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Milinko Pantic: el auténtico mirlo blanco (y rojo)

«El mirlo es una ave paseriforme (Turdus merula) de unos 25 cm de longitud; los machos son de color negro con el pico amarillo; las hembras son pardas. Su canto es un silbido melodioso, pudiendo también imitar sonidos y breves melodías».

Entre ellos puede darse un alteración en la pigmentación que mezcla el plumaje negro y el blanco y, en ocasiones rarísimas, los presenta completamente blancos. De ahí la expresión «un mirlo blanco» referido a alguien que acumula tal cantidad de cualidades y es tan raro de ver como uno de estos pájaros. Yo, de hecho, solo he visto uno en toda mi vida: Milinko Pantic.

A Pantic se lo inventó Radomir Antic cuando llegó a entrenar al Atlético de Madrid. Hasta entonces era un oscuro jugador yugoslavo formado en el Partizan de Belgrado, de paseo por la liga griega de principios de los noventa. Tenía veintinueve años, no lo conocía nadie, costó cuatro reales, jugó todos los partidos, marcó diez goles y ganó la Liga y la Copa en ese mismo año moviendo el mecano atlético con su pie derecho de cirujano. El mirlo blanco.

Pantic, fino 10, escuela yugoslava, poca pinta de futbolista, parecía jugar con las pulsaciones al mínimo pero era, en todos los sentidos, mucho más de lo que parecía. Hierático y preciso, la perfección de su golpeo convirtió al Atlético en un artista del balón parado donde cada córner y cada falta lateral entrañaban el mismo peligro que un mano a mano del delantero contra la soledad del portero. La grada se ponía boca abajo con aquellos centros y lanzamientos que se enroscaban, duros y secos, como no se habían visto ni defendido en España. Esto era en Madrid, en la temporada 1995-1996.

10 años antes, en Belgrado

Milinko Pantic, joven, con el pelo revuelto maradoniano, ligero como el pájaro que será, ficha por el Partizan de Belgrado, el equipo de la panyugoslavia, desde la liga juvenil, que disputaba como el FK Jedinstvo de Mali Zvornik. Había recibido llamadas de Hajduk e incluso del Estrella Roja, pero los Crno-beli eran el equipo de su vida. Era un mirlo blanquinegro. Tenía diecinueve años y todo para triunfar en un fútbol donde, todavía, bastaba el talento.

La dureza de la pretemporada de un equipo profesional le sorprende y su escaso físico se resiente al añadírsele el parón invernal y una segunda fase de preparación. Pantic era un 10 y lo tenía integrado hasta el tuétano. Y el 10 solo necesitaba balón, imaginación y un pie celestial. Pantic tenía dos de tres.

En el Partizan conoció a Radomir Antic. Defensa con ideas atacantes, había sido jugador del club durante casi toda la década de los setenta, ganando la Liga del 76, para salir luego hacia Europa vía Turquía. Paró en España durante dos temporadas, en el Zaragoza que más tarde entrenó, y se retiró en el Luton Town en 1984. Un año después era el segundo entrenador, asistiendo a Nenad Bjeković, de un club de formidable potencial. Él recomendó el fichaje de Pantic.

Desde primeros de los ochenta se venía congregando una generación de jóvenes promesas (que evocaban el fútbol alegre del gran Partizan de los sesenta) que ganaría una liga en 1983, pero que quedaría marcada por la muerte en accidente de coche de Dragan Mance en septiembre del 85. Mance, delantero purísimo, uno de los mayores talentos de la historia del país a decir de quienes lo vieron y contaron, era con veintidós años la estrella de momento. Sin él y con Zoran Dimitrijević, líder sobre el campo, fuera del equipo en el 85 y comenzando una cuesta abajo personal, el Partizan se renovaba con una nueva generación que le daría dos títulos más a finales de la década.

Pantic coincide con jugadores como Goran Stevanović, que estará dos años en el Osasuna; Vladimir Vermezović, con dos pasos mediocres por Sporting de Gijón y Salamanca; el delantero Zvonko Živković; el defensa Ljubomir Radanović; o Goran Bogdanović, que vestirá las camisetas de Mallorca y Español y del que será compañero de piso, mejor amigo y cuñado el futuro capitán de Eslovenia, Darko Milanič. Juntos lograron los títulos consecutivos de 1985-86 (donde Pantic aporta un par de goles postreros decisivos) y de 1986-87.

Pero la Federación Yugoslava no fue de la misma opinión que el fútbol y los desposeyó de modo fulminante. Acusaciones de compra de partidos desembocaron en la repetición de la última fecha, donde el Partizan había arrollando por 4-0 al Željezničar desequilibrando así el golaveraje respecto al Estrella Roja en su favor. Varios equipos, entre ellos el Partizan, se negaron a volver a jugar, por lo que a los partidos dados como perdidos se sumó una sanción de -6 puntos para el curso siguiente. Estrella Roja y Vardar figuraron brevemente como campeones hasta que a mediados de 1987 la mismísima Corte Constitucional anuló las sanciones. Los 4 goles y los -6 puntos regresaron, pero lo que nunca se pudo reparar fue la ausencia del Partizan en dos Copas de Europa consecutivas.

Las primera temporada Pantic es uno de los habituales; suele salir desde el banquillo y es capaz de desequilibrar partidos difíciles, pero al año siguiente el Partizan firma a Milko Gjurovski desde el Estrella Roja y al veterano delantero kosovar Fadil Vokrri, y empieza a perder sitio, a ser postergado en las rotaciones e incluso a jugar para los equipos inferiores. Resultaba que solo el talento no bastaba, hacía falta algo más. Además pierde a Antic, su mayor valedor, quien en 1988 y tras solo un año como primer entrenador, ficha por el Zaragoza; entonces ya intenta llevarse a Pantic con él, pero el mirlo no puede salir del país todavía: no ha cumplido veintiocho años.

Ya es 1991, el Partizan encarga otra hornada de jugadores donde está Predrag Mijatović, el Toro Spasic, el españolista Branko Brnović o el sensacional Slaviša Jokanović; todo ello bajo el manto de un Estrella Roja del genial Robert Prosinečki que será campeón de Europa en ese mismo año. Acaba por ser cedido al Olimpija Ljubljana, donde juega poco y se lesiona mucho. Perdió un año en el servicio militar y ahora ha perdido otro. Y los años no vuelven. Regresa a Belgrado pero allí ya no es futbolista sino solo un tipo que se pone una camiseta de rayas negras debajo de un chándal. En una entrevista de 2015 en el diario Danas, Pantic señala un breve paso por Turquía, pero en ningún lugar figura qué equipo pudo haberlo probado. En cualquier caso, tampoco funciona. Del pozo lo sacará Moca Vukotić, un exentrenador y veterano del Partizan, como Radomir Antic, que había emigrado a Grecia como técnico (al Panionios). 

4 años antes, en Nueva Esmirna

Momčilo Moca Vukotić había sido un 10 liviano y talentoso, como Pantic, que había tenido una fructífera prórroga tras regresar del Girondins de Burdeos, levantando otro título con el Partizan en el 83. Su mejor época había tenido lugar durante la década anterior, con las ligas del 76 y el 78 y su participación como único representante blanquinegro en la Eurocopa del 76, cuya fase final (con solo cuatro participantes: Yugoslavia, Checoslovaquia, -campeona en la legendaria ronda de penaltis de Antonin Paneka-, Holanda y Alemania Federal, la otra finalista) se jugó entre Zagreb y Belgrado. Tenía buen gusto y memoria, y se acordó de Pantic para el pequeño y confortable Panionios, quien en el fútbol griego del inicio de los noventa aún podía hacerse valer solo con el talento.

En Panionios, un equipo de mitad de la tabla en una liga de mitad de la tabla en un suburbio de Atenas, pasó casi cuatro temporadas. Allí no había problemas para un jugador como él. Era un fútbol de retiro, de apartamento en la costa; un fútbol de vacaciones de verano todo el año. Pantic no tenía que hacer otra cosa que jugar. Nadie la pedía más que un algo bueno los domingos, algo que endulzase la semana. Jugó ligero, más que nunca como él mismo reconoce, mientras Yugoslavia comenzaba a caerse a pedazos.

La liga griega había pasado buenas temporadas con la competitividad entre Panathinaikos, que incluso había jugado una final de la Copa de Europa en el 71 contra el tremendo Ajax total y el Olimpiakos, pero desde mediados de los ochenta había descendido su potencial y permitido que el AEK se colocase como alternativa. Un poco antes, incluso el PAOK Salónica y el muy modesto AE Larisa habían rascado un par de ligas en el 85 y el 88 respectivamente. Pero el Panionios tampoco aspiraba a eso. Está en problemas sociales y económicos y los estará durante buena parte de los noventa. En el 92 se traslada desde Atenas a Nueva Esmirna y desciende de categoría. Un equipo extraño, un histórico desplazado que se fundó en una ciudad que ya no pertenece a Grecia y que no lo olvida.

Pantic llega junto a otro ex Partizan, Vermezović, quien ha rebotado desde España. Se quedará hasta el 95. En el 93 llega el trotamundos Nebojša Krupniković, otro serbio, este ex-Estrella Roja. La del 91 es la última temporada de Thomas Mavros, un delantero formado en club que fue uno de los grandes atacantes griegos de los ochenta y que ha regresado desde el AEK unos años antes, y una de las primeras de Takis Fyssas, un defensor joven y duro que en el 98 ganará la segunda Copa de Grecia de la historia del club. Dos representantes de una entidad con tradición en la formación de futbolistas. Ese primer año el equipo desciende a segunda, pero asciende a la siguiente y se estabiliza cosido a los goles de Pantic y su juego veloz. Desde entonces transita la liga griega siendo el mejor jugador del campeonato sin esfuerzo.

Parte desde el interior derecho hacia el centro e invade el área a toda velocidad imponiendo un dribling demoledor y un toque sublime. Se parece un poco a Bochini y otro poco a Iniesta, pero juega perdido en el mundo, sin mayores ambiciones. El Olimpiakos lo ronda varías veces pero nada se concreta. Pantic tampoco hace el esfuerzo. No se muestra fuera, no busca, está cómodo y es feliz porque cada partido juega y cada partido es el mejor.

Después de la 94-95, donde anotó 17 goles y regaló más de 20, llegó la llamada. Radomir Antic quemaba entonces sus últimos fuegos en un Real Oviedo al cual había llevado a tres ex yugoslavos: Jokanović, el fino líbero Nikola Jerkan, y un Prosinečki sombra de la sombra de sí mismo. Con la oferta del Atlético de Madrid delante y el extraño fichaje de ruso Viktor Onopko de por medio (mientras el Oviedo pujaba por firmarlo, Antic torpedeaba con la idea de llevárselo al Atlético), retomó el contacto con su viejo pupilo.

Después de unos años sin contacto, Antic llama a Pantic a Nueva Esmirna, le dice que cómo se encuentra, que qué tal está jugando y que le mande unos vídeos porque si todo sale bien puede acabar en España. A Pantic le tiemblan las piernas.

Va a cumplir veintinueve años, es el segundo en el club tras el presidente que le ha ofrecido renovar y el futuro entrenador, el legendario jugador y míster del Steaua de Bucarest Emeric Jenei, ganador de la Copa de Europa del 86, ya ha hablado con él. Y se está cómodo en Grecia; y no hay presión en Panionios; pero se es menos futbolista aquí; pero lo otro es España; y tienes veintinueve años; y esta va a ser la última. Pantic le pide a un amigo periodista que le haga unos vídeos y se los envía a Radomir Antic por correo. Otra llamada: «No firmes nada. Voy a entrenar al Atlético de Madrid».

Ahora, Madrid

Problemas. Jesús Gil, volcán humano, cacique rojiblanco, no quiere saber de ti porque no sabe quién eres. Antic te pelea, pero el Atlético es un crematorio de entrenadores. Entonces era raro salir de la liga griega. Ni los ojeadores buscaban, ni los jugadores querían salir. Un año después será Vasilis Tsartas, finísimo interior zurdo del AEK, quien emigrará a Sevilla y, muy poco a poco, Grecia se convertirá en mercado. De momento, 60 millones de pesetas sirven. Los preparadores físicos del Atlético se quedan de piedra cuando te ven. No se creen que seas un futbolista profesional. Pero eso a Antic le da igual; él no quiere tus piernas, quiere tu cerebro y ese pie derecho de asesino a distancia. Te ha propuesto un pacto fáustico y tú lo has aceptado: dame diez años en solo uno.

En el primer partido de liga que juegas le marcas un gol de falta a la Real Sociedad. Igualas un 0-1 y el partido termina 4-1. Hola España, soy Milinko Pantic y voy a sembrar el terror. El que sabe centrarla en segunda sabe en primera; el que sabe tirar faltas en Grecia, sabe en España. Tú sabes todo eso y encima tienes un fútbol secreto que pensaste que no ibas a poder jugar nunca. Estás compitiendo y todo es distinto. Tienes alrededor un equipo joven que te mira todo el tiempo. Tienes un entrenador que cree en ti y te mira todo el tiempo y dentro de poco vas a tener una grada que te adorará y mirará todo el tiempo. El Atlético va a pasar de jugar por mantenerse a jugar por todo. Te vas a quemar, pero va a merecer la pena.

A Radomir Antic lo habían fulminado del Real Madrid en la 91-92 cuando tenía al equipo cómodamente líder. No gustaba, no jugaba de acuerdo a los estándares blancos. Fue sustituido por un retornado Leo Beenhakker, el entrenador del Madrid de la Quinta, y terminó perdiendo el título contra el Barcelona de Cruyff en la primera liga de Tenerife. A Radomir aquello se le quedó dentro. En el Atlético ve lo que nadie más ve. Lo mismo que en ti: una oportunidad. Así que recoge los restos del último desastre de Gil, el que empezó en Pacho Maturana y terminó Sánchez Aguiar con estaciones intermedias en D’Alessandro y el Coco Basile. Cuatro entrenadores estaban en la media del Gilato tras la última época de Luis Aragonés, la de la Copa del Rey contra el Real Madrid del 92. En total trece (D’Alessandro dos veces) habían precedido a Radomir Antic, quien aguantará tres seguidas antes del regreso a la vorágine y a Luis.

Del equipo que se armó para Maturana reciclará a Geli, un lateral largo y abnegado que había pasado por el Barça B y Tercera; los jugadores de casa López, Solozábal, olímpicos en el Oro del 92 y Toni, defensas los tres; el veterano Vizcaíno a quien Antic había tenido ya en Zaragoza y por quien Pantic sentirá devoción debido al tremendo trabajo de este como guardaespaldas profesional y valiente llegador; Simeone, un volante argentino feroz que había pasado por el Pisa y forjado en el Sevilla entre Bilardo y Luis; Kiko, delantero indefinido del loco Cádiz de las salvaciones en el último partido y Caminero, un descubrimiento de Maturana en el Valladolid, de posición indefinida sobre el campo, que venía de un Mundial tremendo en Estados Unidos y a quien Antic convertirá en el corazón del equipo.

El dinero para fichajes es escaso, así que Antic se queda sin Onopko, que se va al Oviedo y sin Jokanovic, a quien pretendía traer desde ese mismo equipo y que termina en el Tenerife de Jupp Heynckes, que será una de las revelaciones de la Liga, quintos por encima del Real Madrid, con un Pizzi marcando 31 goles para ser Bota de Oro. Pantic, exiliado en Grecia, olvidado por el fútbol, entra en el patrón de los fichajes que Antic ingenia. Al Espanyol le escamotea a Roberto, otro medio llegador; del Albacete salvado en la promoción de la Segunda no logra traerse a Morientes, que prefiere al Zaragoza, pero rescata a un joven central con buen pie, Santi, y a un portero gélido y todavía con mejor pie: Molina. Grande como Iribar pero con un manejo de balón como Van der Saar, parece al tiempo el último de los porteros antiguos y el primero de los modernos. En el Atlético ejerce tanto de líbero como de guardameta y la defensa adelantada hasta casi la línea de centrocampistas no se entiende sin su tranquilidad. Es la base del sistema de Antic para el Atlético. El primer pase, el primer achique.

Con Kiko hace algo similar. De vivir en la oscuridad desde su llegada, pasa a transmutar en una suerte de organizador que juega de 9. Su prodigioso juego de espaldas y la dulzura de su último paso y su juego en corto son claves en el demoledor despliegue de llegadores del Atlético, donde las aportaciones goleadoras ya no se concentran en uno o dos jugadores, sino que son la suma de hasta una docena de futbolistas a los cual Antic hace ocupar distintas demarcaciones. Perfecto ejemplo es Juanma López, uno de los ídolos de la grada, a quien Antic usa indistintamente como lateral, central e incluso interior ocasional.

Lubo Penev será el complemento de Kiko. Un panzer clásico de carácter endiablado que había salido libre de Valencia tras un cáncer de testículos (que le había impedido jugar el Mundial del 94) y pelearse con Paco Roig, otro de los infames presidentes del fútbol español de la época a quien en un partido copero del 96 pondría la cara de luto. Era un fichaje de riesgo pero, de nuevo, Antic ponía la confianza como garantía. 19 goles. Como refresco, Leo Biagini, promesa del Newell’s que sería espléndido jugador número 12.

El Real Madrid y el Barcelona andan en periodos melancólicos y esa conjunción astral no se puede desperdiciar. A Valdano lo sucede Del Bosque y a este Arsenio Iglesias, que nunca debió aceptar. Entre guerras intestinas, jugadores de vuelta y jugadores que se van a marchar, el Real Madrid se desangra en blanco. En el Barcelona, Cruyff anda melancólico armando su siguiente equipo. Él nunca ha tenido prisa y siempre le ha gustado dar vueltas y probar de todo, pero el palco no es de la misma opinión y lo terminará fulminando con Quinta del Mini incluida. Jugadores que ya ha firmado como Figo, Popescu y Abelardo, o apalabrado como Luis Enrique, serán básicos en los siguientes tres años de triunfos. Ahora parecen solo un boceto pero no se apean del segundo puesto hasta casi el final, cuando el Valencia se les tiré a la yugular.

El Espanyol va a dar guerra también durante un buen trecho del campeonato con sus puntas venenosos, Lardín y Benitez, escoltando el cuerpo de boxeador de Urzaiz y su defensa elegante. Es un equipo ágil y alegre, que se estira fácil y toca rápido. Los ganáis las dos veces. Pero eso es luego, ahora el peligro es el Valencia. El Valencia de Luis y Mijatovic, otro Grobari. Es uno de los equipos asesinos clásicos de Luis; un animal de contragolpe sostenido por la parsimonia de Mazinho en el medio y acabado por un Mijatovic que ataca desde lejos, a la carrera y el espacio. Luis mezcla perros viejos como Zubizarreta, Patxi Ferreira, Camarasa o el estupendo Fernando que termina con 10 goles desde la segunda línea, con jóvenes como el dinámico José Ignacio que se ha traído del Logroñés, Romero, un lateral larguísimo que hará fortuna en el Deportivo o el multiusos Gaizka Mendieta, todavía lejos de su eclosión como jugador superlativo.

Y además la carrera va a ser larga, con fechas extras por el disparate de los veintidós equipos que este año comienza. Pierdes los dos derbis contra el Real Madrid y en el fondo de la boca se te queda un amargor indefinible que ni el vapulear 3-1 y 1-3 te lo va a quitar. El Barça se te da bien y en la Copa se te dará mejor. En la semifinales vais a dejar al Valencia a un palmo con una ida apoteósica que se cerrará 3-5, donde Penev fallará un penalti, empezaréis perdiendo 2-0 y donde tú marcarás dos goles para empatar, el segundo una falta que deja tu nombre escrito en la escuadra. Y en la final, en la agonía de una prórroga que nunca habías jugado en toda tu carrera, Geli correrá y centrará como extremo desesperado y tú, Milinko Pantic, que tampoco has metido un gol de cabeza en tu vida, aparecerás entre dos defensas para levantar la Copa con la mismísima frente.

Jugáis con confianza, con un sistema dúctil e ingenioso que saca partido de todo lo que tenéis. Jugadores valientes, gente sacrificada y dos o tres talentos de los verdad. Antic ha parido toda una serie de jugadas de estrategia que aniquilan a un equipo tras otro y tú estás en todas ellas. Nadie sabe cómo pararos porque no se puede. Los defensas tiemblan y los porteros sudan cuando la pelota se queda quieta y mandas tú porque saben que ella hace todo lo que le dices.

En la liga cogéis el primer puesto en la segunda jornada y solo resbaláis dos veces para cedérselo al Espanyol primero y al Barça después. El Valencia, agazapado, viene de lejos. Ellos y el Sevilla se os atragantan, como si Luis fuese en contraceptivo de vuestra defensa en el centro del campo. Feo y crudo, el Sevilla vive de los restos de la última estancia de Luis Aragonés, que los dejó en UEFA. Conservan los dientes en la defensa y a Suker en la delantera, a quien se le cae la clase por todos ladoos. Con eso basta para rascaros un empate y ganaros casi al final de la segunda vuelta.

Descabalgáis al Barcelona en el Camp Nou, en el mejor partido de Caminero de todos los tiempos, ese donde pone a Nadal al borde del hospital con una finta y prácticamente firmáis el despido de Cruyff, a quien Rexach sustituye faltando dos jornadas; pero el Valencia os sacude en el Calderón la fecha siguiente con un 2-3 que no os esperáis con solo cuatro partidos por delante. Solo cedéis un empate contra el Tenerife. Los dos puntos de ventaja sirven. Ganáis al Albacete. Sello a la Liga en casa. Diez años en uno solo. Cumples: Liga, Copa, goles y fútbol.

Madrid, un año (y otro) después.

Las dos siguientes temporadas serán muy distintas. El ritmo del dinero de los grandes le pasa al Atlético artesanal por encima. La Champions de la 96-97 es un cementerio de piernas e ilusiones y la 97-98 la antesala del delirio. En dos años el equipo queda desfigurado. El emergente Deportivo de la Coruña, que en breve encontrará un orden en Irureta, y el Betis de Serra Ferrer primero y el estupendo Athletic de Bilbao de Luis Fernández y la Real de Bern Krauss después, empujan al Atlético hacia abajo en la clasificación. Al Real Madrid las ideas claras le duran un año, pero es un año tiránico donde con un fútbol marcial y casi 60 goles entre sus tres atacantes, Raúl, Mijatovic fichado entre polémica del Valencia y Suker, se pega hasta más allá de los 90 puntos contra Ronaldo vestido con la camiseta del Barcelona.

A unos los entrena el sargento con más hierro del mercado, Fabio Capello, quien en el 94 había triturado en Atenas el sueño cruyffista. Al Barcelona un inglés, viejo y entrañable, que simula no enterarse de nada pero es un auténtico zorro con una plantilla criminal a su disposición y un fenómeno. El suelo tiembla cuando corre y el fútbol no será lo mismo después suyo. El gol como línea recta. George Weah, elegante y potente, había anunciado el cambio en la guardia de los delanteros, pero Ronaldo fue un salto evolutivo: amenazaba desde cualquier lugar del campo, atropellaba, fintaba, paraba y arrancaba, pisaba y definía; 70 metros o una baldosa para él, lo mismo.

El Barcelona está todavía por definir. Entre jugadores que llegan y jugadores que se van, entre los que se adaptan y los que no se adaptarán, y con Robson, que no tiene nada que ver con la escuela holandesa. Pero el cimiento es bueno y cuando Louis Van Gaal, ortodoxia holandesa, lo recoja y añada el aglutinate que se trae del Ajax, añadirá dos Lligas y una Copa a la Copa y Recopa de Ronaldo, quien ya vuela hacia el Inter y hacia un martirio de rodillas rotas.

El Atlético no tendrá nada que hacer, ni siquiera cuando tras la fuga de Capello, de vuelta al Milán en rojo y negro, el Real Madrid indescifrable se descalabre en la liga al tiempo que gana su séptima Copa de Europa con su nuevo entrenador, Jupp Heynckes, in articulo mortis.

Pantic, que si nunca había disputado una prórroga menos había tenido que competir en tres frentes simultáneos, sufre. Le quedan los restos: la cabeza y la mira telescópica, pero se pierde demasiados partidos y es sustituido en prácticamente la mitad de los que juega. Al año siguiente apenas será ya titular.

Penev había salido rumbo a Compostela para completar el tránsito por las presidencias demenciales con José María Caneda, en un equipo muy bien dirigido por Fernando Vázquez que se movía al ritmo de Fabiano, un interior brasileño exquisito que encontró en aquella singularidad de mediados de los noventa su perfecto ecosistema. Para sustituir al búlgaro, Antic se fijó en el banquillo del Real Madrid en Juan Eduardo Esnaider; un argentino con cara de galán de cine y ojos de asesino por contrato. De carácter endiablado, duró otra temporada saldada con una monumental bronca tras ser cambiado en la vuelta de los cuartos de Champions contra el Ajax. En la 97-98, otro delantero de un solo año y otro temperamento inescrutable: Christian Vieri. Ajeno a todo, firma 24 goles en 24 partidos, algunos antológicos como aquel desde la línea de fondo contra el PAOK en la UEFA.

Antic sigue buscando su siguiente mirlo blanco. Se trae a Prodan, un fino defensa rumano titular en la fantástica selección del Mundial USA y a Radek Bejbl, el pulmón de otra selección, la de la República Checa que se presenta finalista en la Euro de Inglaterra del 96, donde cae frente a Alemania con un gol de Oro de Oliver Bierhoff. Pavel Nedvěd, el auténtico crack de aquel equipo, se va al Lazio desde el Sparta de Praga, un estupendo equipo bicampeón donde formaba junto a Jan Koller.

Mejores elecciones ambos. Bejbl posterga a Vizcaíno y el Atlético se destensa. La delantera, Caminero incluido, produce goles a igual o mejor ritmo, pero a Simeone y a Pantic les cuesta más llegar. El equipo se ha alargado. Solozábal, la cabeza fría de la defensa, tiene problemas y no logra continuidad. En la 97-98 saldrá camino del Betis de Luis y lo sustituirá Andrei, un central brasileño rígido y durísimo. Otro año y al Betis de Lopera, que lo cede, vende y revende a Brasil en una sería de operaciones rocambolescas.

El Atlético vuelve a quemar. Pantic se descontextualiza y la idea del juego colectivo se diluye. Las competiciones de eliminatoria son el enganche para la temporada 96-97, pero las dos, la Copa y esa Champions que tanto desgasta, que tanto distrae, se derrumba a la misma altura: cuartos de final. Las dos son eliminatorias memorables, regresos al malditismo Atlético, a esa mítica del perdedor tan peligrosa, tan embaucadora. Pantic hace sendas competiciones sensacionales, exprimiendo lo que le queda en partidos urgentes, a corto plazo.

El Atlético viaja al Camp Nou con un 2-2, necesitado de vértigo y goles. En liga ya han quedado 3-3 y 2-5, ampliando así el ciclo de enfrentamientos deslumbrantes de estos años. Con Van Gaal en el estadio, observando tanto a su siguiente rival como a su próximo equipo, se orquesta la tragedia que es parte de la historia del Atlético. Pantic marca cuatro goles como cuatro brindis al sol frente a los 5 del Barcelona que juega poco pero corre en tromba. 0-3 llegó a estar el marcador cuando el Atlético se convirtió 45 minutos en el del curso anterior. Luego, regresó al fatalismo.

Algo similar sucedió en el Calderón contra el Ajax. Otro jugar como ayer para perder como hoy. Otra vez Pantic en la impotencia. El Ajax había sido el mejor equipo de Europa en el cambio de quinquenio. Le había ganado una Copa de Europa al Milan y había perdido otra contra la Juventus en los penaltis (este año la Juve los iba a eliminar en semis) funcionando como un perfecto ensamblaje de pequeñas piezas fabricadas de encargo que Van Gaal iba sustituyendo hasta que los equipos italianos y españoles los desmontaron al completo.

El de la 96-97 era todavía de buena fabricación, pero lejos de la precisión maníaca de los dos años anteriores, incluida una presentación en el Bernabéu donde el 0-2 no representa la perfección y superioridad del juego. Con un 1-1 en Holanda, la oportunidad era buena. Con 1-0 en casa, mejor. De Boer respondió a Kiko y todo quedó para la prórroga. Dani, un portugués con aspecto de modelo y fama desproporcionada, marcó un gol para la posteridad de los que obliga a dos para ganar. Pantic, otra vez, empujó con el empate pero ya en la muerte del partido, Babangida, uno de aquellos nigerianos de la estupenda selección Olímpica del 96, terminó con todo.

Aquel gol fue como si taparan la grieta que al Atlético había conseguido hacer en la realidad del fútbol español. Su pequeño espacio, empastado durante un par de años, volvió a ser levantado por el Deportivo y el Valencia a principios de los 2000, antes del apabullante ciclo barcelonista, que ha convertido incluso los títulos del Real Madrid en excepciones. El Atlético, ahora con Simeone como entrenador, revalidando identidades y desterrando fatalismos, volverá a ganar la Liga. Han pasado diez años de su anterior título; pasarían dieciocho y una Segunda División para el siguiente. Las derrotas de la 96-96 también significaron retomar la locura.

Gil decidió gastar (lo que no tenía) y además fichar a Vieri desde la Juve subcampeona de Europa contra el Borussia Dortmund, y traerse a Andrei de Brasil; se hace con Lardín y dilapida unos cuantos millones en Juninho, un vertiginoso mediapunta brasileño que juega en el Middlesbrough a quien Michel Salgado dejará tieso con una entrada de cárcel durante un partido contra el Celta. Para traerlos se vende a Solozábal y a Simeone, quien en mitad de un ambiente enrarecido por la prensa encanallada (o por cruces sentimentales) se va al Inter y luego al Lazio, donde ganará otra liga histórica.

El excelente rendimiento de Juninho hasta que Salgado le rompió la pierna y su propio desgaste llevan a Pantic al banquillo. Ocho partidos como titular y solo 3 goles. Todo se acaba, pero este equipo se ha acabado demasiado rápido. El Atlético cae muy pronto en la Copa contra el Zaragoza, pero está vadeando la Liga con dignidad (solo se descolgará en la últimas fechas) y realizando una UEFA de mérito que le lleva hasta una semifinal contra el Lazio que dirige Sven-Göran Eriksson y donde junto a Nedvěd o Nesta juegan un par de yugoslavos de la diáspora: el serbio Vladimir Jugović, que al año siguiente pasará por el Atlético camino del Inter y el croata Alen Bokšić, un delantero técnico de hielo. Con la vuelta en Roma y un 0-1 en contra, Gil suelta a la bestia y firma a Arrigo Sacchi con Antic todavía en el puesto.

La prensa lo destapa, el presidente se enzarza, Antic resopla y el Atlético es eliminado con un italianísimo 0-0. Como remate tragicómico, Radomir regresará al final de la campaña siguiente, echado ya un Sacchi quien, a todas luces, había caducado como entrenador, para volver a perder las semis de la UEFA contra otro equipo italiano con dinero a espuertas, el Parma de Dino Baggio, Stanic, Asprilla o Verón o Crespo, que culminaría como campeón. Otra historia. Pantic estaba entonces en Francia, pensándoselo.

Entre Le Havre y Nueva Smirna, tres años (y pico) después.

Pantic está acabado. O más bien tiene esa conciencia del futbolista que se sabe acabado pero su orgullo no le permite aceptarlo. El Racing de Santander lo ofrece un contrato sólido, incluso mejor pagado que el del Atleti, donde nunca estuvo entre las fichas altas. Dos años más tarde, el Racing descendía a Segunda. Su esposa quería quedarse en España, pero el jugador había arraigado en el Atlético de Madrid de otra manera. Siempre blanquinegro, se había vuelto rojiblanco. La deuda con el club, un profundo sentido de agradecimiento, le impedía ponerse otra camiseta en España. En Grecia ya le había sucedido lo mismo y cuando regrese, de hecho, lo hará al Panionios.

Es Milan Calasán, otro viejo amigo de la ex-Yugoslavia quien le ofrece una alternativa. Calasán, futbolista en los setenta y ochenta, había pasado primero por el Olimpija Ljubljana y el Dinamo Zagreb, para hacer luego carrera en la liga francesa. Después de retirarse se convirtió en agente, trabajando en especial con jugadores balcánicos (él colocó a Nikola Žigić en el Racing de Santander en 2006) y fue el primer representante que Pantic tuvo en su carrera a la edad de treinta y tres años. Los contactos en Francia de Calasán facilitan el pase al Le Havre, un equipo histórico pero menor cuyas modestas ambiciones parecen ir en consonancia con la fase crepuscular de la carrera de Pantic. Deja 200 millones de pesetas en el Atlético de Madrid; mucho más de lo que costó, mucho menos de lo que llegó a valer.

El curso anterior habían quedado décimos, su mejor clasificación en años, bajo la dirección de Denis Troch, quien había sido mano derecha de Artur Jorge durante su época en el PSG. Artur Jorge, uno de los mejores entrenadores de la segunda mitad de los ochenta y primera de los noventa, había hecho Campeón de Europa al Oporto en el 86 y a principios de la década siguiente, apoyado en futbolistas como Raí, Weah o David Ginola, convirtió al PSG en uno de los equipos de moda.

Pero cuando llegó Pantic, Troch ya no estaba. Tampoco la estrella del equipo, cuyo vacío debía de llenar. Vikash Dhorasoo es de origen indio, fruto de una peculiar mezcla de etnias milenarias, pero nació en Le Havre y se formó en el club. Interior hábil y laborioso fue clave en la progresión del equipo y en 1998 acaba de ser vendido a un Olympique Lyonnais que comienza a conformar el proyecto que tiranizará la liga francesa siete temporadas seguidas desde 2001.

La afición no entiende cómo se puede cambiar a un futbolista emergente por uno en retirada y además pocos son los que saben de Pantic, todavía a día de hoy un jugador semidesconocido en la propia Serbia. En Le Havre coincide con un par de delanteros miembros de la diáspora, el montenegrino Miladin Bečanović y el joven (veinte años) bosnio Adnan Čustović, quien acabará por jugar bastante en Bélgica. En defensa una exportación griega, el notable Marinos Ouzounidis, un central del Panathinaikos contra quien Pantic había jugado en su día y que formaba en el equipo que jugó las semifinales de la Champions contra el Ajax en la 95-96.

Pantic firma por tres años. Después de la primera temporada, se marcha. El equipo desciende al curso siguiente. Está frío en Le Havre. Llueve y hay cemento y barcos y reconversión. Vuelta al refugio de Nueva Esmirna, al fútbol de vacaciones y apartamento de verano.

La liga griega que reencuentra es muy diferente. También el Panionios. Grecia se ha convertido poco a poco en una competición trampolín. Los equipos participan y compiten en Europa con asiduidad y los clubes miran y buscan constantemente. La competición se ha endurecido porque los jugadores saben que los transfers se mueven constantemente. En cuatro años la selección griega le pegara una sacudida a la foto de este deporte: arrugará la realidad con su fútbol feo y honrado y levantará la Eurocopa de Portugal. Once de los campeones juegan fuera de Grecia, entre ellos Fyssas, por entonces en el Benfica. En el 98 el Panionios había ganado la Copa y en el 99 pisado los cuartos de final de la Recopa, donde fue tumbado por el Lazio, a su vez ganador del título frente al Mallorca de Héctor Cúper.

De repente todo se mueve demasiado rápido para el viejo Pantic, y el talento ya no es suficiente ni en Grecia. Nadie la espera en Panionios para que se pasee. El equipo está de nuevo en problemas económicos y hace falta sostenerse en el campo. Llegan fichajes. Montones. Jugadores de todas las nacionalidades intercambiados por otros iguales a ellos al año siguiente. Es el mundo después de Bosman. Brasileños, ucranianos, serbios, galeses, alemanes… restos de serie, descartes, recortes. Entre ellos un par de antiguas promesas españolas, Maqueda, que salió de la cantera del Madrid para diluirse y Thomas Christiansen, un delantero medio danés martirizado por las lesiones que cuando nadie se lo espera ya va a tener dos temporadas formidables en el VfL Bochum llegando a ser máximo goleador de la Bundesliga.

Los entrenadores se suceden a velocidad vertiginosa. Entre el 99 y el 2001 ves pasar no menos de media docena. Ya no disfrutas, ya no veraneas. Te piden que juegues de mediocentro y te niegas: O 10 o nada. Será nada. Pero hoy, cuentas, te arrepientes y piensas que esa podía haber sido una solución para ti. No en el Panionios, no, sino mucho antes. Usar la cabeza, usar el pie telescópico, usar el centro del campo y sus recursos. Pirlo lo hizo y tú bien pudiste haberlo hecho antes. Otra historia, otra vida.

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2 comentarios

    1. Fue laborioso hacerlo, pero agradecido por como una cosas llevaba a la otra. Tan intrincado que uno no podía parra de, precisamente, recordar.

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