El 11 de diciembre de 1964, Sam Cooke era asesinado en extrañas circunstancias. Su cuerpo semidesnudo apareció con un tiro en el pecho, tirado en mitad del Hacienda Motel. Una bala había atravesado el corazón del Rey del soul que, con tan solo treinta y tres años, abdicaba del torrente de música que había contribuido a crear.
La directora del establecimiento, Bertha Franklin, declaró que había disparado a Cooke en defensa propia, cuando el músico se abalanzó contra ella para preguntarle por el paradero de una mujer. Inmediatamente, la opinión pública norteamericana quedó dividida entre quienes vieron el suceso como un nuevo episodio de la criminalidad relacionada con la población negra, aderezada en esta ocasión una pizca de las costumbres disolutas de una estrella de la música; y quienes entendieron la muerte de Cooke como una agresión racista que les privaba de un máximo referente cultural.
Mientras se desarrollaba la investigación policial y se preparaba el juicio que finalmente absolvería a la autora del disparo, la figura de Sam Cooke quedó definitivamente ligada a la lucha por los derechos civiles. A su funeral en Chicago, convertido en un acto reivindicativo, asistieron cientos de miles de personas. Se había creado el caldo de cultivo perfecto para que A Change Is Gonna Come, publicada póstumamente, se convirtiese en una canción simbólica para toda una generación.
EEUU no fue capaz de homenajear colectivamente a Sam Cooke hasta que la sociedad interiorizó los cambios políticos que el cantante de Clarksdale reivindicó en vida. Fue en la década de los ochenta cuando su figura comenzó a recibir el reconocimiento de las instituciones e ingresó en los principales salones de la fama de la música. Para entonces, era demasiado tarde para que los homenajes alcanzaran al mito.
Sin embargo, cuando la realidad no es suficiente, siempre queda la ficción. En 2005, el Presidente de los EEUU entregó, a título póstumo, la medalla nacional de las artes al Rey del blues. Fue en la sexta temporada de la exitosa El ala oeste de la casa blanca, en la que Martin Sheen dio vida durante dos legislaturas al primer Presidente norteamericano del siglo XXI. En realidad, el demócrata Jed Bartlet no es más (ni menos) que el reflejo de lo que el creador de la serie, el genial Aaron Sorkin, considera que debería representar el líder de la nación más poderosa del mundo. Persiguiendo ese ideal, Jed Bartlet decide rescatar en la recta final de su mandato la figura de Sam Cooke, y lo hace a través de las palabras de uno de sus más claros referentes, el mítico John Fitgerald Kennedy: «Una nación no se conoce tan solo por los hombres que engendra, sino también por los hombres a los que honra». Y para honrar a Sam Cooke había «insistido en acudir», desde la más estricta realidad, James Taylor. Otro tesoro nacional estadounidense que versionó A Change Is Gonna Come para poner título al capítulo y acercarnos otro poco hacia lo que debería haber sido.
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