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Reflejos de Sherlock Holmes: Max Carrados

Las sombras de Londres perdieron parte de su profundidad con la irrupción del personaje de Sherlock Holmes. El genial detective consultor iluminó no solamente algunos de los grandes misterios de la urbe inglesa, sino que no dudó en extender su influencia por todo el orbe conocido. Pero curiosamente su mayor legado pueda haber sido el de dar el pistoletazo de salida para toda una pléyade de seguidores de mayor o menor importancia. Ellos son los rivales de Holmes, sus sombras. Bienvenidos a su mundo.

La publicación de las aventuras de Sherlock Holmes en el Strand fue, sin duda alguna, una de las sensaciones literarias de mayor trascendencia en la historia de la cultura popular. La creación de Sir Arthur Conan Doyle no solamente conquistó la imaginación del público, hasta el punto de que su hechizo sigue vigente hoy en día, sino que dio lugar a la aparición de múltiples imitadores y seguidores, con diferentes grados de éxito.

En 1970 el editor Hugh Greene, hermano mayor del más famoso Graham Greene y director general de la BBC hasta el año anterior, publicó el primer volumen de una serie de recopilaciones de relatos, llamado The Rivals of Sherlock Holmes: Early Detective Stories. Como su título podía indicarnos, Greene reunió historias escritas por aquellos autores que compartieron aproximadamente tiempo y lectores con Doyle. A pesar de estar mayormente olvidados a día de hoy, todos ellos habían gozado del éxito y de la fama en su momento.

La idea llegó a dar lugar a una serie de la BBC, titulada como el volumen, y que tuvo dos temporadas. En dicha serie se puede disfrutar aún a día de hoy de las únicas adaptaciones televisivas de algunos personajes. También se puede seguir su influencia en otras recopilaciones modernas como las realizadas por la editorial británica Wordsworth Editions, en particular su Shadows of Sherlock Holmes, un volumen que sigue al pie de la letra la metodología del realizado por Greene y que hasta coincide en muchos autores.

La obra de Greene, así como la de sus continuadores, ha ido creando de manera lenta pero segura una suerte de seguidores canónicos del detective de Baker Street. Estos van desde los más evidentes, como sería Sexton Blake, a aquellos que al menos trataban de aportar su propio giro al asunto. Entre ellos uno de los más destacados ha sido siempre Max Carrados.

El autor

Muchos grandes autores de principios de siglo se han convertido en ejemplos paradigmáticos del hecho de que la fama literaria suele ser efímera. Desde Talbot Mundy a H. C. McNeile (que firmaba las aventuras de su Bulldog Drummond como Sapper), son muchos los escritores cuyos nombres son desconocidos ahora mismo para la inmensa mayoría de los lectores. Algo semejante sucede con Ernest Bramah (1868-1942), autor de Max Carrados.

Ernest Brammah Smith (pues ese era su nombre real) destacó en la literatura inglesa de principios de siglo como una figura tan misteriosa como exitosa. Su biografía personal no resulta menos curiosa que la de algunos de sus personajes, puesto que tras haber intentado convertirse en granjero, para fortuna nuestra sin éxito alguno, terminó encargándose de la edición de diferentes revistas y triunfando como escritor. Todo ello pese a haber abandonado la escuela a los 16 años y haber sido elegido siempre como el peor alumno de la clase, lo que no le impediría tampoco acabar siendo un notable numismático y cultivando todo otro tipo de intereses de índole académica.

Fue en el 1900 cuando su carrera literaria despegó gracias a la aparición de su primer personaje fijo. Las aventuras de Kai Lung se convirtieron en una auténtica sensación en la Inglaterra de la época, al presentar una serie de peripecias que lindaban con lo fantástico narradas por un ficticio cuentacuentos chino. La pervivencia de estas historias es tal que aún en el año 2010 se publicó el hasta la fecha último volumen recopilatorio de las mismas, Kai Lung Raises His Voice, incluyendo algunos relatos nunca antes publicados.

Su obra no solamente osciló entre los inventados aforismos chinos de Kai Lung y las deducciones de Max Carrados, sino que llegó a tener el honor de influenciar al mismísimo George Orwell con su única novela de ciencia ficción. What Might Have Been: The Story of a Social War fue publicada originalmente en 1907 de manera anónima, para posteriormente reeditarse en 1909 con el título de The Secret of the League. Esta historia, claramente antisocialista, daba según Orwell una visión bastante acertada de los mecanismos que llevarían al ascenso del fascismo.

Durante toda su carrera, sin embargo, Ernest Bramah destacó mayormente por su gusto por la privacidad. Esto llegó al punto de que sus lectores sospecharan que bajo un nombre tan increíble como el suyo se escondiese algún otro autor de incógnito o, incluso, una coalición de escritores aliados para firmar sus obras bajo un solo nombre. La situación llegó al punto de que el propio Bramah se refirió a ella en el prefacio a su obra The Specimen Case subrayando que a esas alturas sus únicas opciones parecían ser renunciar a su propia existencia o asumir una múltiple en exceso.

Max Carrados 4

El detective ciego que veía demasiado

Era muy habitual que los seguidores de Sherlock Holmes se identificaran por alguna suerte de gimmick, una característica que permitiese reconocerlos rápidamente y diferenciarlos del resto de la plétora de imitadores. En ocasiones bastaba con cambiar la nacionalidad, en otras hasta el sexo podía ser lo elegido. Por suerte para nosotros algunos autores fueron más allá y decidieron aportar un giro fuera de lo común, que nos siga sorprendiendo a día de hoy.

La historia de Max Wynn, pues ese era el nombre de nacimiento de nuestro protagonista, estaría marcada por dos sucesos. El primero fue un accidente a caballo que acabó causándole la ceguera más absoluta, el segundo fue la herencia dejada a su nombre por un primo americano a cambio de que adoptase el apellido Carrados. Convertido en un adinerado miembro de la burguesía británica, Carrados terminó viendo en su invidencia una ventaja, al desarrollar el resto de sus sentidos hasta límites increíbles. Buena muestra es que a menudo comenta con otros personajes cómo su invidencia solamente le trae ventajas, al no confiar únicamente en el limitado sentido de la vista.

El propio Bramah debió darse cuenta de que las capacidades de su detective sobrepasaban en ocasiones lo aceptable, hasta el punto de que decidió defenderse. El segundo volumen del personaje, The Eyes of Max Carrados, incluye una introducción del autor donde resume, entre otros, los casos más destacados reunidos por James Wilson en su obra Biography of the Blind. El volumen, publicado en 1820, reúne casos de personas afectadas de ceguera que aún así consiguieron medrar en la vida y nos relata algunos episodios más dignos de un Matt Murdock que de la vida real. Todas esas anécdotas fueron aprovechadas por Bramah para construir a un personaje que E. F. Bleiber definió, al prologar una recopilación de sus historias en 1972, como «un hombre ciego que puede ver perfectamente».

Carrados será, al igual que Holmes, un hombre esencialmente gregario. Su propio Watson será un viejo amigo de la juventud, ahora convertido detective, de nombre Louis Carlyle. A pesar de que el propio autor trate de recordarnos en ocasiones que Carlyle es un investigador más que capaz lo cierto es que en sus apariciones queda convertido en apenas un espectador de la genialidad del protagonista de la función. Su presencia irá disminuyendo paulatinamente con el transcurso de las historias, hasta el punto de que finalmente pareciese que Bramah había decidido olvidarse de él.

Más constante sería la aparición del sirviente de confianza de nuestro hombre. Parkinson es en cierto modo el reverso del propio Carrados, un hombre de pocas palabras y menos imaginación, pero dotado de una vista prodigiosa, solamente comparable a su memoria. Entrenado por su empleador, a menudo es el encargado de dar el dato clave para un caso, muy frecuentemente gracias a un detalle apenas percibido mucho tiempo atrás.

Otros personajes pueden aparecer en varias historias, conformando un mundo relativamente rico. El inspector de la policía Beedel, el secretario, de genial apellido, Greatorex o Elsie, la sobrina del ya mencionado Louis Carlyle, conforman un elenco que realiza puntuales apariciones y da al conjunto una cierta continuidad. Gracias a ellos se construye un mundo alrededor de Carrados que puede resultar mucho menos rico y vivo que el que puede encontrarse en la obra de Conan Doyle, pero que no por ello deja de resultar disfrutable.

Las historias resultan en su conjunto fácilmente identificables como una suerte de pastiche holmesiano sin apenas disimulo. Por suerte para nosotros también son entretenidas, y las mejores del conjunto no tratan al espectador como si fuera estúpido, sino que tratan de emular los razonamientos de Conan Doyle, sin olvidarse de ir tomando prestados los demás elementos de mayor éxito que aquel había utilizado en sus historias, pero con ciertas diferencias.

Así los villanos no serán un elemento muy importante en la carrera de Carrados, hasta el punto de que no tendrá nada comparable a un Sebastian Moran o a un Charles August Milverton, por no hablar ya de un Profesor Moriarty. En el primer volumen parece haber un cierto interés en erigir a un tal Dompierre y su aliada (poco originalmente llamada Madame Dompierre) en una suerte de archivillanos, pero se abandona al final del mismo. Pocos rivales de Carrados resultan memorables, mereciendo la pena destacar a Ulysses K. Groom, figura central de The Last Exploit of Harry the Actor y suerte de homenaje al Coronel Gray de Grant Allen.

Max Carrados también es capaz de seguir los pasos de Sherlock Holmes hasta el punto de acabar participando en el espionaje británico, e incluso en el esfuerzo de guerra. Curiosamente ahí podía haber encontrado Bramah un punto que diferenciase a su personaje en el tercer volumen, pero decidió ignorarlo. La prueba de que, de todos modos, la idea debió pasársele por la cabeza está en la historia The Bunch of Violets, indicada como un episodio en las actividades de guerra de Max Carrados y publicada en el volumen The Specimen Case. Cuando vio la luz en 1924, parecía continuar lo planteado en la anterior The Kingsmouth Spy Case. Por desgracia para nosotros apenas llegamos a vislumbrar la que debió ser una interesante carrera al servicio del gobierno británico.

Por supuesto también habrá lugar en el canon de Carrados para algún encuentro con lo inexplicable. A este respecto merece la pena destacar ese homenaje velado a la aventura sherlockiana en Baskerville que sería The Secret of Dunstan’s Tower, una historia bien ambientada y tan trágica como uno pueda desear. Menos acertados resultan otros acercamientos como The Ghost at Massingham Mansions, convertida al final en una suerte de comedia, o The Strange Case of Cyril Bycourt. En este segundo directamente se cae en la pseudociencia más absoluta, algo que se evita en el resto de historias, en una delirante conclusión en torno al efecto de una dinamo en la mente humana.

Resucitando al personaje

Las historias de Max Carrados escritas por Ernest Bramah han permanecido durante muchos años en el olvido editorial. De hecho las últimas ediciones existentes en el mercado inglés se remitían a finales de los años sesenta y principios de los setenta, mientras que la única novela del personaje, The Bravo of London, no cuenta con ninguna aparición desde 1934. Por suerte todo eso ha cambiado recientemente.

Gracias a la editorial inglesa Wordsworth Editions, especializada en la publicación de clásicos y obras carentes ya de derechos de autor a precios más que ajustados, los lectores que se defiendan con el inglés pueden acceder a un abultado volumen que recopila todas las historias cortas del personaje de Max Carrados. Desde aquí no podemos más que recomendar a todo aficionado a Sherlock Holmes y al resto de detectives literarios que se abalancen sobre dicha recopilación, llamada The Eyes of Max Carrados, y se sumerjan en las aventuras del detective ciego que mejor ve de la historia de la literatura.

Los que se vean limitados al español tendrán que esperar a que alguna editorial decida apostar por este tipo de literatura. Es cierto que existe al menos una traducción de The Ghost at Massingham Mansions al idioma de Cervantes, en un tomo llamado El fantasma de la casa Massingham y otras negras invenciones. En dicho volumen, al que su historia da nombre, el bueno de Bramah comparte protagonismo con ni más ni menos que Joseph Conrad, Nathaniel Hawthorne y Saki. Desde luego tal vez sea una compañía demasiado elevada para su prosa, pero debería bastar para despertar la curiosidad de cualquier avezado lector.

Ismael Rodríguez Gómez
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