París, Canal + de Fútbol
El impacto de la teneduría de Canal + sobre el PSG fue inmediato y en forma de fichajes de entrenador y jugadores. En dos años se construyó un equipo monumental a base de firmar futbolistas destacados o prometedores de diversos equipos nacionales.
La base de un equipo casi generacional se ponía en este primer año con las llegadas de Le Guen desde Nantes, Colleter desde Montpellier, Ginola desde Brest (aunque había jugado dos años en el RC París), el lateral Ricardo Gómez y el mediapunta Valdo, dos brasileños procedentes del Benfica, el segundo con la misión de ocupar el lugar del cerebro Safet Susic y en un alarde de competencia tres jugadores directos del OLM campeón el curso anterior: Fournier, Germain y Bravo. El técnico será el portugués Artur Jorge.
Antiguo delantero de la Académica de Coimbra y del Benfica en los sesenta y setenta, había conocido el éxito como entrenador en el Oporto, ganando la Copa de Europa del 86 con un equipo afilado por la dupla atacante Futre y Madjer, un excelente delantero argelino que poco antes de recalar en Portugal había jugado en el RC París. Artur Jorge había sido también entrenador del otro equipo parisino, fichaje de lujo tras la consecución de aquella Copa de Europa, pero el proyecto no cuajó y regresó a Porto.
En el 91, de nuevo estaba camino de París y esta vez sí iba a triunfar. Llegó para hacer olvidar a Tomislav Ivic (aunque su predecesor inmediato había sido Henri Michel, dirección al fútbol africano donde pasaría el resto de su carrera), quien había completado dos buenas temporadas a finales de los 80, incluyendo un subcampeonato en la 88-89. Ivic, según la lógica circulante del fútbol francés, terminó por entrenar al OLM en el 91, sustituyendo por unos meses a un Raymond Goethals que entraba y salía del banquillo.
Artur Jorge permaneció en el club hasta el 94, construyendo un equipo duradero y ganando por el camino la segunda Liga de su historia (93-94), otra Copa (92-93) y alcanzando la semifinal de la Copa de la UEFA en el 93, siendo derrotados por la Juventus de un Roberto Baggio que entonces vivía iluminado. Los dos goles del 2-1 en Turín fueron suyos y el 0-1 en el Parque de los Príncipes, también. En esa competición fue donde se escenificó la dramática aparición del PSG en el contexto europeo durante unos exuberantes cuartos del final contra un Real Madrid que veía a la Quinta del Buitre apagarse en el dominio del Barcelona de Johan Cruyff. Es el Madrid tragicómico de las Ligas de Tenerife, que entrenado por Benito Floro y con Zamorano fichado desde el Sevilla como ariete, al menos ganaría ese año la Copa del Rey.
El PSG se había anunciado tras derrotar en dieciseisavos al Nápoles que entrenaba Claudio Ranieri y que aun en franca decadencia contaba con gente como Cannavaro, Zola, Fonseca o un veterano Careca. El Anderlecht había sido su siguiente rival y tras ser derrotados en el Bernabéu por 3-1 la aventura europea parecía llegar a un final lógico, pero la vuelta descubrió un estadio de fútbol vibrante, el Parque de los Príncipes, y a un equipo capaz de hazañas. Su 4-1 fue una tormenta sobre el Real Madrid, incapaz de resistir en pie el vapuleo de un equipo encendido.
Fue Kambouré, un defensor muy querido por la grada (que procedía de la época anterior a Canal + en el equipo) quien en el minuto 96 marcaba el gol definitivo. Ya lo había hecho contra el Anderlecht. No solo fue la intensidad, la fe, sino un despliegue de juego elegante y ofensivo, de combinaciones vistosas y transiciones veloces simbolizadas en un triángulo genial que conformaban el mediapunta brasileño Valdo, el grácil interior David Ginola y un futbolista liberiano que procedía del Mónaco pero que bien podía haber venido del futuro: George Weah.
Alto, de zancada potentísima, gran técnica y demoledor disparo, Weah sacó al delantero centro del área y lo colocó en todo el campo contrario, e incluso en el propio, como aquel legendario gol al Verona jugando ya con el Milan donde recorre el césped de punta a punta tras recoger un córner en su propia área. Lo había traído a Francia Arsene Wenger, aconsejado por su amigo Claude Le Roy, seleccionador de Camerún, país en el cual jugaba a mediados de los ochenta. En sus cuatro años en Mónaco logró una Copa de Francia. Es el modelo original del cual saldrá Ronaldo, y una de las personalidades únicas del fútbol de los noventa, no solo por su fascinante estilo, sino por un compromiso ético admirable con su país.
Weah llega en el año 92, en el segundo curso de Artur Jorge. El primero, la 91-92, se había cerrado con un tercer puesto, por debajo de Mónaco y OLM, que le había sacado 11 puntos. La clasificación era buena, pero había dejado cierto aire de decepción. El Mónaco tenía el fútbol y el OLM los títulos, mientras el PSG parecía a medio camino de todo. El equipo era menos ofensivo de lo que la fama de Artur Jorge había prometido, en parte por la tosquedad del medio campo que formaban Germain y Le Guen, y su estilo zonal estaba por desarrollarse. Pero los muebles estaban, solo hacía falta ordenarlos.
Con Bast jubilado, llega el carismático Bernard Lama desde el Lens para establecerse por fin en una portería después de cambiar de equipo casi continuamente durante la década anterior. Alain Roche se incorpora a la defensa desde el Auxerre y Vincent Guerin al medio campo desde Montepellier. Rápidos y agresivos, permitieron a Artur Jorge acortar al equipo, desprenderse de las protecciones de la defensa de cinco que había usado, y llevar al equipo a campo contrario, a buscar en lugar de a esperar.
El factor intimidante en que se convirtió Weah de inmediato facilitó la conversión del PSG en el equipo ofensivo y dominante que se encontró el Real Madrid. Esa temporada concluye con una seria amenaza liguera al OLM, que consigue el título por un solo punto y con la victoria en la Copa por un contundente 3-0 frente al Nantes de Pedrós, Loko, Makelele o Karembeau, algunos de los cuales permanecerán en el equipo de los Canaries que ganará la liga del 95. El PSG estaba preparado para todo y la temporada siguiente comprará la pieza que le faltaba.
Directo desde uno de los mejores equipos del mundo en aquel momento, hermano de una leyenda, Raí llega para terminar al PSG y para convertirse en el jugador que va a definir al equipo en los años por venir, aunque la limitación a tres extranjeros sobre el campo hizo que Raí conviviese en la titularidad con Valdo durante su primer año. Brasileño sin barroquismo, todo lo que hace aparece un destilado de fútbol. Es sencillo y elegante, todo lo transforma en algo fácil, fluido. Raí da la idea de lo que hubiese sido Sócrates si hubiese decidido ser futbolista profesional en lugar de jugador de fútbol.
Ambos hermanos encontraron su perfecta expresión a las órdenes de Telé Santana, el último entrenador auténtico del fútbol brasileño. Sócrates estuvo en la época de la tragedia, con aquella selección portentosa del Mundial 82 y su epílogo cansado del 86; Raí fue protagonista de la reivindicación de aquella idea, de la vuelta de la Historia. Era el mediapunta del Sao Paulo que dirigía parsimonioso desde el centro del campo Toninho Cerezo, brasileño de otros tiempos. Aquel equipo dominó el fútbol nacional, ganó 2 Libertadores y sometió consecutivamente al Barcelona de Cruyff y al Milán de Capello en sendas Intercontinentales. Era un equipo que merecía ser visto.
La 93-94 es la temporada del shock en Francia. Ha quedado demostrado que Bernard Tapié compró un partido contra el Valenciennes y la UEFA le prohíbe jugar la Champions de ese año. El PSG, en un gesto de honestidad, rechaza participar. El Mónaco toma el puesto y llega a jugar las semifinales contra el Milan que destrozará al Barcelona en Atenas.
El OLM liquida el negocio entre las dudas de la federación francesa, que tardará un año en determinar su descenso a la segunda división. Pese a vender a Boskics, Abedí Pelé, Desailly o Sauzée al dinero italiano, la estructura del equipo es lo bastante sólida como para finalizar segundos tras el PSG, aunque a 8 puntos. Los parisinos dominan sin oposición. Su lujoso equipo al fin se justifica en las vitrinas y entre ellos y las circunstancias rompen el impecable ciclo de cuatro campeonatos consecutivos de los marselleses.
Sobre el campo el PSG es una construcción sólida y elegante. Con una defensa recia dirigida por Ricardo y Roche y dos laterales poco aventureros, Sassus y Colleter. Le Guen, Fournier y Guerin competan un trío de volantes intercambiables, laboriosos e inteligentes que empujan en la misma medida que protegen al otro trío ofensivo, el formado por Valdo (o Raí en forma de alternativa impagable), Ginola y Weah. Parecen llamados a tomar Europa también.
El camino en la Recopa es menos exigente, pero en cuartos el Real Madrid vuelve a cruzarse. La eliminatoria está lejos de la espectacularidad del año anterior, pero da idea de la seriedad del PSG. El resultado en el Bernabeú fue solo un 0-1, pero la sensación era de impotencia. Ginola destruyó al equipo blanco simbolizado en el martirio que le hizo pasar a Chendo y salió del partido convertido en estrella. Floro fue despedido en el ínterin de la eliminatoria y es Vicente Del Bosque quien cumple como hombre de la casa en el banquillo de París.
La vuelta es rara y desangelada, pese a que Butragueño llega a empatar y es Ricardo quien da el pase en un cabezazo al poco de comenzar la segunda parte. La sensación es la de un Real Madrid que no está allí más que en cuerpo y el de un PSG con cara de campeón. No será así, pero los franceses le han tomado la medida a los equipos españoles y en breve Barcelona y Deportivo de la Coruña los sufrirán.
El Arsenal de George Graham era el rival. Graham sintetizaba al Arsenal. Al histórico «boring Arsenal», al «one-nil Arsenal», pero en 1989 había devuelto a los londinenses la liga tras dieciocho años en un final histórico que decidió el título en un gol en el último minuto del último partido. Después de semejante proeza, había ganado otra liga y un par de Copas y estaba escrito que este año 1994 iba a ganar al Recopa también. Ni el PSG a la última moda, ni el Parma millonario que intentaba su segunda Recopa consecutiva tras la ganada al Royal Antwerp en el 193, se lo iban a impedir.
Allí estaban David Seaman y Tony Adams y Nigel Winterburn y Paul Davis, Paul Merson, Ian Wright o Alan Smith… Era un equipo inglés hasta la médula, de moda incluso en 1994. El PSG chocó de frente con aquel muro y no fue capaz a dilucidar cómo saltarlo o rodearlo. 1-1 en casa y 1-0 fuera. Resultados Arsenal. La final, por supuesto, One-Nil.
En Paris, el cambio más importante, casi el único, para los dos años siguientes tuvo lugar en el banquillo. Artur Jorge regresó a Portugal para hacerse cargo del Benfica y comenzar una rápida decadencia que incluiría una breve estancia en Tenerife y un no menos fugaz regreso al PSG en la 98-99, en un intento desesperado por prorrogar un equipo que ya había desaparecido.
Para sustituirlo se piensa de inmediato en Luis Fernández, quien pese a su excursión por el Matra Racing sigue siendo considerado un emblema del club. Lleva un par de temporadas en el Cannes, donde compatibiliza el campo y el banquillo. En la 92-93 había conseguido el ascenso y en la siguiente había dejado sexto al equipo. La experiencia se considera suficiente; el carisma personal hace el resto. Fernández emergerá como uno de los técnicos europeos más interesantes de la segunda mitad de la década, que concentra lo mejor de su carrera en los dos primeros años pasados en París y una memorable (por diversas razones) etapa en el Athletic de Bilbao, a quien logra dejar segundo en el 98.
Tal vez Luis Fernández sea un caso de entrenador a quien hacen sus jugadores. Más motivador que táctico, en el PSG heredó la ya comentada estructura y en el Athletic recibió una mezcla de generaciones notable a las cuales dio sentido. Como sea, aportó carácter y no desperdició el buen material. Pese a la Recopa ganada en el 96, el primer y único título europeo de los parisinos, su mejor fútbol lo dejó el año anterior. En liga fue incapaz de aguantarle el ritmo a un Nantes exuberante, un equipo que prometía establecer un ciclo pero fue rápidamente desmantelado, y en Champions llegó al límite de las semifinales contra el tremendo Milan de Fabio Capello, no sin antes haber derrotado al Bayern de Munich en la fase de grupos y al Barcelona de Cruyff en cuartos.
El Nantes venía apareciendo y desapareciendo desde los ochenta. Equipo de formación, exportador, parecía depender casi en exclusiva de la personalidad de su entrenador-icono, Jean-Claude Suaudeau. Este había sido jugador en la época dorada de José Arribas en los sesenta, ganando dos ligas como jugador y estaba en 1995 terminando su segunda etapa como técnico. La anterior, en los ochenta, había dejado otra Liga, la del 82-83, el Nantes de Boissis o José Touré. Suaudeau encarnaba una tradición de juego, un modo particular de entenderlo a través de la pelota, el primer toque y el ataque.
Su cantera, desde el 82 dirigida por Raynald Denoueix, otro exjugador de le época Arribas, nutría al fútbol francés y se había convertido en la fábrica de un tipo de jugador francés que iba a imponerse en Europa desde el mediocentro. Didier Deschamps había salido en el 89 hacia Marsella y en el 94 se había instalado en la Juve. Marcel Desailly, quien ejercía también como central, había hecho un camino similar, pero terminando en el Milan.
En el 95 la posición le pertenecía al ordenado Ferri, pero a su alrededor gravitaban Claude Makelele, reconvertido luego a mediocentro de eficiencia quirúrgica, y Karembeau, un decatleta que jugaba al fútbol desde cualquier posición de la defensa o el centro del campo con entusiasmo contagioso, al igual que el incansable carrilero izquierdo Christophe Pignol. Reynald Pedros, era la respuesta a Ginola, muy similar en estilo e incluso en apariencia, y el elegante chadiano N’Doram ponía la nota de distinción.
La delantera era para los complementarios Ouedec y Patrice Loko, máximo goleador ese año. El Nantes cerró un curso inmaculado, invicto en 32 partidos y honrando su fútbol tradicional. Pero donde el Nantes tenía estilo propio y herencia, le faltaba dinero, acuciado por las graves deudas que había acumulado a lo largo de los noventa.
Entre la temporada del título y la siguiente, donde le disputaron la semifinal de la Copa de Europa a la Juventus de Lippi, rozando la gesta con un 3-2 en casa, el equipo fue desmantelado sistemáticamente. Makelele se fue a Marsella, Karembeau a la Sampdoria, Ferri acabó en el Liverpool tras un paso breve por Turquía, Pignol y N’Doram en el Mónaco, Pedros se fue al Parma con estación intermedia en Marsella, Ouedec al Español y luego al PSG, Loko directamente a París para sustituir con fortuna a George Weah. El Nantes de la segunda mitad de la década, el gran equipo francés perdido, terminó desperdigado por toda Europa. La época ya no era propicia, el fútbol del dinero estaba haciendo su aparición definitiva. El Calcio de Parmalat o Cirio era la más perfecta expresión de esta burbuja.
El Nantes abre, en todo caso, un espléndido periodo sin gobierno. Si él no es capaz de asentar un dominio, al menos impide el del PSG y ofrece un camino por el cual van a transitar Auxerre, Lens y un reaparecido Girondis de Burdeos, con el Mónaco como aspirante a dominador pero capaz solo de embolsarse dos títulos alternos. Es el propio Nantes quien en 2001, entrenado entonces por Denoueix, pone el epílogo a ocho campañas consecutivas sin que ningún equipo sea capaz de doblar siquiera el triunfo. La réplica, sin embargo, será demoledora: el alzamiento del Olympique Lyonnais y su tiranización de la Ligue1 con un impresionante récord de siete campeonatos consecutivos, una marca insólita en el fútbol continental.
La liga 94-95 es seminal. No solo compiten duramente Nantes y PSG, sino que un notable OL es segundo este año con futbolistas como Bruno N’Gotty, Manuel Amorós, Franck Gava o Florian Maurice, incluso un joven Ludovic Giuly. De hecho, todos los equipos entre el cuarto y el séptimo (Auxerre, Lens, Mónaco y Girondins) serán campeones durante este periodo. Y Francia, como selección, vencerá de una tacada en Mundial y Eurocopa, habiendo sido ya semifinalista en la Euro de Inglaterra 96.
Curiosamente, si en el 96, dieciocho de los veintidós futbolistas militaban en la Ligue1, cuatro años más tarde solo cuatro lo hacían. El dinero del Calcio, la Liga y la reformada Premier se hacía notar con contundencia. El PSG no va a ser capaz de cerrar ninguna liga en este periodo de aspirantes. Tres segundos puestos se alternan con participaciones discretas, de mitad de tabla. Incluso en la segunda mitad de los 2000 coquetea con el descenso, convertido en un equipo residual.
Con Fernández lo que se logró fue tanto una transición cómoda como una continuidad de estilo. Tal vez el equipo era más enérgico, tal vez menos fino, pero eran variaciones sobre la misma melodía, ya que la plantilla, excepcional, se conservó intacta. La principal aportación de Fernández fue la de promocionar a la titularidad a Bravo y confirmar al central Cobos y a Raí como parte del habitual equipo titular. Solo ese contexto de fuerte competencia, de igualdad, impidió algún título de liga más. En cambio, Europa sonrió a París finalmente.
Su puesta en escena en la ya Champions League fue impresionante. Se impusieron en un duro grupo donde estaban Dinamo Kiev, Spartak de Moscú y Bayern de Munich, a quienes derrotaron en su dos enfrentamientos, y se movieron con poderío por unos cuartos de final donde se cruzaron con el FC Barcelona todavía en proceso de recuperación tras la paliza recibida en la final del curso anterior, cuando el Milán-apisonadora de Desailly y Savicevic que dirigía Capello les había endosado un 4-0 de esos que cambian la Historia.
Cruyff se había metido en un proceso de reconstrucción del equipo que sería abortado antes de dar frutos y el equipo alineaba entonces extraños fichajes de ensayo-error como Igor Korneiev, Iván Iglesias o Jose Mari, a quienes había pescado en Espanyol, Sporting y Osasuna pensando que eran piezas que podía modelar para su esquema. Abelardo, otro fichaje del Sporting, se consolidaría luego con Robson y Van Gaal, pero otros tan extravagantes como Eskurza, Sánchez Jara o el genial Gica Hagi, que solo dejó notas aisladas, se quedarían en una anécdota. Así y todo, seguían siendo un equipo temible y durante buena parte de la eliminatoria tuvieron el pase en la mano, o en la cabeza de Bakero, quien como contra el Kaiserslautern el año de la victoria en la Copa de Europa había puesto al Barça en ventaja. Fue un error de Busquets, otra invención suicida de Cruyff, quien posibilitó el gol de Raí que metió a los parisinos en semis.
No había injusticia en aquello. En cierto modo el PSG simbolizaba un fútbol de cambio, un nuevo molde que se cernía en las estructuras del fútbol europeo donde el peso del dinero lograba crear equipos de modo instantáneo, pero su juego se justificaba por sí mismo. Si no había sido el mejor equipo de la competición, había sido solo consecuencia de la consagración del Ajax juvenil que Louis Van Gaal había estado construyendo en Amsterdam.
Al igual que el PSG había realizado una fase de grupo impecable, venciendo al Milan en sus dos partidos y tras derrotar sin contemplaciones al Hajduk Split, el Ajax cristalizó su regreso a la grandeza con una atronador 5-2 frente al Bayern en la vuelta de sus semifinales. Aquel equipo orbitaba en torno a dos veteranos, Danny Blind en la posición de libre y Frank Rijkaard, en una vejez sublime, en el mediocentro. A su alrededor una colección de talentos juveniles, nacionales o importados como Kanu, Litmanen o Finidi, que se movía en un concierto de movimientos indetectables e indefendibles de perfecta sincronía.
Volvería a jugar la final del año siguiente, aquella vez contra la Juventus de Marcelo Lippi que solo sería capaz de derrotarlos en los penaltis y dejó momentos imborrables del fútbol moderno como su partido en el Bernabéu, un catálogo de la ortodoxia del fútbol holandés. Y como todos los grandes equipos que no están construidos sobre el dinero, como el Nantes de estos mismos años, fue despiezado hasta el último tornillo por los grandes buitres europeos.
En la 94-95 su rival en la final fue el Milan, un tanque acorazado al cual descerrajó tras intentarlo de todas la maneras con un gol de Patrick Kluivert en el minuto 85. Aquel Milan había logrado el prodigio de prorrogar la obra de Sacchi, imponiendo su dominio en el Calcio con cuatro Scudettos en cinco temporadas y amenazando Europa casi por igual. Poco a poco, Capello había sometido la obra de orfebrería de su antecesor a una lógica industrial y su Milan había ido abandonando la creación a favor de la cuenta de resultados. Era un gran equipo en cualquier caso y al PSG no le alcanzó para derrotarlo en las semifinales. Le ganó los dos partidos y no le dio demasiadas opciones, tal vez fueran mejores, tal vez hicieran el fútbol que merecía ser visto y recordado, pero al final tal cosa significó poco. El PSG no tenía el instrumental apropiado para abrir el tanque ni la creencia fanática en la propia obra de los de Van Gaal, y la historia le fue esquiva este año. Pero se resarcirán.
Luis Fernández se encuentra con la necesidad, por vez primera, de recomponer al equipo. Las espectaculares prestaciones en la Champions fueron irresistibles para el dinero europeo. George Weah se fue a Milan para hacer historia como el primer Balón de Oro africano. Ricardo Costa y Valdo escogieron el Benfica, mientras el admirado Kombouaré bajaba unos peldaños para exprimir su fútbol en el Sion. David Ginola firmó por el Newcastle, que entrenado por Kevin Keegan y con una agresiva política de fichajes consigue el primer año al colombiano Asprilla (llegó del Parma con la temporada a medias) y el segundo a Alan Shearer, el mejor delantero centro inglés de su época, consiguiendo discutirle la Premier al Manchester United por dos temporadas seguidas. Objeto de deseo del Real Madrid primero y del Barcelona después, verano tras verano, la carrera de Ginola languideció tras ser sustituido Keegan por Kenny Dalglish. El francés terminó traspasado al Tottenham primero y al Aston Villa después, languideciendo y quedando fuera del crecimiento de su selección, damnificado en 1994 tras el desastre contra Bulgaria en el mismo Parque de los Príncipes.
Aquella debacle simbolizaba el mal ambiente en la selección de Houllier y precipitaba la desaparición prematura de Les Bleus de una serie de jugadores fundamentales en el fútbol francés de la primera mitad de los noventa, como Papin, Cantona, Pedros, Le Guen o Guerin, a los cuales el esplendor de la segunda mitad de esa misma década esquivaría. A cambio, facilitó el acceso al Mundial de uno de los conjuntos más memorables y carismáticos de su historia. Tal vez hacía falta ese sacrificio.
Si los clubes europeos se nutrían del PSG, este imponía su dominio económico en el mercado doméstico. Con el OLM fuera de plano y la hegemonía deportiva en discusión, a los parisinos les quedaba el consuelo de la solvencia. Siguiendo el ejemplo depredador de clubes europeos clásicos, drenó el talento de sus rivales, recuperando a Fournier desde Burdeos y comprando al centrocampista Stéphane Mahé del Auxerre, al central Bruno N’Gotty del OL, al delantero Loko del Nantes y al mediapunta Youri Djorkaeff del Mónaco. Estos tres últimos indiscutibles titulares y piezas básicas para el título de Recopa. Junto a ellos, y desde el Cagliari, el delantero panameño Dely Valdés, un rematador excelente que haría luego fortuna en el fútbol español con etapas en el Real Oviedo y Málaga.
Sólidos fichajes todos, fue el de Djorkaeff el de mayor impacto. Un movimiento de autoridad capitalista, como cuando ficharon a George Weah. Es decirle al Mónaco que tal vez tenga dinero, pero no tanto dinero; que, simplemente, no les está permitido tener a los mejores jugadores. Es el tipo de praxis avasalladora que el Bayern de Munich ha convertido en sistema en la Bundesliga.
Llegó para ocupar un hueco estelar, no solo como el refuerzo de los cimientos del equipo, y en solo un año ofreció el rendimiento que se le suponía. El Inter de Milán y una brillante carrera internacional le esperaban en el futuro inmediato, pero la rampa de lanzamiento fue su primoroso año en París. Djorkaeff se había formado en el Grenoble y había estado en la base del Mónaco aspirante bajo la sombra marsellesa que el dinero y Arsene Wenger habían construido a caballo entre los ochenta y los noventa. Pasó allí seis temporadas, pero fue paradójicamente sin él cuando el Mónaco lograría embolsarse una liga que no conquistaba desde el 88, nueve años antes. Wenger ya estaba entonces en el Arsenal, el entrenador monegasco era Jean Tigana, los Grimaldi cumplían 700 de principado y el equipo encaraba otro periodo memorable con tres Copas y dos semifinales de Copa de Europa y una liga final en el 2000.
Mientras, en París, había cierta sensación de urgencia. Se temía haber perdido el momento, esa velocidad de entusiasmo que lleva a los equipos a los grandes ciclos. El Mónaco había emergido como rival económico directo tras la debacle del OLM y la Ligue1 seguía sin domesticar, con un ganador nuevo por año. El PSG mira a Europa como en un sueño. La puerta que Nantes le había cerrado en la Liga se le abre en la Copa, un territorio acogedor para el PSG, tras derrotar a Racing de Estrasburgo por 1-0. El camino hacia el primer título europeo de su historia comienza aquí.
Solo el Auxerre arrojó una sombre histórica sobre la Recopa del PSG con un doblete prodigioso. Fue un acto de justica, un guiño cómplice. El equipo no había ganado jamás la Liga y solo un título antes, la inmediata Copa del 93-94 frente al Montpellier, y su técnico, el legendario Guy Roux, llevaba con breves interrupciones desde 1961 sentado en el banquillo. La historia del fútbol, su evolución (económica, sociológica, deportiva, estilística, táctica…) había pasado por delante de sus ojos, sentado siempre en el mismo sitio. Era como si Roux simplemente hubiese esperado, como si siempre hubiese sabido que era cuestión de tiempo y ese mismo tiempo hubiese dejado de tener significado.
El fútbol del Auxerre era sobrio y ortodoxo, con un punto de dureza y mucho de rigor. La defensa, rocosa; el mediocampo, técnico; la delantera, peleona. La fuerza provenía del conjunto, de la construcción intrincada que dirigía desde atrás la figura señorial de Laurente Blanc, protegido por la agresiva velocidad de Silvestre, Goma, Frank Rabarivony y Danjou, ambos con paso por el Real Oviedo, o el nigeriano Taribo West, pronto fichado por el Milan.
Blanc solo estaría una temporada en el Auxerre antes de fichar por el Barcelona, pero cumplió con ser la extensión de Roux sobre el campo y con aportar la calma de su ya larga experiencia dentro (Montpellier) y fuera (Parma y Nápoles) de Francia, sirviéndole a su vez para asentarse como figura clave en la Francia campeona mundial que en cierto modo se parecía a este Auxerre, formado por franceses de segunda generación, por hijos de la inmigración que habían llegado desde Portugal, Argelia, Marruecos, Cabo Verde, Guadalupe…
Como sucedió con el Nantes, el Auxerre fue pronto descapitalizado. Sus mejores activos, la excelsa tripleta de centrocampistas formada por Said, Lamouchi y Martins, se desbandó entre Valencia (luego Tottenham), Mónaco (luego Parma) y Deportivo de la Coruña. De sus delanteros solo el extremo Bernard Diómede duró algo más, esperando hasta el 2000 para firmar por el Liverpool. El tanque Lilian Laslandes completó una temporada formidable y dejó su contrato expirar para incorporarse luego al Girondins, donde ofreció un rendimiento de ejemplar regularidad.
Su habitual suplente, Stéphane Guivarc’h, regresó tras una notable campaña en Rennes y tomó la plaza de titular con acierto en el 98, para luego aventurarse en Inglaterra y Escocia (Newcastle y Rangers) sin mayor fortuna. El cuadro es idéntico al del Nantes: un equipo modesto que trabaja la cantera y va añadiendo pacientemente piezas desde equipos menores hasta conformar un bloque que lleva a su misma destrucción. Es la maldición del equipo trabajador. Al menos, Nantes y Auxerre, como luego Lens, lograron comerse la mejor parte de aquello que habían cosechado.
Incapaz de aguantar el ritmo de locomotora del Auxerre (estos les devolvieron al PSG el 3-1 de la primera vuelta con un 3-0) y mano a mano con el Mónaco, los de Luis Fernández concentraron sus fuerzas en Europa, donde parecían mejor fabricados para brillar. La Recopa, al contrario que la Champions, continuaba siendo una competición corta y de exigencia directa que no permitía bajadas de tensión. Molde y Celtic fueron las dos primeras rondas, superadas con goles y solvencia. En especial la vuelta en Celtic Park con un 0-3 dio idea de la altura de aquel equipo. Loko, con dos goles, iba cerrando el hueco de Weah y Djorkaeff ejerciendo de nuevo centro neurálgico de la escuadra.
El Parma y el Deportivo de la Coruña tenían algo de parentesco con el PSG. Eran equipos nuevos, subidos a la fecunda economía del fútbol europeo de la década. Los italianos estaban respaldados por Parmalat y con Nevio Scala en el banquillo venían de ganar de modo consecutivo Recopa y Copa de la UEFA. El Depor luce publicidad de Feiraco, la cooperativa láctea gallega en la camisola, y experimenta los comienzos del disperso interregno entre Arsenio e Irureta. Dan la impresión de tener más dinero y recursos de los que saben manejar, y la personalidad tormentosa de John Toshack tampoco ayuda a pacificar. Contra los italianos tropezaron por vez primera en la competición, cediendo uno de esos resultados cerrados (1-1) en que tan bien navegan los conjuntos del Calcio. Fue de nuevo el ambiente febril del Parque de los Príncipes (tal vez el gran éxito de toda esta historia del PSG sea ese: el haber logrado una fiel hinchada para un equipo sin pasado al que remitirse) lo que propició una arrolladora remontada por 3-0.
Como si se le hubiese acabado el romanticismo, el PSG liquidó al Deportivo en sendos unos a ceros. En la vuelta en Riazor el Depor da guerra. Había tumbado al Zaragoza en cuartos, el campeón del año anterior, y es un equipo con orgullo, pero las alturas europeas le marean. Bebeto y Fran tienen oportunidades claras, pero esa noche manda Bernard Lama. Djorkaeff engancha un chutazo y el efecto del balón sirve para cerrar el partido y poner a los parisinos en la primera final europea de su historia. La juegan contra el Rapid de Viena y otro 1-0 es suficiente.
El Rapid había llegado a la final a base de goles (4-0 al Sporting de Portugal, 3-0 a Dinamo Moscú y al Feyenoord) como local. El alemán Carsten Jancker ejercía de pánzer, el central búlgaro Trifon Ivanov aportaba su singular carisma y mezcla de rudeza y finura, mientras un conjunto de buenos jugadores austriacos, varios de ellos internacionales en el Mundial de Francia 98 (la última participación internacional de la selección hasta la Euro de 2016, también en el país galo). Entre ellos el luego realista Didi Kuhbauer, clave en el centro del campo junto a Stephan Marasek, los defensas Peter Schöttel y Andreas Heraf, el medio Peter Stöger o el portero Michael Konsel.
El Rapid ya había perdido su otra final de Recopa en el 85 frente al Everton que entrenaba Howard Kendall, otro equipo en mitad de un ciclo histórico. No tuvo mejor suerte esta vez. El partido no tuvo lustre y fue el central N’Gotty quien con un chut de falta lo finiquitó. La anterior competición europea ganada por un equipo francés, la Copa de Europa del 93 entre OLM y Milán, fue también resuelta por el gol suficiente de un central, Basile Boli.
El PSG parecía haber cumplido su misión. Tras la Recopa ganada flotaba una sensación de justificación, de sentido a toda la enorme aventura empresarial iniciada en 1970. La invención de un club nuevo que debía convertirse en un protagonista nacional y europeo. Luis Fernández acepta la oferta del Athletic Club de Bilbao y Djorkaeff la del Inter. Colleter, Bravo y Cobos también se marchan, al Girondins, Parma y Español respectivamente. Incluso la joven perla Nicolas Anelka, de solo 17 años, prefiere probar en el Arsenal de Wenger.
Sobre el año una sombra ominosa: en la Supercopa de Europa la Juve, otro de los transatlánticos eternos europeos, le propinó un infame 6-1 y 3-1. El espléndido Mónaco de Tigana se lleva la liga de calle, con doce puntos de ventaja respecto a los parisinos. Tampoco la Copa le sonríe y el modestísimo Clermont Foot 63 de Auvergne, entonces en la Nacional 2, les elimina en dieciseisavos de final por penaltis. Será Europa, de nuevo, la que ofrezca un epílogo agridulce a la historia del PSG de la década.
Para dirigir al equipo se recurrió, como se hizo con Luis Fernández, a la huella histórica. Retirado en Benfica, Ricardo Gomes pasaba directamente del campo al banquillo. Era uno de los hombres de Artur Jorge, de los que había estado en el principio de la historia. Algo había de poético en que fuese él quien contase también el final. Leonardo, jugador de gran talento y carrera errática, fue reclutado en Japón, aunque sus grandes momentos hubiesen sucedido en Sao Paulo o Valencia. Solo permaneció un año en París antes de estabilizarse en Milán, pero dominó todo el carril izquierdo.
Fue la incorporación estelar, aunque otros como el central benfista Kenedy, el lateral del Châteauroux Jimmy Algerino o el volante Benoît Cauet desde el Nantes, revestirían importancia en la nueva alineación. En especial Cauet, cuyo tipo correspondía al de los mediocampistas que habían forjado el estilo del PSG a lo largo de la década. Como Leonardo, su caso ejemplifica la posición en la cual el equipo se fue encontrando: ya no era una máquina compradora, sino otra víctima de los grandes bolsillos europeos. Cauet duró un solo año en París y como Djorkaeff el curso anterior, puso rumbo al Inter de Milan, donde ganó la UEFA del 98.
El camino de la Recopa fue amable. El PSG avanzó entre goleadas contra el Vadoz, club de Liechtestein, Galatasaray y AEK de Atenas. El Livepool fue el mayor escollo en semis, pero de nuevo el poder intimidador del Parque de los Príncipes se impuso y un 3-0 dejó la eliminatoria para un milagro en Anfield. El 0-2 maquilló la contundencia global, pero aquel Liverpool lleno de talento joven (Owen, McManaman, Fowler, Collymore, MacAteer, Berger…) no estaba listo todavía para resurgir.
La final fue otra recapitulación de la historia. Si el PSG había forjado su relato contra los grandes equipos españoles, por fuerza tenía que ser uno de estos el enemigo último. El Barcelona del 97 era muy diferente al de unos años antes. Si aquel era una mutación dentro de la cabeza de Cruyff que aun no había tomado forma final, esta era un mamut competitivo, un equipo de cartera con pocos rescoldos románticos. O era tanto el de Bobby Robson como el de Ronaldo, el fenómeno.
Laurent Blanc, Vitor Baía, Couto y Figo, Popescu, Abelardo y Luis Enrique, un Pizzi que había metido una treintena de goles en Tenerife, Giovanni y un De la Peña luminoso buscando a cada pase el pase definitivo. Ronaldo al galope, amenazando la portería desde todo el campo, un delantero imparable que había ampliado el área hasta el centro del campo. El gran equipo de Louis Van Gaal está ya aquí (literalmente, el holandés ya había firmado y vio la final de la Recopa en la grada del capo del Feyenoord), pero este Barça postergado era una bestia. Ganó la Copa y la Recopa y se dejó la Liga en un solo partido. La ganó aquel Real Madrid de entrecejo fruncido que entrenaba Capello, pero fue (es) la del gol de Compostela, la liga que jugó el joven Ronaldo.
La final de la Recopa tuvo algo de anticlímax. Loko mandó un balón raso al poste con el 1-0, pero el PSG nunca estuvo cerca. A Couto le anularon un gol de córner y Figo tocó madera dos veces. Se resolvió con un penalti sobre Ronaldo que él mismo marcó. El penalti se lo hizo N’Gotty. Héroe en una, villano en la otra.
El PSG se diluye. En 1998 Michel Denisot abandona la presidencia y con él Canal +, que se desliga progresivamente del club. Este ya ha servido a sus intereses a la hora de asentar no solo el fútbol televisado en Francia, si no de transformar para siempre el modo en el cual este se consume. La Champions League ha acelerado del proceso de pay per view y el Mundial de Francia ese mismo verano exige la atención de la cadena, volcada en su retransmisión conjunta con TF1.
El colchón que ralentizaba la caída del equipo se hace cada vez más fino. Los mejores jugadores franceses se le escapan entre los dedos y los que logra firmar apenas duran. La distancia económica respecto a los equipos nacionales se ha ido estrechando en igual medida a como se ha ensanchado en relación a las potencias europeas. En 1998, la liga que el Lens y el Metz de un joven Robert Pirès pelean en unos ajustadísimos 68 puntos ve al PSG bajar hasta mitad de la tabla. Las plantillas de ambos están formadas mayoritariamente por jugadores franceses, clase obrera del fútbol que abrillanta su oficio en un gran año.
A futbolistas de largo recorrido en Lens, como el portero Guillaume Warmuz o los defensas Sikora, Lachor o Brunel, se suman los nombres de Smicer, checo de la generación de la Euro 96 que pronto fichará por el Liverpool, el central Dehu, con infausto paso por el Barcelona antes de recalar en el PSG, o el mediapunta Stephan Ziani, que jugará en el Depor un año antes y estará en el Nantes del 2001, ganador de la última liga de la historia del club. Son los nombres de mayor trascendencia de aquel Lens que entrenaba Daniel Leclerq, un antiguo jugador del equipo en los setenta.
El PSG se acomoda. Aparece de tanto en tanto como en la 99-2000, donde termina segundo tras el Mónaco, pero no garantiza continuidad. Las cuentas comienzan a ser un verdadero problema que llevará en 2004 a una recapitalización del club, ya asfixiado por las deudas. Le cuesta encontrar un sendero e incluso recurre a Artur Jorge primero y a Luis Fernández después en un intento por llamar de vuelta a su propia historia breve. El portugués no aguanta ni tan siquiera una temporada completa, pero Fernández, quien llega a mitad de la liga del 2000-01 para sustituir a Philippe Bergeroo, el portero del Girondins de los setenta, aguanta dos temporadas completas más en el equipo.
Son años de síndrome de nuevo rico, donde la estabilidad y sentido en la planificación del club se desbaratan. Laurente Robert, el mejor jugador del equipo en el periodo, un elegante volante zurdo, sale hacia el Newcastle mientras el regreso de Anelka al club resulta tan frustrante como el resto de su carrera. El PSG decide volver a gastar. El mercado se ha abierto en canal y el PSG recluta a la legión extranjera.
Desde la liga española llegan el excelente carrilero Cristóbal y el central Pochettino, Mikel Arteta, un joven valor del Barcelona B que inaugura la diáspora de talento juvenil español, el duro central Heinze, forjado en el Valladolid y el delantero portugués Hugo Leal, desde el Atlético de Madrid. El excéntrico nigeriano Okocha procedente del Eintrach y Ronaldinho, un veinteañero de Gremio de Porto Alegre, aportan lo imprevisto: un sentido lúdico del juego que en el caso del brasileño florecerá de manera exuberante en el Barcelona de Frank Rijkaard, uno de los equipos más contagiosos de la historia reciente.
Con estos fichajes amortizados y Luis Fernández ya fuera del equipo, el PSG se opondrá por una única vez al apabullante Olympique Lyonnais de los siete títulos consecutivos. Era un acorazado pilotado por el mediocampista brasileño Juninho Pernambucano, un lanzador de faltas devastador a quien arropaban Edmilson, Essien, Diarra, Malouda y Dhorasoo. Con Elber, clásico del Bayern Munich sustintuyendo a Sonny Anderson, el OL lucía la plantilla más impresionante de todo su ciclo. Entrenado por Paul Le Guen, nombre clave en la historia parisina, estará en tres ligas de los de Lyon antes de aventurarse en el Glasgow Rangers en un año de pesadilla donde se enfrentó al capitán Barry Ferguson y chocó con las asentadas estructuras del club. Su regreso a Francia fue como entrenador del PSG.
Pero en la 03-2004 el banquillo era para el gran delantero bosnio Vahid Halilhodžić, jugador del Nantes primero y del PSG después en los ochenta. Un excelente año en Marruecos como entrenador del Raja Casablanca lo devolvió a Francia, donde logró ascender al Lille y dejarlo tercero en su temporada de regreso a primera. En el PSG estuvo un par de temporadas antes de retomar la vía internacional aunque solo en la primera, con un equipo más ajustado y coherente, logró buenos resultados. Tal vez la clave estuvo en el excelente rendimiento del centrocampista kosovar Lorik Cana, de solo veinte años, y en la del portugués Pauleta, consagrado en la ciudad tras su gran rendimiento en el Girondins procedente del Deportivo de la Coruña.
La Copa fue, como siempre, más acogedora para los parisinos. Con diez títulos y cuatro finales desde los ochenta, ha ejercido de tranquilizante surtiendo con regularidad de títulos a un club cuyo deseo alucinado de ser grande necesita de un constante alimento. En los años tristes de la Liga, la larga década de los 2000, la Copa fue el consuelo. Ganaron la del 98, la de la inmediata post-depresión al Lens impidiendo un doblete histórico y luego sumaron con regularidad en 2004 frente al modesto Chateroux, 2006 en una reedición del intento de gran rivalidad contra el OLM y en 2010 en otro (pseudo) clásico frente al Mónaco.
Restaron en 2003 contra el Auxerre completando una frustante temporada de llegar y no culminar, en 2008 frente al OL, que cerraba su glorioso ciclo con su primer doblete y ya en 2011 frente al Lille, quien por su parte firmaba otro doble histórico al reeditar tanto una Liga como una Copa que no ganaban desde mitad de los cincuenta. Uno de los equipos más atractivos del último fútbol francés, el Lille, no solo venció en este año, si no que logró mantenerse, a excepción de su último año, entre los cinco primeros durante toda la etapa de Rudi García como entrenador. Un equipo ágil y atractivo, con jugadores como Yohan Cabaye o Eden Hazard (sustituido por Dimitri Payet), Adil Rami en el centro de la defensa o Gervinho en la delantera, junto a hombres de club como Frank Béria, Balmont o Debuchy.
Fue otro breve periodo de entusiasmo en la liga francesa. De campeones ilusionantes, de apertura, otro interregno entre la dictadura del orden y la sobriedad del OL y el desembarco masivo del dinero árabe en el PSG. El Girondins de Laurent Blanc, el OLM de Deschamps, el Lille de Rudi Gracía, el Montpellier, ganando su único título liguero, entrenado por Rene Girard, uno de los jugadores del gran Girondins de los ochenta.
En 2006 Canal + logra encontrar un comprador tras haber mantenido vivo al PSG con la intención de extraer un último beneficio. Un grupo inversor internacional con la firma norteamericana Colony Capital como principal socio, termina por adquirir la mayoría del club. Su especialidad es comprar empresas en liquidación para venderlas una vez saneadas. De nuevo una tendencia general en el mundo del fútbol, tal vez anunciado por empresas como Parmalat y los fondos de inversión brasileños que adquirían jugadores en propiedad desde finales de los noventa, es puesta en práctica en Francia.
El fútbol se externaliza, la responsabilidad sobre los clubes se pierde en holdings y conglomerados impenetrables, en empresas fantasma y arquitecturas fiscales. No se trata ya de que los equipos dejen de ser de sus socios, ni tan siquiera de sus aficionados, es que ya resulta imposible saber a quién pertenecen en realidad. En consecuencia, el aficionado se transforma en consumidor y su relación de identificación/pertenencia a dicho equipo se pervierte.
Al igual que había hecho Canal + los años anteriores, se mantiene al PSG emitiendo constantes vitales, coqueteando con el fondo de la tabla clasificatoria, olvidado como alternativa dominante. Paul Le Guen, retornado de su experiencia en Glasgow, es el encargado de mantener vivo a un equipo que ahora se fundamenta en veteranos como el ex del Barça, Ludovic Giuly, Claude Makelele o el fino volante Jerome Rothen, jugador del Mónaco finalista de Champions en 2004. Le Guen se despide en 2009 con un meritorio sexto puesto, para dejar el banquillo a otro futbolista histórico, Antoine Kombouaré, quien servirá de puente para la siguiente refundación de facto.
La búsqueda de inversionistas para regresar al equipo al modelo artificial de comprador y grande económico es lo que había centrado la actividad dentro del club, y en 2011 se concreta con la aparición de Qatar Investment Authority, que se convierte en el socio capitalista mayoritario y acomete un gasto de más de 100 millones de euros en fichajes. Nasser Al-Khelaïfi, extenista y millonario qatarí, ejerce como presidente. Carlo Ancelotti llega desde el Chelsea del millonario ruso Roman Abramovich para sustituir a Kombouaré a mitad de temporada.
Es un simbólico cambio de paradigma, de dirección empresarial, de redecoración de las instalaciones. París será lujo o no será. Con jugadores como Gameiro, Thiago Motta, Menez, Matuidi, Sissoko o Pastore, por quien pagan más de 40 millones de euros al Palermo. El PSG alcanza la segunda plaza tras el Montpellier, que contaba con el delantero Oliviere Giroud y al mediocampista de origen marroquí Younès Belhanda como mejores elementos.
Fue el canto del cisne. El último periodo de posibilidades hasta el presente, donde de nuevo el Mónaco ha emergido como alternativa. En 2012 el excelente mediocentro del Pescara Marco Verrati, el argentino Lavezzi o los brasileños Thiago Silva y Maxwell llegan para reforzar al equipo. Todos son actores secundarios dentro del plan maestro: Zlatan Ibrahimovic. El mercurial sueco no es tanto un jugador que les permitirá terminar con cualquier oposición en la liga doméstica como una exhibición de recursos, un anillo de diamantes espectacular y llamativo con el cual presumir. El traspaso no parece en exceso caro, unos 25 millones de euros, menos que los 30 pagados al Nápoles por una mediocridad como Lavezzi, pero el sueldo ascenderá a 12’5 millones al año.
Ibrahimovic es el epítome del futbolista moderno. No un one-man-club, sino un hombre que es en sí mismo un club. Jugador personalista, egocéntrico y singular, ha dominado todas las ligas en las que ha jugado, pero en Europa o con su selección ha parecido siempre un jugador pequeño, extraviado en cuitas personales. La historia se repite. El PSG gana todas las ligas con el sueco, pero Europa queda lejos. En 2013 Laurent Blanc toma el relevo de Ancelotti tras su frustrante experiencia en la convulsa selección francesa. Para reforzar al equipo, se ficha al feroz delantero uruguayo Cavani, procedente del Nápoles y que tendrá que someterse al capricho de Ibrahimovich y emigrar a la banda, y se suceden los centrales brasileños (Alex, David Luiz, Marquinhos…) y los desembolsos, caso del desordenado volante argentino Di María, entonces en el Manchester United.
El fútbol del PSG es elegante y parsimonioso, ordenado, correcto y aburrido. En Europa se sucede una constante: fases de grupo solventes y una infranqueable barrera en cuartos. En un giro irónico los equipos españoles, en especial el Barcelona, se convertirán en su pesadilla. Los blaugrana los sacarán tres veces de la competición (2013, 2015 y 2017), mientras Real Madrid (2018), Chelsea (2014) y Manchester City (2016) se encargaran de las tres ocasiones restantes.
Ya sin Ibrahimovic, instalado en el Manchester United junto a Jose Mourinho, ni Blanc, sustituido por el tres veces consecutivas campeón de la Europa League con el Sevilla, Unai Emery, el PSG afronta el auge del Mónaco. Los monegascos de nuevo tienen dinero tras la compra por parte del magnate ruso Dmitri Rybolóvlev en 2011, y desde 2014 han sabido cómo gestionarlo dando tiempo para que se desarrollase el proyecto del técnico portugués Leonardo Jardim, subcampeón de la Liga portuguesa con el Sporting en la 2013-14. La final de Copa de la Liga (ganada por el PSG en la últimas cuatro ediciones) se salda con una estrepitosa victoria parisina por 4-1 que no borra el rostro de perplejidad de sus aficionados.
El Mónaco les compite mano a mano la Liga, alternándose en el liderato, mientras tercero vive el Niza, que entrenado por el suizo Lucien Favre, ex del Borussia Mönchengladbach, cuenta con su propio Ibrahimovic de ocasión en la extravagante figura de Mario Balotelli. Cuarto regresa el Olympique Lyon, pegado a los goles de Lacazzete y contando con promesas como Tolisso o Fekir. Muy tocado por su estrambótica derrota en Champions (6-1) contra el Barcelona, después de haber hecho uno de sus mejores partidos europeos en París (4-0), el PSG se diluye en liga y el Mónaco rompe una racha que parecía no iba a tener final debido a la desigualdad interna de la competición doméstica. Jardim hace funcionar a sus jugadores al límite de sus posibilidades. Jugadores como Mendy, Bakayoko, Fabinho o Bernardo Silva realizan la temporada de sus vidas, mientras Falcao recupera su estatus como 9 y jóvenes como Lemar o, sobre cualquier otro, Kylian MBappé, hacen buena la sentencia de Marcelo Bielsa sobre el hecho de que Francia tiene a los mejores jugadores jóvenes del mundo.
En Europa se quedan a las puertas, con mal de altura tras unas eliminatorias de antología contra el Manchester City y Borussia Dortmund, que son un derroche de valentía al borde de la temeridad. La Juventus, con su practicidad y cinismo de club viejo, pondrá fin a la carrera, pero una gran liga será premio suficiente antes de que el equipo se desbande casi al completo. Es el propio PSG, uno de los saqueadores de Mónaco, quedándose con MBappé en un extraño movimiento de cesión para regatear el fair play financiero (agitado por los más de doscientos veinte millones de euros que en un en un movimiento tectónico del mercado llevan a Neymar, sediento de dinero y cansado de ser un segundo violín, de Barcelona a París). Además incorpora a Dani Alves, que viene de un gran año en la Juventus, al intermitente Julian Draxler desde el Wolfsburgo o a la promesa argentina Giovani Lo Celso, proveniente de Rosario Central.
Todo ello, unido al arsenal acumulado los dos o tres años anteriores, es más que suficiente para volver a llevarse la liga por aplastamiento, relegando esta vez al Mónaco a los trece puntos de distancia. El problema insalvable vuelve a ser el mismo: Europa. Y el equipo, o más bien el conjunto de jugadores estelares, está obsesivamente constituido para vencer allí. Esta vez es el Real Madrid, en otro guiño irónico a la historia, el que los apea duramente en octavos. El 3-1 en el Bernabéu, con el PSG marcando primero, no tendrá respuesta épica posible y a la depresión por la derrota se une la baja de Neymar, lesionado para lo que quedaba de una temporada que se hacía sentir como una larga prórroga adormilada. Emery entrenaba ya de prestado, mientras el palco sondeaba en busca de nuevo entrenador. El elegido será Thomas Tuchel, seguidor de Guardiola pero con rasgos de Jurgen Klopp, a quien sustituyó en Dortmund. Al contrario que Emery, no carga con títulos, sino con una idea muy específica del juego llena de variantes sofisticadas y parece una decisión extraña para un club que vive en la desesperación de una victoria que no sacia nunca.
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