Rosario Weiss Zorrilla: una artista a la sombra de Goya
La lechera de Burdeos (1827) es uno de los cuadros más famosos de Francisco de Goya. Representa a una mujer sentada sobre un animal, asno o mula probablemente. De ahí que los estudiosos pensasen que el pintor aragonés quería representar a una vendedora o repartidora de leche. Cronológicamente, el cuadro se pintó durante su exilio en Burdeos, tan solo un año antes de su muerte en 1828. Y al contrario que sus pinturas negras, esta destaca por una vuelta al color y por el uso de pinceladas breves y yuxtapuestas, las cuales caracterizarían al movimiento impresionista de mediados del XIX. Esto, unido a otros detalles técnicos, ha llevado a los especialistas (entre los que destacan Juliet Wilson Bareau y Manuela Mena, dos grandes expertas del pintor a nivel mundial) a aventurar que probablemente fuese Rosario Weiss Zorrilla, y no Goya, la verdadera autora de La lechera de Burdeos.
Nacida el dos de octubre de 1814, Rosario Weiss Zorrilla era hija de Leocadia Zorrilla, el ama de llaves que convivió con Francisco de Goya durante el último tramo de su vida, primero en La Quinta del Sordo de Madrid y después en Burdeos, donde el pintor se había trasladado huyendo del absolutismo de Fernando VII. Con tan solo siete años, Rosario aprendió a dibujar junto a él cuando todavía vivían en la capital, pero fue ya en la ciudad francesa en el momento en que este la puso como alumna de Vernet, un fabricante de papeles pintados, a la temprana edad de once años. Goya no dudaba en escribir a sus contactos en España para promocionar el talento de Weiss. En una carta fechada el veintiocho de noviembre de 1824, y dirigida al banquero Joaquín María Ferrer, le contaba que: «Esta célebre criatura quiere aprender a pintar en miniatura, y yo también quiero, por ser el fenómeno tal vez mayor que habrá en el mundo de su edad para hacer lo que hace (…) quisiera yo enviarla a París por algún tiempo pero quisiera que usted la tuviera como si fuera hija mía ofreciéndole a usted la recompensa ya con mis obras o con mis haberes». Al no recibir respuesta del banquero español, Goya tomó la decisión de poner a Rosario en manos del pintor francés Antoine Lacour, a pesar de que su estilo artístico no satisfacía lo suficiente al pintor aragonés. La formación francesa contribuyó a moderar la expresividad de los primeros pasos pictóricos de la joven junto al maestro de Fuendetodos, conduciéndolos hacia un trazo más fino, preciso y limpio.
A la muerte de Francisco de Goya el diecisiete de abril de 1828 y tras un traumático desahucio ejecutado por Manuel, hijo legítimo del pintor, Rosario y su madre regresaron a España en junio de 1833 con la amnistía que se ordenó para los delitos contra Fernando VII. Ya instaladas en Madrid, madre e hija se salvaron de la mendicidad gracias al trabajo que Rosario desempeñó en el Museo del Prado. En él, copió cuadros de autores tan importantes como Esteban Murillo o Vicente López entre otros muchos. Agotadas sus posibilidades en la famosa pinacoteca, continuó su labor en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, copiando obras por encargo de particulares al mismo tiempo que participaba en las exposiciones organizadas por el Liceo Artístico y Literario. Rosario adaptó su estilo pictórico francés al neogótico hispano, retratando a lápiz a representantes de la burguesía o del mundo artístico de su momento. También se atrevió con paisajes idealizados, ruinas, lagos o apuntes de plantas y árboles. Durante ese tiempo, también se dedicó a perfeccionar la técnica que más dominaba y entusiasmaba, la litografía. Pero el momento de mayor prestigio se produjo cuando en junio de 1840 fue aceptada como académica de mérito en la Academia de San Fernando, y nombrada en 1842 maestra de dibujo de las dos infantas (la futura Isabel II y Luisa Fernanda) gracias a los contactos de su hermano, Guillermo Weiss, entre los liberales y los amigos de Goya en Madrid. Un trabajo que poco le duró, pues el treinta y uno de julio de 1843 falleció de una enfermedad intestinal a la joven edad de veintinueve años.
Tras su muerte y en parte debido al desconocimiento, su obra ha sido generalmente atribuida a otros autores de la época o al propio Francisco de Goya, lo que ha contribuido a que su producción pictórica pasase desapercibida durante años. A eso no ayudó el hecho de que algunos historiadores señalaran a Leocadia, la madre de Rosario, como la última amante del pintor aragonés y a la propia pintora como su posible hija ilegítima. Cierto o no, lo que está claro es que su condición de mujer y el morbo que provocan siempre esos pequeños chismes que de vez en cuando nos regala la historia, consiguieron que su figura y talento se difuminaran hasta el punto de ser considerada como la simple ayudante de Goya, como la artista a la sombra del maestro. A fin de cuentas, un nombre más que se suma a la larga lista de mujeres sepultadas por el olvido y el machismo.
Una exposición que tendrá lugar entre el treinta y uno de enero y el veintidós de abril de 2018, en la Biblioteca Nacional, reunirá más de un centenar de dibujos de Rosario Weiss Zorrilla, así como algunas estampas y pinturas destacadas. Organizada por el Centro de Estudios Europa Hispánica y el Museo Lázaro Galdiano de Madrid (poseedor de un gran número de sus obras), pretende mostrar al público su destreza como dibujante al margen de su relación con Francisco de Goya. Eventos como estos, en los que se prima el trabajo de una mujer (en este caso el de una interesantísima artista), son necesarios para visibilizar un problema que durante siglos hemos ido arrastrando: la indiferencia, tanto o más peligrosa que la ignorancia y culpable del menosprecio histórico de tantas mujeres increíbles. Afortunadamente, en los tiempos que corren existen varios remedios para combatirla, pese a quien le pese y aunque algunos se empeñen en seguir fomentándola. La indiferencia hace posible que demos por sentadas muchas cuestiones, como que La lechera de Burdeos es un cuadro de Goya, cuando en realidad, parece que fue una mujer quien lo pintó.
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