada Sobre el globo de plata) y que, a partir de 1981, el director se estableciera casi definitivamente en Francia. En dicho país desarrollaría gran parte de su carrera posterior, incluyendo las colaboraciones con la que fue su pareja durante dieciséis años, Sophie Marceau, con quién rodaría películas como Amor alocado (L’amour braque, 1985) o La fidelidad (La fidélité, 2000). Resulta fascinante que, allí, el nombre del director se haya convertido en un adjetivo, Zulawskienne, describiendo la naturaleza extrema, excesiva incluso, de su personalísima carrera en el cine.
La historia de El diablo, hasta donde se puede seguir de forma lineal, relata las desventuras de un soldado polaco Jakub (Leszek Teleszyński) que ha sido encarcelado en un convento tras participar en un complot contra el rey. Al principio de la película (situado en enero de 1793, con las tropas prusianas ocupando el país) es liberado de su prisión por un siniestro personaje, un Extraño vestido de negro (Wojciech Pszoniak) y, junto con una monja del mismo convento (Małgorzata Braunek), se dirige de regreso a las tierras de su familia. También es el camino de reencuentro con los compañeros de su antigua vida: su familia, su prometida y los socios secretos en la fracasada conspiración. Pero ni Jakub ni el país están en sus cabales: la galería de personajes desquiciados se sucede y el protagonista, arrastrado por una especie de crisis epilépticas y las manipulaciones de el Extraño, va dejando un rastro de cadáveres y desgracias a su paso.
Las imágenes son brutales, la cámara se mueve constantemente, tiembla, y en ocasiones parece desorientada, perdida; la música, por su parte, utiliza a menudo instrumentos actuales como elementos disonantes. Los paisajes cubiertos de barro, de hojas o de nieve, las edificaciones refinadas o en estado de ruina, son retratadas como espacios casi irreales, como arrancados de otro plano de existencia.
Originalmente, Żuławski pretendía que la presencia del Diablo del título fuera más literal: en la versión literaria de la historia (publicada en 1969) la identidad del extraño vestido de negro era claramente la de una fuerza más decididamente demoníaca. Pero en la versión acabada de la película, todo, más allá del componente alucinatorio y alegórico de los acontecimientos, puede leerse en clave o escala humana; y se puede medir con ella cuan fácil es pasar del idealismo al crimen.
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