Cinefórum CCXXVIII: «Fanny y Alexander»
No duran mucho los días de vino y rosas: surgiendo de un sueño brumoso,
nuestro sendero aparece un instante; luego se cierra dentro de un sueño
Estas palabras del poeta Ernest Dowson, de las que Blake Edwards se sirvió para poner título a una de sus más memorables películas, Días de vino y rosas, bien podrían haber servido de inspiración también al gran Ingmar Bergman a la hora de concebir un guion como el de Fanny y Alexander, una historia a caballo entre el drama y el cuento, entre la realidad y la ensoñación, con la que el director sueco dibuja un compendio de sus pilares filosóficos y vitales.
Una remembranza idílica de una infancia elitista, despreocupada y amistosa, y el paso al mundo de los adultos, al recibir los primeros golpes de la vida, forman el eje de la historia de Alexander, alter ego de Bergman, y de Fanny, su silenciosa hermana. Sin embargo, el cineasta juega abiertamente con la forma y el fondo, proponiendo varios relatos y reflexiones superpuestas.
A pesar de suponer una mera tangencialidad en la historia principal, la figura de la abuela se muestra como la piedra angular de todo el tejido. La perspectiva viviente de la fugacidad existencial, así como su liderazgo familiar, la convierten en referencia; en principio y fin. Un referente sobre todo para Alexander, porque toda la película, y esta es una de las grandes virtudes de la cinta, está construida a través de la visión de un niño, con sus deformaciones y sus hipérboles, con sus brillos iridiscentes y sus sombras tormentosas. Con su inocencia y su maldad. Un relato en el que la realidad se torna onírica por momentos, como en esos recuerdos que todos albergamos y de los que no estamos seguros que sean totalmente veraces o, acaso, una reconstrucción propia. La familia, la muerte y la religión, aspectos tratados en toda la filmografía previa de Bergman, reaparecen aquí reunidos cual capas de una cebolla cuyo corazón es insondable.
Sin duda uno de los aspectos más destacables de la película a nivel técnico es la dirección artística. No en vano, esta fue acreditada con algunos de los variados galardones con que fue premiada la cinta. Todos los escenarios de la historia fueron cuidadosamente ideados, no podría ser de otro modo, pero resaltan indiscutiblemente la casa del rabino, inundada de marionetas y de una mágica atmósfera, y, sobre todo, la casa familiar. Una casa opulenta, voluptuosa, barroca incluso, sobredimensionada sin duda y llena de rincones y huecos donde un niño se puede esconder.
De todas formas, quizá el único refugio fiable sea el regazo de una abuela.
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